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viernes, 24 de octubre de 2014

Adán y Eva

Adán y Eva, un clásico de la pintura...
 

CUARTO CRECIENTE
Diario de León, Jueves 23 de octubre de 2014
 
Hay un programa en la tele donde dos parejas desnudan sus cuerpos y sus miserias. Adán y Eva, se llama. Y los protagonistas del espectáculo demuestran que además de ninguna ropa, tampoco tienen gran cosa en la cabeza.
 
En Adán y Eva no pixelan los desnudos. Pero la piel no escandaliza. Son las palabras de quienes se someten al escarnio público lo que de verdad asusta.
 
Una de las chicas dice que busca «un tío con buena economía porque yo siempre he vivido muy bien. Es importante que tenga un buen coche, a poder ser Mercedes o BMV porque yo nunca he conducido una gama inferior, y también quiero que sea un caballero, que siempre conduzca él y que pague las cenas, nada de hacerlo a medias». La otra chica seleccionada trabaja como maquilladora de cadáveres y quiere «un chico acicalado». Ella se ducha mucho, añade, y así se quita «la peste a muerto».
 
Uno de los chicos afirma que le gustan las chicas que huelen bien porque «yo huelo a hombre». Y su rival asegura que está «orgulloso de su miembro viril».
 
Uno dice que no lee, pero le gusta el arte. Otra responde que sí lee libros de Dan Brown, «donde cuenta cosas de Da Vinci y eso», pero no sabe que el Manzanares es un río que pasa por Madrid. «Me suena a fruta», reconoce.
 
Yo no he visto el programa. A las horas a las que se emite me pongo un clásico en DVD y me olvido de la caja tonta. Pero he leído en la prensa digital las frases del cuarteto. Y me entero de que el show ha sido un éxito de audiencia.
 
Luego me encuentro con una manifestación de quinientos estudiantes en Ponferrada. Quinientos chavales que piden un plan de futuro para el campus del Bierzo, el fin de los recortes, y claman contra la desigualdad; «el hijo del cantero, a la universidad», gritan.
 
Pienso entonces en los hijos de la maquilladora de cadáveres. Del que huele a hombre. Del que no lee libros. Y de la que busca un tío que le pague las cenas. Me pregunto si tendrán una oportunidad o volverán a ir desnudos por la vida, como sus padres. Y me doy cuenta del gran salto en la evolución social que tenemos a nuestro alcance; sólo hay que apagar la tele o cambiar de canal.

martes, 21 de octubre de 2014

Claudio cavó su tumba

Voluntarios de la ARMH recuperan los restos de Claudio Macías en Villalibre.
FOTO, cortesía de L. DE LA MATA
 
Diario de León. Domingo 12 de octubre de 2014
 
Detrás del carbón y las patatas, Claudio Macías Fernández se metía en un arcón en la bodega de su casa cada vez que tocaban a la puerta. Era el invierno de 1937, o quizá los primeros meses de 1938, no había luz eléctrica ni ventanas en el sótano y nadie husmeaba nunca en el fondo de la estancia, oscura y lóbrega, donde el ex combatiente republicano acabó por cavar su propia tumba cuando enfermó de pulmonía y se sintió morir. Los restos de Claudio, que no quería meter en más problemas a su madre y sus hermanas después de que los falangistas asesinaran a su hermano de 16 años por no delatarle, aparecieron ayer bajo una chapa metálica y 70 centímetros de tierra blanda, en una nueva exhumación iniciada por los voluntarios de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) en Villalibre de la Jurisdicción.
 
Y todo bajo la mirada de la sobrina de Claudio y de Arsenio, la octogenaria Celia Fernández, que viajó desde Madrid para ser testigo de la exhumación y de paso, rellenar con su testimonio algunos huecos de la historia trágica de sus dos tíos, pero también de la soledad y el miedo de su tía Manuela, que durante cuatro décadas residió en la misma casa de la calle Falcón sin contarle a nadie que no fuera de su confianza que tenía a un hermano enterrado en una cuneta y a otro en la bodega.
 
Manuela, cuenta su sobrina, vivió toda su vida con una herida abierta por ello. «Ella le decía a mis hijos que lo desenterraran una noche y lo llevaran al cementerio. ‘Pero tía, cómo vamos a hacer eso, entonces sí que nos la cargamos», le respondían, según Celia.
 
