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lunes, 23 de junio de 2014

Otro hijo de Mary Shelley


Portada de 'Piedad y deseo. Otros hijos de la misma noche', de Santiago Sequeiros


Solarium
Un relato para Piedad y deseo.
Otros hijos de la misma noche

Morgan Robertson, escritor y marino mercante, llegó al Hotel Alamac de Atlantic City el 24 de marzo de 1915. La ciudad todavía era uno de los balnearios de la burguesía norteamericana, vivía los años anteriores al charleston y a  las orquestas de jazz, a la Ley Seca que llenaría la orilla del mar de bares clandestinos y  traficantes de alcohol, y faltaban muchas décadas para que se construyera el primer casino y la delincuencia organizada vinculada con el juego se convirtiera en un problema.

Morgan Robertson, autor de novelas de anticipación en la estela de Julio Verne y H.G. Wells, pero con menos talento y menos lectores, llegó al Hotel Alamac fuera de temporada. Se bajó del tren con una maleta y no dejó que nadie le ayudara.

Robertson era un escritor inquietante, autor de Futilidad o el naufragio del Titan (1898) donde narra,  el hundimiento de un transtántico idéntico al Titanic 14 años antes de la tragedia y con una serie de coincidencias sobrecogedoras; el peso, la eslora, la capacidad del barco, cargado de millonarios, decorado con un lujo excesivo, que navegaba a Nueva York sin suficientes botes salvavidas, hasta que chocó con un témpano de hielo en Terranova.

Y eso no es todo. En su novela posterior Más allá del espectro (1914), anticipaba una guerra entre Japón y los Estados Unidos después un ataque a traición de los nipones a Hawaii con aparatos voladores. Faltaban 27 años para la masacre de Pearl Harbour.

Robertson, y eso cuento en el relato Solarium, viajó a Atlantic City para escribir junto al mar una novela todavía más inquietante, pero no pasó de la primera frase después de quedarse dormido bajo el lucernario del Hotel Alamac...


Morgan Robertson, autor de 'El naufragio del Titán' (1898)

Solarium forma parte del volumen Piedad y Deseo. Otros hijos de la misma noche (Imagine Ediciones) que reúne a una selección de narradores, poetas y músicos vinculados al género fantástico, dentro del club literario Hijos de Mary Shelley, que coordina el escritor Fernando Marías. El libro, la cuarta antología que se publica, ya se encuentra en librerías (en Ponferrada lo podéis encontrar en Quiñones, Simón, Ave María y la Casa del Libro de El Rosal) después de presentarse en Madrid y Zaragoza, y formará parte del programa del Festival Internacional Celsius 212 que a finales de julio se celebra en Avilés, donde hace tres años presenté El agujero de Helmand.

Hijos de Mary Shelley. La puerta en Internet

La idea de Hijos de Mary Shelley es continuar el camino que abrieron en 1816 los escritores Mary Shelley, Lord Byron o Polidori, reunidos en Villa Diodati, junto al Lago de Ginebra. Aquel fue el 'año sin verano' porque  la erupción del volcán Tambora en Indonesia alteró el clima de todo el planeta y propició una temporada húmeda, fría y lluviosa  Como apenas podían salir al exterior por el clima desapacible, los escritores reunidos en la masión de los Shelley se dedicaron a escribir historias de terror. Así nació la novela Frankestein, de la propia Mary Shelley, o el primer cuento de vampiros de Polidori.

Morgan Roberston murió cien años después de aquel verano oscuro de 1816. Sin duda es otro hijo de la misma noche. Como yo.

jueves, 19 de junio de 2014

Antisistema

 
Bergoglio, portada de The New Yorker

CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 19 de junio de 2014
 

En España hay niños que pasan hambre. Niños que no comen bien. Niños desnutridos. Niños.
 
Léanlo otra vez. A mí me avergüenza.
 
En León, sin ir más lejos, hay mil trescientos niños que dejarán de comer gratis en los comedores escolares. Mil trescientos niños que reciben una beca durante el curso porque sus padres no pueden pagar los 4,83 euros que cuesta el menú diario. Mil trescientos niños, lo escribo otra vez, que vaya usted a saber lo que comerán este verano, porque sus padres no tienen qué darles y la Junta de Castilla y León se niega a mantener los comedores abiertos durante las vacaciones.
 
