Buscar este blog

martes, 19 de abril de 2016

La Sombra Blanca en 'Qué Leer'

Fotograma de 'Yo acuso', película de 1919 rodada por Abel Gance

 
La Sombra Blanca  y los fantasmas
de la Gran Guerra
CARLOS FIDALGO      
 
La Sombra Blanca es un juego de voces. Un relato de fantasmas ambientado en las trincheras del Somme durante el último año de la Primera Guerra Mundial, y en el condado de Argyll, en las tierras bajas de Escocia, donde los brazos de mar irrumpen en la costa para formar los lagos marinos o loches. Territorio de metáforas.

            Escocia es tierra encantada desde que Cailleach Béirre, la reina del invierno, creó las colinas y las montañas, de acuerdo con la tradición celta. Diosa anciana de piel azulada, las leyendas del norte aseguran que se convertía en una mujer joven y hermosa cada vez que salía a buscar guerreros en los bosques para tener descendencia con ellos.

            Y aquí tenemos un primer eslabón del misterio.

            Escocia, que también es lugar de selkies, o sirenas de las islas Feroe, y de duendes diminutos, comparte con Irlanda la figura espectral de las bean shide –o banshees-  mujeres que se aparecían a los soldados durante la vigilia de una batalla, vestidas con sudarios grises o blancos. Es famoso el relato de la bella Abhill, que bajó de las colinas a las playas de Clontarf, donde habían desembarcado los temibles vikingos, para advertir al rey Brian Boru, que defendía la ciudad de Dublín, del derramamiento de sangre que se iba a producir al día siguiente. Abhill lloró de pena aquella noche, en vísperas del 23 de abril de 1014, mientras lavaba la ropa de los soldados del rey y el agua del río Liffey enrojecía.

            ¿Es una banshee la mujer que descubren en el mar los soldados escoceses que cruzan el Canal de la Mancha, camino de las trincheras de Francia, en el comienzo de La Sombra Blanca? ¿Es la muerte, que les aguarda?
 
Antigua postal de Edimburgo, con la colina del castillo al fondo.

            Que Escocia es territorio de fantasmas lo sabemos por los cuentos de Walter Scott, en los albores de la novela gótica, y los relatos de Robert Louis Stevenson. Dickens, otro cultivador del género, situó en el estuario del Forth, a las puertas de Edimburgo, la perturbadora historia de una joven que ve cómo su prometido entra en su cuarto, empapado, la noche antes de recibir una carta con la noticia de que el bergantín donde navegaba de camino a la guerra con Prusia se había ido a pique con todos sus tripulantes a bordo durante una galerna.


            El autor de Oliver Twist y del famoso Cuento de Navidad repitió un esquema parecido en otros relatos de misterio y resulta curioso comprobar cómo ese patrón caló tanto en el imaginario colectivo que algunos soldados de la Gran Guerra relataron espisodios similares. ¿Sugestión?

            Llama la atención el caso del poeta inglés Wilfred Owen. Alistado en 1915, afrontó la guerra con el mismo optimismo ingenuo de los soldados movilizados para luchar en Francia en el verano de 1914, hasta que dos experiencias traumáticas cambiaron su percepción de los combates. Primero fue un disparo de mortero, que lo arrojó sobre los restos de un compañero. Después algo peor. Durante días estuvo atrapado en una vieja trinchera alemana, en tierra de nadie.  Trasladado a un hospital de Edimburgo con estrés postraumático, Owen escribió una serie de poemas muy crudos sobre el horror de la lucha en las trincheras. Después de sus experiencias, no tenía ninguna obligación de reincorporarse al Ejército cuando se recuperó. Pero lo hizo en las últimas semanas de los combates, ya en julio de 1918, porque sintió que su deber era relevar a Sigfried Sasson, su amigo y mentor, quizá su amante, repatriado después de recibir un disparo en la cabeza. 