Se escondía en el arcón
 
La anciana era una niña cuando su tío Claudio se ocultó en el sótano. «Porque no lo buscaran, se metía en el arcón para que nadie lo viera y como no había luz, ni agua, nadie pasaba de aquí, de donde guardaban el carbón y las patatas», relata Celia mientras al fondo de la bodega, los voluntarios de la ARMH están a punto de descubrir las rodillas y el cráneo del fallecido, rodeados de periodistas y familiares, algún vecino y algún curioso.
 
Pasadas las 12.30, el arqueólogo forense de la ARMH, René Pacheco, anuncia que han aparecido los restos y revela un detalle estremecedor. «Él mismo se excavó el agujero para meterse dentro. Las marcas del pico que usó están en la pared».
 
El cuerpo de Claudio se encuentra «en una especie de bañera», según la define Pacheco, en el mismo lugar, con los pies hacia la pared del fondo, donde hace tres cuartos de siglo lo había colocado su hermana Manuela, que por entonces servía en una casa de Ponferrada y todas las semanas acudía a ver a su madre y a su hermano escondido en la bodega. «Se lo encontró muerto y ella misma lo echó al hoyo», narraba minutos antes Celia, que a sus 83 años oye poco y se ayudaba ayer de su hija Raquel para responder a las preguntas del periodista.
 
El temor de Claudio, que aun enfermo encontró fuerzas para cavar su propia fosa, no era infundado. El ex miliciano había regresado a Villalibre en el otoño de 1937, tras la caída de Asturias en manos de las tropas de Franco, y se encontraba en la bodega cuando un grupo de falangistas llegó a la vivienda preguntando por él. Tuvo que oír cómo se llevaban a Arsenio. Es casi seguro que también escuchara los tiros que recibió su hermano pequeño, asesinado a poco más de quinientos metros de la vivienda, en la curva de Villalibre por donde hoy circula la N-536. Y sin duda vio las huellas del escarnio que sufrió su madre, María Fernández—viuda y con sus hijas casadas o sirviendo fuera de casa— cuando se atrevió a acercarse hasta el lugar donde habían matado a su hijo adolescente para cubrir el cadáver con una manta.
 
El arqueólogo René Pacheco muestra los restos de Claudio Macías a sus familiares
FOTO, cortesía de L. DE LA MATA
 
Rapada y humillada
 
Los asesinos todavía estaban allí y también la tomaron con ella. «Le cortaron el pelo y le pusieron lacitos de colores. Después le dijeron que no se lo contara a nadie o le pasaría lo mismo», cuenta Cecilia en la bodega, rodeada ahora sí, de otros periodistas. Entonces calla. Contiene el llanto.
 
Pero enseguida se oye la voz de René Pacheco, que anuncia que han dado con los restos de Claudio. «Están bien conservados», dice cuando ya asoman las rodillas y el cráneo.
 
Con espátula y paciencia, los voluntarios de la ARMH dedican el día a retirar la tierra del esqueleto. A las siete de la tarde, los restos están prácticamente listos para la exhumación, que la asociación completará hoy, según confirmó a última hora la familia.
 
Antes, Pacheco, —y a preguntas de dos activistas uruguayos que preparan un reportaje para un digital de su país y desconocen la falta de medios y de apoyo del Gobierno español con los que la ARMH lleva a cabo sus exhumaciones— había informado al pie de la fosa de que un forense portugués se ha ofrecido a examinar gratuitamente los restos en noviembre. «El Estado no interviene. No tenemos ningún tipo de ayuda, ni económica ni judicial, pero tratamos de hacer esto con una metodología científica para que, si algún día la Justicia se decide a hacer algo, que tenga un informe», se quejó. Y lo repitió de nuevo, por si los uruguayos, —Waldemar García y Iara Bermúdez, que escriben para elreporte.com.uy— no lo hubiera oído bien: «El Estado no hace absolutamente nada. Se desentiende y desampara a estas familias».
 
El arqueólogo René Pacheco, frente a la urna donde hallaron los restos de Claudio.
FOTO, cortesía de L. DE LA MATA
 
...y a su hermano lo degollaron
 
La muerte de Arsenio Macías es un relato de terror. Y un trauma que ha marcado a su familia.
 
Arsenio, de 16 años, no dejó que los falangistas que buscaban a su hermano Claudio se llevaran a su madre. Lo contaba ayer su sobrina Celia Fernández, a sus 83 años uno de los pocos testimonios familiares que todavía pueden ayudar a reconstruir la historia de los dos hermanos Macías.
 