Me avergüenzo de nuevo.
 
Porque estamos hablando de lo básico. De comer. Y estamos hablando del país en el que vivimos. Estamos hablando, lo repetiré, de niños. Y si no les garantizamos lo básico, ¿para que sirven las administraciones, los gobiernos, las juntas? ¿Qué sentido tienen si no son capaces de resolver lo más imprescindible?
 
Las cifras son tozudas. Somos el segundo país de Europa con más niños en riesgo de pobreza. Y esto no lo han dicho peligrosos revolucionarios con coleta, ni jóvenes asamblearios de acampada en una plaza, ni politólogos de izquierdas, que tanto miedo meten a los que no quieren que cambien las cosas porque forman parte de las cosas que hace falta que cambien. Lo ha dicho Cáritas, que pertenece a la Iglesia Católica. Y a la Iglesia pertenece también el obispo de Soria, Gerardo Melgar, que ha pedido políticas que creen empleo para no tener que recurrir a la caridad.
 
Será que la Iglesia sí está cambiando. Y es posible que el Papa Francisco se haya convertido en el mayor de los revolucionarios. Decía Bergoglio en una entrevista televisada el pasado domingo que el sistema económico en el que vivimos no es bueno. Que el hombre y la mujer deben estar en el centro de todo. Pero en el centro hemos puesto al dinero. El beneficio. El afán de acaparar. Y así nos hemos rendido a la lógica del capitalismo extremo, que sólo se sostiene con el negocio que generan las guerras y se muestra incapaz de atajar el hambre en el mundo, aunque haya alimentos para todos. No es su prioridad.

Bergoglio, en un mural callejero y también portada de Rolling Stone
(Papa Francisco. Los tiempos están cambiando, dice la revista)
 

viernes, 13 de junio de 2014

Crímenes



Exhumación de una fosa en Tejedo del Sil.
Fotografía del FCPB, en la wikipedia

CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 12 de junio de 2014
  

Una manta, dos maletas y un alambre. Un zapato de ante y un cepillo de dientes bien conservado. Un cuchillo. Un hacha. Ropa quemada. Un casquillo de bala. La fotografía de una autopsia.

Los objetos hablan, está claro. Cuentan una historia. En este caso dos; la de Rosa del Mar Jiménez, que vivía en una nave abandonada de Bembibre, en el patio trasero del mundo, y hace un año y medio que murió acuchillada por su pareja, otro indigente que después de matarla, la descuartizó y escondió su cuerpo en dos maletas rodeadas con una manta y un alambre; y la de Bernardo Álvarez Trabajo, guerrillero antifranquista, panadero, ex combatiente republicano, que murió tiroteado en un monte de Lugo por un infiltrado y fue enterrado en una fosa sin nombre, donde permaneció durante sesenta y tres años hasta que la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica exhumó sus restos en septiembre de 2012. Apodado El Gasta, la familia de Bernardo Álvarez está a la espera de que concluyan las pruebas de ADN para recibir sus restos. Mientras tanto, sus huesos reposan en la mesa de un laboratorio de Ponferrada, donde han ofrecido una lección de historia a un grupo de universitarios de Nueva York.

Al asesino de Rosa del Mar Jiménez lo han juzgado estos días en la Audiencia Provincial de León y un jurado acaba de declararle culpable. Al hombre que mató a Bernardo Álvarez Trabajo en 1949, Francisco Cano Román, no sólo no lo juzgaron nunca, sino que recibió el trato de héroe. Lances de la guerra y de la posguerra, dirá más de uno, porque al fin y al cabo, unos y otros andaban por el monte armados y emboscándose para hacerse daño. La impunidad que concedió la Transición, opino yo. El pacto de silencio que prolongó el miedo.

Y ni siquiera se trata de sentar en el banquillo a los responsables de aquellos sucesos. Están todos muertos. Se trata de contar lo que pasó. Y de que los jueces y los forenses que hoy que se encargan de crímenes recientes como el de Rosa del Mar Jiménez, no desaparezcan cuando llega la hora de exhumar los cuerpos de hombres y mujeres que, combatientes o paseados, murieron asesinados en los años negros de la represión.

sábado, 7 de junio de 2014

La última lección del Gasta


Los restos del Gasta en el laboratorio de la ARMH en Ponferrada,
 con el zapato de ante marrón en primer término.
Fotografía (a contraluz) del autor de este blog.