Wilfred Owen

            Y aquí comienza lo más extraño de esta historia que ha alimentado la imaginación de los defensores de los fenómenos paranormales en revistas y programas de televisión. Harold Owen, oficinal naval en un barco que navegaba a principios de noviembre por la costa de África, el HMS Astreae, asegura que se encontró a su hermano Wilfred en su camarote. Le preguntó qué hacía allí. Por qué no estaba con su unidad en Francia. Y en ningún momento obtuvo respuesta. Harold asegura que tuvo que acostarse porque se sintió terriblemente el cansado y sin que Owen hubiera abierto la boca. A la mañana siguiente, su hermano mayor ya no se encontraba sentado en su escritorio. “Cuando desperté, sabía con certeza que Wilfred estaba muerto”, escribió en  Journey From Obscurity, Wilfred Owen, 1893-1918. Y efectivamente, en seguida le informaron de que a Wilfred lo habían abatido mientras cruzaba el Canal Sambre-Oise, a cientos de kilómetros de allí, una semana antes de que acabara la guerra. Y una semana fue lo que tardó el telegrama con la mala noticia en llegar a manos de la madre de los Owen, el mismo día del Armisticio.
            No es una explicación desdeñable aventurar que detrás de estas apariciones no haya más que una proyección del dolor de la guerra de trincheras y los shocks casuados por los horrores que presenciaban los soldados. El historiador Tim Cook publicó en 2013 un artículo en la revista Journal of Military Story (Grave Beliefs: Stories of the Supernatural and the Uncanny among Canada’s Great War Trench Soldiers. Páginas 521-542) sobre compatriotas que afirmaron haber visto a compañeros resucitados en las batallas de Passchendaele y Vimy Ridge. Director de Investigación en el Museo de la Guerra de Canadá, profesor adjunto de Historia en la Universidad de Carleton y autor de varias publicaciones sobre las tropas canadienses que combatieron en la Primera Guerra Mundial, Cook revisó cartas y diarios de soldados de su país para estudiar de qué forma se enfrentaban a los combates. Algunos de esas cartas, como la de aquel soldado que escribió a su madre para decirle que la había visto a pocos metros de su trinchera y que había salido a campo abierto para caminar hacia ella justo en el momento en que un obús alemán destrozaba a sus compañeros en la zanja, parecen influidos por un cuento gótico.

            Algo tuvo que ver, seguro, en ese estado de ánimo la leyenda de la batalla de Mons, popularizada por el escritor Arthur Machen y que circuló por las trincheras y la retaguardia en los primeros meses de la guerra; arqueros la Guerra de los Cien Años que quinientos años después se levantan del campo de batalla donde murieron, como ángeles de la guarda, para proteger con sus flechas la retirada de sus compatriotas, desbordados por el implacable avance de los alemanes. ¿Histeria colectiva?
Batalla de Paeschendale. Agosto de 1917

           
             La de Mons no era la primera batalla de fantasmas de la que se tiene noticia.  El día de Nochebuena de 1642, al comienzo de la Guerra Civil inglesa, algunos habitantes de Edghill vieron enfrentarse a los muertos del bando del rey con los caídos leales a Cromwell en una repetición del combate que había desatado el conflicto unas semanas atrás. Hubo incluso un impresor, Thomas Jackson, que publicó aquellos relatos tan espeluzantes. Historias que llegó a leer el monarca, Carlos I, hasta el punto de enviar a una comisión real para que le aclarara lo sucedido. Culloden, Shiloh, Büderlin, son otros nombres de batallas famosas donde el trauma de la guerra engendró ‘visiones’ parecidas.

            “Somos los muertos”, escribió el médico canadiense John McCrae, que sirvió en la Primera Guerra Mundial y murió de una neumonía antes de que acabara el conflicto, para dar voz a los caídos en su poema En los campos de Flandes. Los versos de McCrae, escritos después de ver morir a un amigo, hablan de las amapolas que crecen entre las cruces de los cementerios militares y son el embrión del Poppy Day con el que el mundo anglosajón todavía conmemora cada 11 de noviembre, a las 11 horas, el final de aquella pesadilla.

            Un rastro de pétalos en un cementerio, un epitafio en latín, un soldado que hace guardia, son otros elementos que desenredan el misterio de La Sombra Blanca, novela de fantasmas, sí. Y algo más.

            Transcurrido un siglo desde la Gran Guerra, así se la llamó porque nadie se imaginaba que aquel horror pudiera repetirse veinte años después, todavía hay algo más que contar. Algo que no encaja en la realidad.
 
Fotografía de Mitch Glover en el cementerio de Neuville Sant.
Aparecida en el Daily Mail.
           