«El día que vinieron a preguntar dónde estaba escondido (Claudio) no se lo dijeron. ‘Como no lo digáis, venís uno conmigo’,», cuenta Celia que amenazó uno de aquellos hombres a su tía abuela María y a su tío adolescente. La madre de los Macías —viuda desde que su marido Venancio se ahorcara 16 años atrás en el corredor de la casa, cuando ya se encontraba embarazada— se ofreció a acompañarles, pero su hijo se lo impidió y fue en su lugar.
 
Arsenio no habló y los falangistas que buscaban a Claudio «lo ataron a un árbol, le dieron con un machete en los hombros y le destrozaron la cabeza», cuenta Celia. Al adolescente, «el niño» al que María y sus hermanas mayores se había esforzado por criar, «lo degollaron», añade su sobrina. Y no puede evitar emocionarse. «Que se lo mataran por no delatarle... eso no lo hacen todos los hermanos...».
 
A Arsenio lo buscarán mañana en la curva de la N-536, en una finca de mil quinientos metros cuadrados. La ARMH ya ha localizado al propietario y pedido ayuda al alcalde de Priaranza, José Manuel Blanco. En caso de que la fosa se encuentre cerca de la carretera, el vicepresidente de la ARMH, Marco González, advertía ayer de que será necesario solicitar un permiso al Ministerio de Fomento para excavar.
 
El otro escondido
 
Claudio y Arsenio, recuerda Celia, tuvieron menos suerte que su padre, Antonio Fernández Abella, que permaneció escondido 36 meses en su casa de Columbrianos. Celia niega que su padre se entregara a al regimiento de Larache acampado en la zona después de la guerra, según creía la ARMH. «Mi padre no se entregó, lo detuvieron los moros», puntualiza, indignada. Era el verano de 1939, los odios habían sedimentado un poco y su padre, juzgado por un tribunal militar, resultó absuelto.

viernes, 17 de octubre de 2014

La tumba de Claudio está en la bodega

 
El arqueólogo René Pacheco, en la bodega de la casa de Villalibre.
FOTO, cortesía de L. DE LA MATA
 
Diario de León. Jueves 9 de octubre de 2014
 
Detrás de una puerta verde de madera, con el nombre de la última habitante de la casa, Manuela Macías Fernández, escrito en el dintel para que el cartero le dejara las cartas, aparece la bodega. A la izquierda se vislumbra un viejo aparador cubierto de telarañas, revistas del corazón de hace quince años esparcidas por el suelo, una balanza romana junto a la pared de piedra y un despertador carcomido sobre una repisa, parado a las tres y media. Al fondo, en el rincón más oscuro de la estancia y el más húmedo, se encuentra la tumba de Claudio.
 
Condenado a diez años de cárcel por participar en la revolución de 1934, amnistiado por el Frente Popular y combatiente en el Ejército republicano durante el primer año de la Guerra Civil, Claudio Macías Fernández había regresado a su casa de Villalibre de la Jurisdicción (Priaranza) en el otoño de 1937, al igual que otros cientos de milicianos bercianos, cuando el frente de Asturias se derrumbó y las tropas de Franco entraron en Gijón. Soltero y de poco más de treinta años, Claudio murió posiblemente de una neumonía, mientras se escondía en su casa de las represalias que ya le habían costado la vida a su hermano Arsenio, de 16 años, asesinado por no delatarle y enterrado en la curva de la N-536 en Villalibre, a quinientos metros del pueblo.
 
Claudio se sintió morir y preparó su entierro. Pidió a su madre y a sus hermanas que envolvieran su cuerpo en unas mantas, lo metieran en un arcón de madera, y lo enterraran sin hacer ruido en la misma bodega de la casa para evitarles la venganza de quienes le buscaban.
 
En la vivienda, situada en la calle Falcón de Villalibre, vivió hasta hace unos años su hermana Manuela, soltera, callada, que se ganaba la vida vendiendo fruta en el mercado de Ponferrada, y ni la muerte de Franco hace cuarenta años, ni la exhumación de la fosa con ‘Los Trece de Priaranza’ en el año 2000, tan sólo unos metros más arriba de su casa, consiguieron que venciera el miedo a desenterrar a su hermano. Y es ahora, con Manuela fallecida y la casa deshabitada, la bodega cubierta de humedades y telas de araña, la puerta verde cerrada, cuando la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) ha podido rastrear la historia del hombre enterrado en su bodega y se ha puesto de acuerdo con sus sobrino-nietos para exhumar el cuerpo en los próximos días. «Esto tiene que respirar», decía ayer Alejandro Fernández, uno de los cuatro miembros de la ARMH que se desplazaron a Villalibre para preparar la exhumación.
 
