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viernes, 30 de enero de 2015

Mestre reinventa 'El Señor de Bembibre'

 
'Hicieron volar la barca sobre las aguas del lago de Carucedo'.
 Ilustración de JUAN CARLOS MESTRE sobre un original de ZARZA Y BATANERO.
Cortesía de Valentín Carrera.
 
Diario de León. Jueves 29 de enero de 2015
 
Imagínense un unicornio en las páginas de El Señor de Bembibre. Una exótica ave de las selvas sudamericanas posada sobre un árbol en la orilla del lago de Carucedo mucho antes de que se descubriera el nuevo continente. Imagínense una fusión del paisaje medieval y la ilustración romántica con el lenguaje del cómic, el collage y los recortables, la pintura religiosa y el surrealismo. Imagínenselo y descubrirán que detrás de todo se encuentra el trazo inconfundible de Juan Carlos Mestre.
 
El ilustrador y poeta villafranquino, Premio Nacional de Poesía y mención de honor en el Premio Nacional de Grabado, se atreve ahora con un clásico. Y lo hace por partida doble, porque la nueva edición de El Señor de Bembibre que prepara el escritor y periodista Valentín Carrera no sólo reproduce el ensayo Historia secreta de la melancolía, que Mestre escribió sobre Enrique Gil y Carrasco en 2004 junto a Miguel Ángel Muñoz Sanjuan, también incluye 21 láminas con la reinterpretación que el artista villafranquino hace de las ilustraciones originales de Zarza y Batanero para la primera edición de la obra (Madrid, 1844).
 
«Es una relectura descontextualizada. Un divertimento para mi amigo Valentín Carrera», reconocía ayer el ilustrador, una de las voces que en los últimos años ha reivindicado no sólo la modernidad de su paisano Gil y Carrasco, antecedente del romanticismo poético de Bécquer, sino la vigencia de El Señor de Bembibre, novela que considera «una pequeña obra maestra».
 
Mestre le ha dado la vuelta a las ilustraciones de Zarza y Batanero, que otro escritor berciano como Ramón Carnicer calificó en su día de «mediocres», hasta transformarlas en algo completamente distinto del modelo original. Lo explica el propio Carrera en la nota del editor que acompaña a la nueva edición de la novela, el número nueve de la Biblioteca Gil y Carrasco donde está reuniendo las obras completas del autor romántico. «A la manera en que Picasso reinterpretó Las Meninas, Mestre ha reinventado los ‘mediocres’ grabados del siglo XIX en una lectura visual sugestiva, plena de imaginación y fantasía». Carrera continúa. «En esta reinvención de El Señor del Bembibre, el alquimista Juan Carlos Mestre ha fundido sentimientos, artes, estilos, la nobleza, el amor, la poesía, unicornios recién salidos del ciclo artúrico, miniaturas de manuscritos medievales, el lenguaje del cómic y los recortables, el Beato, los ciclos de los meses en el Panteón de San Isidoro, la pintura religiosa, el surrealismo... ¡Mestre en estado puro!», explica entusiasmado el editor.
 
Juan Carlos Mestre, por su parte, no desdeña, ni mucho menos, las ilustraciones originales del pintor Zarza y el xilógrafo Batanero, al contrario de lo que hizo Ramón Carnicer, autor de un prólogo sobre la novela convertido en un texto clásico que también incluye la nueva edición de Carrera. «Respondían al gusto de la época. Mostraban el mundo de los templarios como se veía entonces, que no había ni Wikipedia, ni Internet».
 
Completa la aportación desinteresada de Mestre a la nueva edición de El Señor de Bembibre el ensayo conjunto con Muñoz Sanjuan, publicado por primera vez en 2004. En Historia secreta de la melancolía, ambos enseñan a un Gil y Carrasco alejado de los convencionalismos, amigo íntimo del «revolucionario Espronceda», cuenta Carrera, y conectado a la corriente del liberalismo, que se había opuesto al absolutismo de Fernando VII. Un texto que ya se pregunta por los vínculos de Gil y Carrasco con la masonería y que dejaba entrever algunas dudas sobre su verdadera condición sexual, añade el editor. Un texto, en cualquier caso, donde Mestre y Muñoz Sanjuan defienden la importancia de la obra de Gil y Carrasco como antecedente del romanticismo poético de Bécquer, de la misma forma que Luis Cernuda y Ramón Sijé.
 