         En el verano de 2014, un adolescente inglés que visitaba Neuville Sant, el mayor cementerio de la Primera Guerra Mundial en Francia con más de cuarenta mil sepulturas, se entretuvo fotografiando con su IPhone las hileras de cruces –“fila sobre fila”, escribía Mcrae– que marcaban el lugar de los caídos. Cuando revisó las imágenes en su casa descubrió un sombra entre las lápidas; la figura difuminada de un soldado escocés, y se distinguía su kilt de cuadros, al pie de una tumba. La historia que contó Mitch Glover y la fotografía del supuesto fantasma saltó a las agencias de noticias y de ahí a la prensa seria, incluso se pudo leer en medios españoles como el Abc o La Vanguardia. No parecía ningún truco. Simplemente no había una explicación racional, más allá de que cientos de  escoceses habían muerto combatiendo cerca de Neuville Sant en el año 1917.

 

            El pionero del cine francés Abel Gance, y ahora sí, entramos en el corazón de La Sombra Blanca, dirigió en 1919 un furioso alegato contra la Gran Guerra que tituló Yo acuso. Gance, que realizaría una segunda versión de su película en los años treinta, justo antes de la Segunda Guerra Mundial, rodó escenas escalofriantes, donde los soldados muertos se levantaban de los lugares donde habían caído y caminaban hacia las ciudades para advertir a los vivos sobre la estupidez de la guerra. Las alucinadas imágenes de Yo acuso, que pueden encontrarse fácilmente en You Tube y parecen salidas de un mal sueño, no han perdido su fuerza ni su carga poética a los cien años del rodaje.
 
En una cafetería de la Gran Vía. Foto: BENITO ORDÓÑEZ
 
            A nadie le extrañe, por tanto, que el barro y las alambradas, la humedad y las ratas, las zanjas abiertas en la campiña francesa en vísperas de la última ofensiva alemana en la primavera de 1918, sean el escenario donde fermente esta novela de fantasmas. Porque la Primera Guerra Mundial asomó al hombre al infierno. Imagínense el terror que sintieron los primeros soldados británicos y franceses que vieron avanzar hacia ellos, al comienzo del conflicto, una nube de gases tóxicos. Imagínense el pánico de los soldados alemanes que tiempo después se enfrentaron a los primeros tanques, diabólicos artefactos de metal inmunes a las balas. Imagínense los lanzallamas, los primeros bombardeos. “No hay lugar donde esconderse”, dice uno de los personajes de La Sombra Blanca; el viaje de ida y vuelta de la guerra de un recluta escocés que esconde un misterio aún más inquietante que esa mujer, ligera como la niebla, que aparece y se desvanece a lo largo de la novela. Que anuncia la muerte, o quizá sea un símbolo de esperanza. Y ninguna bala puede hacerla caer.

Qué leerPáginas 34 a 37.
Número 218. Marzo de 2016

miércoles, 28 de octubre de 2015

Campos de Flandes

El poema de John MaCrae, In Flanders Fields sirvió para vender bonos de guerra


Poppy Day. El día en que
acabó la Gran Guerra

Fue a las 11 horas del día 11 del mes 11 de 1918. El día en que acabó la Gran Guerra. Y para recordarlo, cada vez que se acerca noviembre, en el Reino Unido tienen la costumbre de colocarse amapolas en las solapas de las chaquetas y de los abrigos (hasta un entrenador de fútbol como Mourinho, que es portugués, lo ha hecho estos días).


Las amapolas son las flores de los muertos. Crecían en los cementerios militares donde enterraban a los caídos. Y de las amapolas que nacían en los campos de Flandes hablaba el poema del médico canadiense John McCrae In Flanders Fields, que reproduzco más abajo traducido y que estoy usando para acercaros el tono y la atmósfera que he tratado de captar en La Sombra Blanca, mi segunda novela.

Porque de las amapolas, del rastro que dejan los fantasmas, también habla La Sombra Blanca, editada por Reino de Cordelia y que en estos días cercanos al Poppy Day, aniversario del final de la guerra de trincheras, voy a presentar en Valladolid (viernes 30 de octubre en la librería Oletvm) y en Madrid (jueves 12 de noviembre en la Casa del Libro de la Gran Vía).

Luis A. Espuny explica muy bien en este artículo de Jot Down que me ha hecho llegar Fernando Tascón el significado de un símbolo que recorre la historia que he escrito.