La herida de la familia de Claudio Macías es muy profunda, pero nada en la bodega, sin ningún punto de luz natural salvo la puerta, indica que allí dentro reposen los restos de un hombre. René Pacheco, el arqueólogo forense de la asociación, observaba las humedades en la pared del fondo y se hacía una idea del deterioro del arcón donde metieron el cuerpo. Nuria Maqueda retiraba material en un carretillo. Alejandro encontraba la romana con la que Manuela pesaba la fruta. Y el vicepresidente de la ARMH, Marco González, acercaba un foco para iluminar el rincón donde enterraron a Claudio. En toda la estancia sólo hay una triste bombilla que cuelga del techo, pero no alcanza a alumbrar la esquina donde yace el cadáver.
 
«Ni siquiera sabemos cuándo murió. La familia nos ha dicho que fue por una tuberculosis, pero lo más lógico es pensar que se debió a una neumonía. Quién sabe si no pasaba el día en el monte y venía por la noche a dormir en la casa», contaba González.
 
René Pacheco y Nuria Maqueda, de la ARMH, en la bodega de Villalibre
FOTO, cortesía de L. DE LA MATA
 
Claudio, que se ganaba la vida como jornalero, había vivido sus últimos años en el alambre. Conocido por sus ideas comunistas, había participado en la revolución de octubre de 1934 y tras su detención fue sometido a un consejo de guerra del que se conserva el expediente. «En la noche del día siete al ocho de octubre último circularon algunos grupos por las calles de Villalibre (León) a quienes oyeron decir algunos vecinos ‘no podemos hacer nada, aún hay luces’, refiriéndose con eso a un movimiento revolucionario que estaba preparado para cuando se apagase la luz, en Ponferrada. Uno de los que formaba parte de dichos grupos fue el actual procesado en esta causa, Claudio Macías Fernández», escribía el fiscal que llevó su caso, Hernán Martín-Barbadillo, en un documento firmado el 1 de febrero de 1935. El fiscal le acusaba de colocar un madero en la carretera para entorpecer la circulación de camiones militares. De darle el alto a un vecino que volvía a su casa en bicicleta. Y a un sastre y a su ayudante, que venían de Priaranza. A los tres les dijo que se metieran en sus casas y no salieran en toda la noche. También le oyeron decir —escribía el fiscal, sin citar al testigo— «que tenía cincuenta cajas de gasolina para quemar el pueblo». Y que ofreció «pistolas» a «dos individuos que le acompañaban» y a los que trató de alojar en la casa del alcalde.
 
El tribunal terminó por condenarle a diez años de prisión por «prestar auxilio a la rebelión militar». Y paradógicamente, una verdadera rebelión militar es lo que Claudio Macías trató de combatir en el frente norte después de que el triunfo del Frente Popular vaciara las cárceles de condenados por los sucesos de 1934. Lo que viene a continuación, y a falta de testimonios directos, entra en el terreno de la especulación, aunque está claro que Claudio fue uno de los ex combatientes bercianos que regresaron a sus casas tras la caída de Asturias, que pasó a la clandestinidad, se convirtió en un ‘topo’, —nombre que se le da a los escondidos en sus casas en los años de la represión—, enfermó y, viéndose perdido, le pidió a su familia que lo enterraran en la bodega y no le dijeran nada a nadie.
 
Y el silencio, más allá de su entorno y algunos vecinos más próximos, ha durado tres cuartos de siglo.
 
«Si Manuela viviera no estarían ahí», asegura uno de los pocos habitantes de Villalibre que sí conocía la historia de la familia Macías mientras los voluntarios de la ARMH entran en la bodega. «No se lo decía a cualquiera», añade. Y cuando el periodista le pregunta qué fue del padre de Claudio, de Manuela y de Arsenio, del que nadie la hablado, el vecino, que prefiere que no se sepa su nombre, le responde con una frase que da que pensar. «El padre se ahorcó», dice mirando hacia la casa. Y al otro lado de la puerta verde, la bodega parece aún más oscura.
 