Escritor moderno
 
«La modernidad de Gil y Carrasco es incuestionable», decía ayer el poeta de su paisano decimonónico. Y lo es, además de por sus hallazgos poéticos o su labor como crítico teatral, que ha redescubierto Miguel Ángel Varela en un volumen anterior de la Biblioteca Gil y Carrasco, por la novedad que supone El Señor de Bembibre, vigente en el bicentenario del nacimiento de su autor. Mestre no comparte la visión de la novela de Azorín, que en una cita famosa la denostó por su trama «infantil» y sus personajes «poco coherentes», a la vez que la elogiaba porque introducía el paisaje en la literatura española. El villafranquino, sin embargo, afirma que Gil y Carrasco hace algo más, y de ahí su modernidad. «Gil y Carrasco convierte el paisaje en un personaje», afirma.
 
Y esa reinvención del paisaje del Bierzo hasta «elevarlo a la categoría de persona», según Mestre, no está lejos del espíritu con el que el autor de La bicicleta del panadero se ha acercado ahora a la iconografía clásica de Zarza y Batanero para darle otra vuelta de tuerca a una novela que nunca se agota.
 
 

'Doña Beatriz le aguarda al otro lado de la reja'.
Ilustración de JUAN CARLOS MESTRE sobre un original de ZARZA Y BATANERO

 
Un texto  "limpio de erratas y distorsiones" y con menos comas
 
Es sabido que Gil y Carrasco no pudo corregir las galeradas de El Señor de Bembibre porque partió antes para Berlín, donde moriría. La «desidia» de los sucesivos editores, cuenta Carrera, llevó a que la novela apareciera con erratas, errores de toponimía, cambios de nombre de personajes, números de capítulos repetidos y puntuación ajena al modo de escribir del autor. El primero en purgar el texto original en una edición crítica fue Ramón Carnicer en 1971. Carrera viene ahora «a hombros de gigantes» que también mejoraron la edición de la novela como el propio Carnicer, Campos, Picoche, Rubio, Mestre y Muñoz para ofrecer un texto «limpio de erratas y distorsiones», y con menos comas que interrumpan la lectura, en un intento de recuperar el ritmo fluido de otros escritos del autor.
 
 


Ilustración original de Zarza y Batanero



 
Así dibujaban Zarza y Batanero en 1844...
 
Los grabados originales de Zarza y Batanero responden "al gusto de la época", explica Mestre, que no es tan duro como Carnicer cuando calificó de "mediocres" las ilustraciones de 1844. La de Zarza y Batanero, cuyo rastro ha seguido el profesor Jovino Andina, es una visión "historicista" del mundo templario, aún hoy demasiado idealizado y que el poeta e ilustrador villafranquino no comparte. Un mundo de monjes guerreros, mercenarios, y una tradición, la de las Cruzadas, que a Mestre le resulta "ajena y distante" y que Gil y Carrasco sólo usó como telón del "discurso amoroso frente a la fuerza" de su novela.
 

Interpretación de Mestre de la lámina anterior

 
...y así lo ve Juan Carlos Mestre en 2015
 
Juan Carlos Mestre ha volcado toda su creatividad sobre las ilustraciones originales de Zarza y Batanero. El color, las imágenes surrealistas, cierto sentido del humor, el lenguaje del cómic, el lirismo y la fantasía que se desprende de las 21 láminas retocadas por el villafranquino, cuya faceta como ilustrador está igual de reconocida que su poesía, son uno de los mayores reclamos de la nueva edición de El Señor de Bembibre que Valentín Carrera quiere presentar a principios de febrero en la localidad que da nombre a la novela. Carrera compara el trabajo de Mestre con la reinterpretación de Picasso de Las Meninas. 



lunes, 26 de enero de 2015

Gil y Carrasco era rubio (o casi)

Imagen icónica de Gil y Carrasco, moreno, con los ojos oscuros y el pelo en retirada

CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 22 de enero de 2015


Gil y Carrasco era rubio (o casi). Tenía los ojos azules, el mirar abierto, con aire de hombre del Norte. Así lo describe otro escritor como Ramón Carnicer —y la cita la ha recuperado estos días Nicanor García Ordiz— que en 1971, casi un siglo y medio después de su publicación, purgó de erratas y topónimos equivocados el texto original de El Señor de Bembibre porque su autor no tuvo tiempo de revisarlo.
 
Gil y Carrasco era tan rubio, tenía la piel tan blanca y los ojos tan azules que parecía «oriundo» de Alemania, ya había escrito de él en 1846 un contemporáneo como Ferrer del Río. Y si quedara alguna duda sobre sus rasgos, el propio autor trazó un retrato de sí mismo en un poema en prosa —Anochecer en San Antonio de la Florida— dónde decía que sus ojos eran azules apagados y su cabello claro.
 