La Sombra Blanca, os lo recuerdo, es un juego de voces, una historia de intriga que escarba en el misterio de un recluta escocés y en su viaje de ida y vuelta de las trincheras. Es un viaje al horror. Y usa las armas de la poesía, el ritmo, la frase corta, el espacio en blanco que separa los párrafos, para darle más intensidad a la narración.




Viernes 30 de octubre, Librería Oletvm de Valladolid,
con Antonio García Encinas y Gustavo Martín Garzo

La librería Oletvm acoge el viernes 30 de octubre a las 19.30 horas la presentación de La Sombra Blanca. Me acompaña mi amigo Antonio García Encinas, periodista de El Norte de Castilla, compañero de estudios en la Universidad Complutense cuando teníamos la misma edad que los reclutas que combatieron en la Gran Guerra, autor de cuentos que prometen y de poemas que no deja ver a casi nadie.

También contaré con el escritor Gustavo Martín Garzo. Y es una feliz coincidencia que su última novela Donde no estás, (Destino 2015) también hable de una fantasma y sea una historia de misterio.

De nuevo proyectaremos, como hicimos en León, Ponferrada y Bembibre, el audiovisual con fotografías como las que véis en esta entrada, la música de Tarna y Flanders Fields y la voz de Fernando Tascón recitando el poema de John McCrae.



Jueves 12 de noviembre,
Casa del Libro de la Gran Vía de Madrid,
 con Javier Sierra, Luis Alberto de Cuenca y Jesús Egido

En Madrid, la Casa del Libro de la Gran Vía, una de las librerías más antiguas de la ciudad y situada en una calle que no me canso de pisar, será el 12 de noviembre, un día después del Poppy Day, el lugar donde daré a conocer la novela a los lectores de la capital. A las 19.30 horas, me acompañará el escritor Javier Sierra, que ha logrado llegar a miles de lectores con sus historias de intriga (desde La cena secreta a El maestro del Prado). Y el poeta Luis Alberto de Cuenca, lector de cómics (y algo tuvo que ver Tardi con el origen de La Sombra Blanca), conocedor de la literatura fantástica como pocos y al que hace unos días le concedían el Premio Nacional de Poesía por su poemario Cuaderno de vacaciones (Visor, 2015).

Aquí les agradezco a los cuatro su generosidad. Porque sé lo importante que es su tiempo. Y os doy las gracias también a todos los que os habéis parado a leer esto. Porque el vuestro también lo es.

Mención aparte para mi editor en Reino de Cordelia, Jesús Egido, que también nos acompañará en Madrid y al que le agradezco la apuesta que ha hecho por la novela y el buen gusto a la hora de editarla.
CARLOS FIDALGO

In Flanders Fields, de John McCrae
Traducción de Borja Aguiló y Ben Clark


En los campos de Flandes las amapolas se mecen
entre las cruces, fila sobre fila,
que marcan nuestro sitio; y en el cielo
las alondras, aún cantando embravecidas,
vuelan sin oírse apenas entre los cañones.

Somos los Muertos. Hace pocos días 
vivimos, sentimos el amanecer, vimos el brillo del ocaso,
amamos y fuimos amados, y ahora aquí yacemos 
en los campos de Flandes. 

Retomad la disputa que fue nuestra: 
estas débiles manos os entregan 
la antorcha; levantadla bien alto.
Y si falla esta fe que compartimos
no podremos dormir, aunque crezcan las amapolas
en los campos de Flandes.



Lo que ha dicho la crítica de La Sombra Blanca

"Una novela maravillosa. Atención a este autor, con una de las prosas más interesantes que me he encontrado". 
MARTA RIVERA DE LA CRUZ. La Linterna de la Cope.

"Espléndida novela corta que recuerda al mejor Henry James".
SANTOS DOMÍNGUEZ. Encuentros de lecturas.



"Una novela torrencial e inquietante que consigue cautivar al lector con su fuerza narrativa".
JAVIER MENÉNDEZ-LLAMAZARES. Diario Montañés.


"Transita entre la impronta de una colección de estampas impactantes, rociadas con las gotas exactas de lírica, y una cierta indefinición que le sienta de fábula a un giro final que no puede ni debe resultar sorprendente".
MILO J. KRMPOTIC. Librújula.