 
Curva de Villalibre donde yace Arsenio Macías.
FOTO, cortesía de L. DE LA MATA
 
...y la de su hermano en una cuneta
 
La ARMH intentará recuperar los restos del hermano de Claudio Macías, el joven estudiante de 16 años Arsenio, que murió «asesinado en Villalibre por no delatar a su hermano» y fue enterrado en una fosa individual en la curva de la carretera N-536 próxima al desvío hacia Toral de Merayo, según cuenta el vicepresidente de la asociación, Marco González. «La ARMH hará lo posible por encontrarlo, aunque es más complicado, por la ampliación de la carretera Ponferrada- A Rúa (N-536)», añade.
 
Su cuñado, otro ‘topo’
 
Claudio Macías no fue el único ‘topo’ en la familia. Su cuñado, el vecino de Columbrianos Antonio Fernández Abella, consiguió zafarse en 1936 de la saca en la que fueron asesinados 11 hombres en la pedanía ponferradina. Antonio permaneció 36 meses escondido en su casa, hasta que, acabada la guerra, se entregó. El tribunal que le juzgó en León, sin embargo, no encontró motivos para encarcelarle a pesar de sus «antecedentes izquierdistas y de matiz socialista» y en una sentencia de enero de 1940 le absolvió. Oculto durante toda la contienda, el consejo de guerra lo dejó en libertad. «No consta que aquél interviniese en ninguno de los desmanes que las hordas marxistas cometieron en los pueblos mencionados en los primeros días del Glorioso Alzamiento», escribió el tribunal.

jueves, 16 de octubre de 2014

Matar a un perro

 
Lo que somos...
 
CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 16 de octubre de 2014
 
Aquí matamos perros. Matamos galgos. Matamos toros. Matamos cabras y gansos en fiestas populares. Y presumimos de ello porque son nuestras tradiciones ancestrales.
 
Matamos rebecos en cacerías de señoritos. Matamos ciervos. Matamos lobos porque hacen daño a los rebaños. Y no matamos osos, aunque se coman la miel de las colmenas, porque hay pocos, todavía, y está muy perseguido.
 
Aquí matamos crías de gatos callejeros. No tienen utilidad. Apaleamos a los perros vagabundos. Nos desprendemos de los lebreles cuando ya no cazan, porque son viejos. Y los colgamos de los árboles en el monte, que así no molestan a nadie.
 
Eso es lo que somos. Unos salvajes. No tenemos sensibilidad.
 
Aquí nos extrañamos porque haya activistas dispuestos a manifestarse por un perro. ¿Por qué no hacen lo mismo con los negros de África? le he oído decir, en un alarde de demagogia, a mucha gente estos días a cuenta de Excálibur; el perro de la enfermera infectada de ébola sacrificado por las autoridades sanitarias.
 
 
Pero una cosa no quita a la otra y el perro también importa si nadie ha demostrado que haya riesgo de contagio. Quien no es capaz de tratar bien a un animal tampoco lo hará con un hombre, está comprobado.
 
 
Y aquí hemos matado a hombres como a perros. La propia expresión nos delata; 'lo mataron como a un perro'.
 
Eso hicieron con Arsenio Macías, que tenía 16 años cuando lo ataron a un árbol en la Curva de Villalibre, le clavaron un machete en los hombros, le destrozaron la cabeza y lo degollaron. 
 
Duele escribirlo. Dolerá leerlo. Pero más le duele a su familia el trauma que han arrastrado durante siete décadas. O a la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica que el Gobierno no aporte dinero para exhumarlo.
 
Y a todos aquellos que ven exagerado manifestarse por un perro, encadenarse por un toro, quejarse por una cabra o un ganso, un urogallo o un lobo, habiendo cosas más importantes que hacer, no les estoy viendo protestar delante de la subdelegación del Gobierno —aunque sólo sea por coherencia— para que saquen de una vez a Arsenio de la cuneta.

miércoles, 15 de octubre de 2014

La puerta verde


Vivienda de la calle Falcón de Villalibre, con la entrada a la bodega.
FOTO, cortesía de L. DE LA MATA

 
 
CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 9 de octubre de 2014

La casa está en la calle Falcón, en Villalibre de la Jurisdicción, a pocos metros del lugar donde en el año 2000 exhumaron a trece personas asesinadas durante los primeros días de la Guerra Civil.
 