De Gil y Carrasco nos queda mucho por saber. Y mucho por leer, claro. Todavía es un gran desconocido, me dice Jovino Andina, el mayor coleccionista de ediciones de El Señor de Bembibre. El congreso del bicentenario debe servir ahora para que ocupe su lugar en la historia de nuestra literatura, y que no debe estar muy lejos de aquella cita de Azorín que calificaba su novela más famosa de «candorosa e infantil» y «sin trabazón lógica», pero importante porque «en sus páginas nace, por primera vez en España, el paisaje en el arte literario».
 
Gil y Carrasco vestía a la moda, con cierta severidad, y tenía ademanes reposados y la mirada un poco triste. Ignoro si el congreso nos aclarará aspectos de su vida de los que apenas se ha hablado. Me refiero a su pertenencia a la masonería y su supuesta homosexualidad. Sin duda, ayudarían a entender su obra. Aunque no me extrañaría que, viendo la controversia que genera entre quienes aún deben de considerar una vergüenza la homosexualidad y una herejía la masonería, suceda lo mismo que con la imagen icónica del escritor que ha llegado a nuestros días, tomada de una pintura posterior y repetida erróneamente en bustos e ilustraciones; un hombre mayor, de pelo negro escaso y ojos oscuros. Aunque todos sepamos que Gil y Carrasco murió con 30 años. Y era rubio (o casi).

lunes, 19 de enero de 2015

Todos los Señores de Bembibre

 
Edición de Aguilar, con ilustraciones de José Bort


 
Diario de León. Lunes 19 de enero de 2015

 
El Señor de Bembibre es una caja de pandora en la que cabe de todo. En primer lugar, caben erratas y topónimos equivocados que su autor no pudo corregir para la primera edición de la novela —publicada en 1844 en Madrid por Francisco de Paula Mellado— porque ya se encontraba de viaje a Berlín, donde fallecería. Tuvo que ser otro escritor hoy convertido en un clásico como Ramón Carnicer el que en 1971, casi un siglo y medio después de la muerte de Enrique Gil y Carrasco, purgara el texto original para una edición de bolsillo en Seix Barral.
 

Caben hermanos y amigos, como Joaquín del Pino y Fernando de la Vera e Isla, responsables de la segunda edición del texto en 1883, junto a la novela corta El lago de Carucedo y algunos artículos de crítica, y Eugenio Gil y Carrasco, que prologó aquella publicación de la que apenas quedan copias localizadas en la Real Biblioteca de Madrid o en Alicante.
 
Caben y cabrán ilustradores de renombre; desde los originales de Zarza y Batanero de 1844, que encarecían la primera edición de ocho a doce reales, a José Bort, dibujante de La Familia Telerín y Los Lunnis, que llegó a ilustrar una edición infantil de la obra. Cabe el trazo del berciano Ángel Ruiz, que se encargó de la portada que en 1971 editó la desaparecida Librería Arriba y Castro en Ponferrada, con el mismo prólogo clásico de Carnicer.
 

 
Ilustración de Zarza grabada por Batanero para la primera edición
  

Y cabe el talento del poeta e ilustrador villafranquino Juan Carlos Mestre, que prepara una nueva reinterpretación de los grabados originales para la nueva edición de la obra que Valentín Carrera quiere presentar en Bembibre el próximo mes de febrero dentro de su proyecto de la Biblioteca Gil y Carrasco, que recopila las obras completas del autor por primera vez desde 1954.

 
Por caber, cabe hasta un maestro fusilado durante la Guerra Civil, Rafael Álvarez, que en 1925 editó con el seudónimo P.R.M. la primera versión para escolares de la novela.
 
Y el guardián de la caja de pandora más grande de El Señor de Bembibre, donde caben hasta 85 de las casi cien ediciones de las que se tiene constancia que se han publicado de la novela histórica más famosa del Romanticismo español, es Jovino Andina, un profesor jubilado que ha dado clase en Bembibre, claro, donde reside desde que en 1968 llegó al Bierzo desde Taramundi (Asturias). Andina leyó por primera vez El Señor de Bembibre en la edición escolar  de Álvarez y posteriormente pagó 90 pesetas para adquirir la obra completa editada por Toray. Fascinado por el Bierzo, donde acabó por echar raíces, en el último medio siglo no ha dejado de rastrear la huella de la novela en librerías de viejo y bibliotecas a la vez que se convertía en uno de los divulgadores más conocidos de la cultura de la comarca. «Es una afición que fue creciendo a fuego lento», decía ayer en la biblioteca de su casa, mientras mostraba a este periódico algunas de las ediciones más curiosas de la novela sobre la que prepara un catálogo y un estudio editorial que próximamente publicará el Instituto de Estudios Bercianos y el propio Valentín Carrera.
 