Diario de León. Sábado 7 de junio de 2014

Los restos del guerrillero Bernardo Álvarez, exhumado en 2012, ayudan a la ARMH a explicar el problema de las fosas a los alumnos de la Universidad de Nueva York.

El Gasta calzaba zapatos de ante marrón, vestía chaqueta de paño a cuadros, camisa ‘kaki’ y pantalones azules de mahón el día en que un infiltrado de la Guardia Civil lo abatió junto a otro compañero en los montes de Lugo. El Gasta era guerrillero. Luchaba contra Franco. Y antes de echarse al monte y perder la vida y la memoria, enterrado durante 63 años en una fosa anónima del cementerio de Teilán, había sido panadero en Bembibre, soldado republicano y enlace clandestino con la guerrilla.
 
Su verdadero nombre era Bernardo Álvarez Trabajo y de toda la ropa que vestía el día en que lo mataron, ayer sólo quedaba uno de sus zapatos de ante acartonados. A los dos años de su exhumación y mientras concluyen las pruebas de ADN, sus restos cuidadosamente colocados en una mesa del laboratorio de la Asociación para la Recuperación de la Memoria en Ponferrada (ARMH) sirvieron para que un grupo de medio centenar de alumnos de la Universidad de Nueva York se sumergiera en el capítulo más oscuro, y todavía sin resolver, de la reciente historia de España.
 
Acompañados por el presidente de la ARMH, Emilio Silva, y junto a su profesor James Fernández, descendiente de españoles, los jóvenes neoyorkinos conocieron la historia del Gasta, abatido a traición por el infiltrado Francisco Cano Román junto a otro guerrillero, Manuel Fernández Soto, alias coronel Benito, el 22 de junio de 1949. Un tercer combatiente, Elías López Armesto, alias Pájaro, resultó malherido aquel día pero logró huir sólo para que un pastor encontrara su cuerpo devorado por las alimañas un mes después del tiroteo.
 
 
Fotografías de los cuerpos de Manuel Fernández Soto y Bernardo Álvarez,
tomadas para la autopsia. Cedidas por la ARMH. Se reproducen aquí por su valor histórico.
 
 
Los huesos del Gasta, su cráneo fracturado, el zapato de ante marrón, y el cepillo de dientes que todavía guardaba en uno de sus bolsillos, dieron ayer toda una lección de historia a los universitarios de Nueva York, a los que la Guerra Civil española no les es del todo ajena. No en vano, la Universidad en la que estudian guarda los archivos de la Brigada Lincoln, los voluntarios norteamericanos que combatieron en el bando republicano.
 
A algunos de los estudiantes les llamaba la atención ayer que el Gobierno español se haya desentendido de la exhumación de las fosas de la represión franquista y que sean asociaciones particulares como la ARMH las que se preocupen por los desaparecidos. «Faltan muchas familias. De 113.000 desaparecidos sólo han sacado a cuatro mil», decía al término de la visita Jorge Esteban Soto, cuyos abuelos huyeron de Granada a Costa Rica durante la guerra para acabar en Nueva York. A otros, como al italo americano Michael Domanico, no le sorprendía. «Yo he estado en Argentina y la situación es similar», decía.
 
La del Gasta es una historia similar, en cualquier caso, a la de otros luchadores antifranquistas. Ligado al Partido Comunista y detenido por primera vez durante la revolución de 1934, fue condenado a muerte por combatir por la República. Indultado, regresó a Bembibre para retomar el oficio familiar, pero sin dejar de servir de enlace con la guerrilla del Bierzo. En 1948, sin embargo, tuvo que echarse al monte cuando le fueron a buscar a la panadería para detenerle otra vez.
 
La ARMH, que espera entregar los restos de Bernardo Álvarez a sus familiares en septiembre, no sólo echa en falta más apoyo del Estado. También que el interés por conocer nuestro pasado no venga sólo de Nueva York. «Ya nos gustaría que se pasaran por aquí más alumnos de universidades españolas», decía ayer Emilio Silva.

jueves, 5 de junio de 2014

Anatomía de un titubeo

 
El Rey, en un sello de 1977
 
CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 5 de junio de 2014
 
El Rey de España decidió dejar de serlo el día de su cumpleaños. De pie, frente a un atril colocado por dos ujieres en el salón del trono del Palacio Real, delante de la cúpula del Ejército, del presidente del Gobierno y los ministros de Defensa e Interior, y escrutado por decenas de periodistas que cubrían su primer acto oficial fuera de La Zarzuela después de su segunda operación de cadera, perdió el hilo de su discurso, titubeó y soltó un resoplido.
 