La casa está deshabitada y a ratos parece a punto de derrumbarse.
 
Es de piedra y el revoque pintado de blanco se va desprendiendo de su fachada. Tiene una escalera de madera y un corredor pintado de verde. Como la puerta de la bodega, donde una placa con el nombre de Manuela Macías Fernández todavía advierte al cartero del lugar donde tiene que dejar la correspondencia. Manuela, que vivió soltera y sin hijos, tuvo una vida muy dura, cuentan sus vecinos. Se ganaba la vida vendiendo fruta en el mercado de Ponferrada y no se fiaba de cualquiera.
 
Al otro lado de la puerta verde de la bodega se encuentran algunos muebles viejos, cubiertos de telas de araña, una balanza romana que Manuela empleaba para pesar la fruta, revistas del corazón atrasadas, y un viejo reloj despertador que no funciona.
 
 
"Un viejo reloj despertador..." FOTO, cortesía de L. DE LA MATA
 
La bodega no tiene ventanas, es de piedra y en la pared de fondo aparecen las humedades. Es allí donde está enterrado su hermano.
 
Nadie sabe con exactitud cuándo tiempo estuvo escondido en la vivienda familiar Claudio Macías Fernández, un jornalero de izquierdas que había participado en la revolución del 34 y combatido en Asturias hasta que el frente se derrumbó y volvió a casa en el otoño de 1937. Claudio debió morir de una neumonía. Quizá pasara el día en el monte y la noche en la casa y por eso enfermó. Y como ya habían asesinado a su hermano Arsenio, de sólo 16 años, porque no había querido delatarle, cuando sintió que la enfermedad podía con él le pidió a su madre y a sus hermanas que metieran su cuerpo en un arcón y lo enterraran en la bodega.
 
Bajo un suelo de tierra y junto a una pared de piedra húmeda, han reposado sus restos durante más de setenta años. Descubro que hay miedos que no caducan ni con la muerte de un dictador. Y me pregunto por qué pintaría de verde Manuela la puerta de la bodega de su casa en la calle Falcón.

viernes, 3 de octubre de 2014

¿Y ahora qué?

Cartel promocional del Mundial de Ciclismo de Ponferrada



CUARTO CRECIENTE
Diario de León, Jueves 2 de octubre de 2014

Llegó el otoño y nos han caído encima los Presupuestos Generales del Estado, como una losa, las cuentas del Mundial de ciclismo, el temor a que no sea cierto que no nos van a subir los impuestos en Ponferrada, la cosecha de pimientos, cada vez más reducida, y una sensación de soledad, de fin de fiesta, que tiene a la ciudad envuelta en un manto de melancolía.

No.

Me parece que no.

No es un buen arranque para este artículo de opinión. Rebobino.

Llegó el otoño y las hojas de la alameda de Villafranca del Bierzo arrastran el eco de un relato de Pereira por el parque. El autor de los Cuentos de la Cábila ya tiene una placa en su casa, su nombre en el parador nacional, su cara en un sello, y en un mural, enorme, abigarrado, dentro del complejo hotelero que cierra todos los inviernos.

No.

Tampoco.

Esto empieza a parecerse, pero al revés, a esa frase que tanto me gusta de Pepín Ramos, el poeta de un cuento del mismo Pereira que se sentaba escribir en la taberna que llamaban el Senado y le nacía un verso hermoso, todavía único, con el que iba a arrancar un poema. «Lenta es la luz del amanecer en los aeropuertos prohibidos», escribía el poeta. Hasta que un parroquiano se acercaba con el vaso en la mano, leía lo que había escrito en la hoja y le decía; «Es un buen empiece Pepín. ¿Y ahora qué?»

Y esa es la pregunta que nos hacemos en Ponferrada después del Mundial. ¿Y ahora qué? Después de que los Presupuestos Generales del Estado sólo destinen 39.000 euros a la investigación, que se da por cerrada, de la combustión limpia del carbón. ¿Y ahora qué? A punto de que se extinga, como organismo independiente, la Fundación Ciudad de la Energía. ¿Y ahora qué? Y después de saber que el Gobierno sólo presupuesta para el próximo año 433.000 euros en una obra de 150 millones, la A-76, mientras el tren de alta velocidad sigue desaparecido.

¿Y ahora qué?

Pues eso.

Lenta es la luz del amanecer en los aeropuertos prohibidos...