 
La afición de Andina le ha llevado a rastrear los pasos de los primeros ilustradores, o a descubrir que detrás del enigmático seudónimo del responsable de la primera «adaptación para la clase de lectura de las Escuelas Primarias» (Benito Izaguirre editor, Madrid, 1925) se escondía el maestro Rafael Álvarez, que vivió en Bembibre de niño y que iba a morir paseado años después. Y entre todas las ediciones, con erratas o en miniatura, con textos críticos de Carnicer, de Jean Louis Picoche en Castalia, de Enrique Rubio en Cátedra (que ha alcanzado la 13ª edición), traducidas al alemán o adaptadas al inglés como la titulada The mistery of Bierzo Valley (Gethen y Veaho, Londres, 1938), la más apreciada de todas es una de la que sólo se hizo una copia; la que la familia del profesor Martín Simón, compañero de aulas en el colegio Menéndez Pidal, le transcribió a mano a Andina para regalársela el día en que se jubiló.

Ilustraciones de José Bort

La primera edición
 
A Jovino Andina sólo le falta una decena de ediciones de El Señor de Bembibre, entre ellas la que se publicó en 1883 con prólogo de Eugenio Gil y Carrasco, pero en 2003 todavía se hizo en Internet con una copia "en muy mal estado" de la primera edición de 1844. Y sólo tres años después, encontraría un ejemplar mejor conservado en la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Madrid, en la caseta de un librero catalán instalada frente al Café Gijón. "La conseguí por un precio módico, sólo me pidió 80 euros", dice de un libro que hoy ya no se encuentra. 
 


 

jueves, 15 de enero de 2015

Paparazzi

Fotograma de 'La dolce vita', de Fellini

CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 15 de enero de 2015

Hubo un tiempo en que los fotógrafos de las agencias de prensa se hacían amigos de los famosos. 

En el bar Chicote de Madrid no se tomaba una imagen de Ava Gadner sin permiso. Por allí pasaban Frank Sinatra, Lana Turner y otras joyas de la época como Luis Miguel Dominguín, matador de toros y seductor de actrices de Hollywood, que de vez en cuando orinaba bajo las mesas de los restaurantes caros sólo por provocar y sin que los camareros, ni los clientes, ni las cerilleras, se atrevieran a afearle su conducta. Y hasta Franco llevó una vez a aquella coctelería de la Gran Vía al presidente Eisenhower para invitarle a una copa durante la visita de Estado que sacó definitivamente a la dictadura de su aislamiento internacional.

Ninguno se sintió invadido por los fotógrafos.

En aquellos años, Clint Eastwood se paseaba en monopatín por Roma en los descansos de sus rodajes en Almería con Sergio Leone, propulsado por una vespa y sin miedo a que lo retrataran haciendo el ridículo. Elizabeth Taylor y Richard Burton enseñaban al mundo su amor tempestuoso. Y Fellini rodaba una película, La dolce vita, que dio nombre a toda la tribu de fotógrafos que seguía los pasos de actores como Warren Beaty y Marcello Mastroianni, o esperaban a que Audrey Hepburn, tan frágil, se asomara a la ventana de su hotel con una sonrisa.
 
Conserjes, botones, taxistas y camareros recibían propinas de los paparazzi para que les pusieran sobre la pista de los artistas y no faltaban los gestos mutuos de complicidad cuando se reconocían.
 
Hoy la tribu es más salvaje. Los famosos están escaldados y todo se ha vuelto más agresivo. El Chicote es otra cosa. Clint Eastwood ha envejecido. Anita Ekberg ha muerto, como Marcello, y ha dejado huérfana a la Fontana de Trevi. Audrey es un recuerdo. Taylor y Burton se consumieron. Y ningún torero se atrevería a mear debajo de una mesa en público, por si acaso.
 
Son otros tiempos. Todo el mundo tiene una cámara en el teléfono. Hoy te matan a bocajarro en plena calle por un dibujo y siempre hay alguien con un móvil para grabarlo, por muy cruel que sea la imagen, y una red social que lo difunde sin filtros.

 

jueves, 8 de enero de 2015

Elvis anciano



Elvis aparece en multitud de sellos de correos. Este es de Senegal, de 1998, con una imagen de su
'Comeback' de treinta años atrás. El cantante se reinventaba a finales de los años 60.

CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves
 
Si Elvis Presley no hubiera muerto en el baño de su casa, con un libro en las manos y después de una noche de insomnio que dedicó a jugar al tenis, tocar el piano y lavarse el pelo antes de encerrarse en el escusado con la lectura, tal día como hoy hubiera cumplido 80 años.
 