Era el Día de la Pascua Militar. El día que cumplía 76 años —39 en el trono—, y al Rey, apoyado en dos muletas, le costaba moverse. Le costaba permanecer de pie en medio de la incomodidad que causaba su dificultad para leer. Las letras, demasiado grandes, no le ayudaban a entonar porque no veía el final de las frases. Y el atril estaba mal iluminado.
 
El Rey se equivocó. Balbuceó. Se corrigió a sí mismo y su discurso se volvió ininteligible. Y ese fue el instante en que, cansado del desgaste de su reinado, roto el cordón sanitario que le mantenía a salvo de las críticas de los medios tras su escapada a Botsuana para cazar elefantes, decidió que dejaría de reinar.
 
 
 
 
El Rey de España anunció su deseo de ceder la corona a su hijo una semana después de las elecciones europeas. Los dos partidos mayoritarios habían iniciado su retroceso, pero todavía le garantizaban el respaldo necesario para que la abdicación no pusiera en peligro la monarquía. Las plazas se llenaron de republicanos a la caída de la tarde. Afloraron las voces que pedían un referéndum sobre la jefatura del Estado. Y el presidente del Gobierno, consciente de que aún le sostenía una mayoría absoluta de diputados, animó a los descontentos a promover una reforma constitucional condenada de antemano al fracaso.
 
El epílogo de este relato lo escribió la reina en Nueva York, donde, en viaje oficial, aseguró a los periodistas que «todo seguirá igual» en España cuando el Rey se haya ido.
 
Emulaba así la famosa frase de Lampedusa en El gatopardo: «Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie». Y por eso a los súbditos de este reino no nos dejan decidir si queremos dejar de serlo.
 
El Rey, en un sello de 2005.
 

miércoles, 4 de junio de 2014

Queremos



La Puerta del Sol, durante la acampada del 15-M

CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 29 de mayo de 2014

Queremos otro país. El que tenemos sólo le gusta a unos pocos. Está tejido de redes clientelares que generan más pobreza y ahondan en las desigualdades sociales.

A este país le sobran señores feudales, como los ha definido José María Merino. Caciques del territorio que mercadean con favores e influencias. Y falsean la democracia cuando arrinconan a los disidentes. 

Este país tampoco necesita políticos que gobiernan de espaldas a los problemas reales, que no comparten las prioridades de la gente de la calle, quizá por que nunca la han pisado, ni han sufrido sus miserias. Y no escuchan. Nunca se dan por aludidos. Si acaso, toman nota de las protestas criminalizando a los que se quejan.
 
Y eso sólo aumenta el descontento.
 
A España le sobran marionetas. Voceros de la oligarquía financiera que aplican políticas que reducen la clase media —y eso sí es ir contra el sistema— mientras aumentan el desempleo y los desahucios y la precariedad laboral, y los jóvenes tienen que emigrar porque uno de cada dos no encuentra trabajo.
 
No me llamen demagogo por recordarlo.
 
Queremos un país diferente. En este hay demasiada gente intocable, que esquiva a los jueces, faltos de medios, y extiende la sensación de que la corrupción forma parte del sistema.
 
Y la impunidad también genera más pobreza. Y violencia.
 
Queremos un país con otras prioridades. La educación y la sanidad por encima de la deuda. Un reparto más justo de la riqueza. Y políticas que agiten la economía. Que agilicen el crédito. Y ayuden a los emprendedores.

Queremos un país nuevo. Un país que no se parezca a este en el que vivimos, que sufre un rebrote insoportable de clasismo y un recorte alarmante de derechos y libertades.

Queremos listas abiertas, democracia interna en los partidos. Debate y participación. Queremos que no nos mientan.

Después de las elecciones del domingo ya sabemos que hay personas dispuestas a cambiar las cosas. Pero la pregunta que me hago no es tanto si queremos o podemos, sino si les dejarán hacerlo.