Elvis Aaron Presley nació un 8 de enero de 1935 en Tupelo, Mississippi, en una casa de madera de dos habitaciones que había construido su padre, Vernon Elvis, apenas un mozalbete de 18 años con pocas ambiciones. Elvis vino al mundo treinta y cinco minutos después de que lo hiciera muerto su hermano gemelo, Jesse Garon, y quizá por eso el vínculo que mantuvo con su madre Gladys siempre fue muy fuerte. Elvis tenía sangre escocesa e irlandesa, franco-normanda y alemana y una tatarabuela de Gladys había sido una india cherokee.
 
Fue un niño pobre, vivió en barrios de afroamericanos, y a los diez años debutó con una canción country en un concurso infantil vestido de cowboy. El resto de la historia se ha contado muchas veces. Viviendo en Memphis, Tennesse, el joven Elvis entró un día en los estudios Sun Records para grabar un disco de acetato de dos canciones que quería regalarle a su madre y allí empezó su carrera. Dos años después ya era una estrella del rock, cantaba Blue suede shoes, Hound dog y Heartbreak hotel, y volvía locas a las chicas con sus movimientos.
 


Elvis Presley, en la película 'Jailhouse rock',
una de las mejores que rodó.

 
Elvis cambió la música. Y algunas costumbres. Vendió millones de discos, apareció en películas muy malas, ganó mucho dinero, lo malgastó, se reinventó así mismo vestido de cuero, se dejó manipular por su manager, compró una mansión con teléfono en el baño, se interesó por el esoterismo, la filosofía tibetana, la numerología y los rosacruces, y acabó convertido en un tipo estrafalario, que salía a cantar con camisas de flecos y pantalones de pata de elefante. Engordó. Se aficionó a los combinados de medicamentos. Pero nunca perdió la voz.
 
Si no hubiera muerto, hoy habría cumplido 80 años. Elvis anciano. Y todavía hay gente que le echa tanto de menos que sigue creyendo que está vivo, en un pantano de Luisiana, en un atolón del Pacífico, en un viejo disco de acetato con dos canciones para su madre.

lunes, 5 de enero de 2015

El final de la crisis

George Bush, vestido de piloto en el portaviones Abraham Lincoln.
 FOTO: Larry Dowing (Reuters, tomada de El Universal)
CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 18 de diciembre de 2014
 
Les aseguro que lo intento. Igual que a Luis Enrique, el entrenador del FC Barcelona, le ha recomendado el médico que no lea las críticas negativas después de los partidos, yo me he propuesto escribir menos de Mariano Rajoy. Es una cuestión de salud mental. De no vivir en el cabreo permanente. Pero es que el presidente del Gobierno es una caja de pandora. Abres la tapa y sólo aparecen tormentas.
 
Rajoy anuncia medidas contra la corrupción, como aumentar la plantilla de jueces, y resulta que detrás de todo se esconde una maniobra, ya les he hablado aquí de ello, para sacar a concurso la plaza de un magistrado incómodo como Pablo Ruz y apartarle de la instrucción del caso Gürtel, que tanto daño le puede hacer al PP en año electoral.
 
Rajoy anuncia medidas contra la corrupción, sí. Pero en lugar de aumentar la plantilla de policías, como piden los jueces, el Ministerio del Interior destituye por tercera vez en esta legislatura a uno de los principales comisarios que investigan las tramas ocultas. Y vuelvo a citar al periodista Ignacio Escolar, que está dejando frases antológicas para explicarnos lo que ha pasado con el relevo de José Luis Gudiña al frente de la Brigada Central de Investigación de Blanqueo de Capitales y Anticorrupción: "Cuando al PP no le va bien con un juicio, no sólo cambia de juez; también de policía".
 
Pero para antológicas, las frases con las que nos premia Rajoy. Ya desde los "hilillos de plastilina" que se desprendieron del Prestige y que se convirtieron en una marea negra de 125 toneladas de fuel diarias, el entonces ministro de Aznar prometía. Sus sms a Bárcenas como presidente del Gobierno -especialmente ese "hacemos lo que podemos" que ahora adquiere todo su significado-, le habrían costado el cargo si viviéramos en un país con mayor tradición democrática.
 
Y ahora ha dicho que "la crisis es historia del pasado". Es oficial. Y la frase me recuerda a la que pronunció George Bush en la cubierta del portaviones Abraham Lincoln y vestido de piloto, cuando anunció el final de la Guerra de Irak. Aquella campaña de 2003 la llamaron Operación Libertad Duradera. Y desde entonces no han dejado de matarse.