"La agilidad de la escritura, el dinamismo de la acción o la sorpresa ante lo inesperado, los rostros desencajados que el lector ve ante sí o las conversaciones entrecortadas a las que asiste encogido, todo lo maneja Carlos Fidalgo con la maestría del escritor que se siente creador y aliado de sus personajes".
TOMÁS-NÉSTOR MARTÍNEZ. astorgaredacción.com

martes, 29 de septiembre de 2015

Primeros pasos de La Sombra Blanca

Soldados de un regimiento de Yorkshire. Fotografía de NLS. HAIG

Un otoño de sombras

Este otoño acercaré La Sombra Blanca, -la novela que me acaba de publicar la editorial Reino de Cordelia-  a todos aquellos lugares donde estén dispuestos a escuchar una historia de fantasmas: haré escalas en Madrid, Valladolid, León, y en el Bierzo, en Ponferrada, Bembibre y Torre. También iré a algunas ciudades más del norte, del sur y del centro de España.  Y estaré siempre bien acompañado. Agradezco su generosidad a escritores, periodistas,  cineastas y amigos como Javier Sierra, Luis Alberto de Cuenca, Gustavo Martín Garzo, Fernando Tascón, Joaquín S. Torné, Juan Carlos Franco, Antonio García Encinas, Tomás Néstor Martínez, Miguel Ángel Varela, Nicanor García Ordiz y Gabriel Folgado, además de  los músicos del grupo leonés Tarna (Rodrigo Martínez y Diego Gutiérrez) y de la banda holandesa de jazz Flanders Fields (Richard de Nooij, Hans Kuykens, Robert Jan Koelman y Roland Knoppe) que ya me están ayudando a extender la sombra.

A medida que se acerquen las fechas, os iré informando en este blog.

LEÓN. Jueves 1 de octubre.

17.30-19.00 horas. Me encontráis en el Departamento de Libros de El Corte Inglés (Planta 4º) para firmaros la novela.

20.00 horas. Presentación del libro en el Club de Prensa de Diario de León. Gran Vía de San Marcos 8. Entrada por la calle Fajeros.
Estaré acompañado por Joaquín S. Torné, director de Diario de León y por el escritor Tomás Néstor Martínez.

El viernes 27 de noviembre volveré a León para relacionar La Sombra Blanca con la literatura de la Primera Guerra Mundial en una charla en la Biblioteca Pública.

PONFERRADA. Jueves 15 de octubre.

19.30 horas. Presentación en la Casa del Libro del centro comercial El Rosal. Me acompañan Juan Carlos Franco, delegado de Diario de León, Miguel Ángel Varela, director del Teatro Bergidum, y el escritor y periodista Fernando Tascón.

Proyectaremos el audiovisual que incluye fotografías de la Primera Guerra Mundial y las Tierras Bajas de Escocia, música del grupo  Flander Fields y la voz de Fernando Tascón, que se une así a la de los fantasmas de la novela para recitar el poema de John Alexander McCrae, En los campos de Flandes (In Flanders Fields).

miércoles, 9 de septiembre de 2015

La Sombra Blanca

Portada de La Sombra Blanca, editada por Reino de Cordelia


Una novela de fantasmas
en las trincheras
de la Primera Guerra Mundial


La llamaron la Gran Guerra, porque nunca se había visto un horror mayor. Un conflicto absurdo, que comenzó como resultado de un juego de alianzas entre naciones, y que cambió para siempre la percepción de la lucha armada. Aparecieron los tanques, los lanzallamas, los aviones, las armas químicas que cegaban a los soldados. Se cavaron trincheras laberínticas, pasaron inviernos y veranos con las tropas estáticas, se sucedían los ataques suicidas, el tedio, el barro y la disentería. Y el miedo. Miedo a la muerte.

No es extraño que se produjeran alucinaciones colectivas -en Mons, en agosto de 1914, soldados británicos creyeron ver a sus antepasados de la Guerra de los Cien años, que habían combatido en las mismas tierras durante la batalla de Agincourt (1415), disparando flechas a los alemanes para protegerles en su retirada, o así lo contó el escritor Arthur Machen en el Evening News, en un texto que acabó por crear una auténtica leyenda urbana- cegueras histéricas (el cabo Hitler de ingrato recuerdo la sufrió), o traumas de por vida. Fue la guerra de los mutilados, una generación de jóvenes sacrificada, la guerra interminable, la guerra de desgaste...

Soldados australianos en una trinchera de Yprés en 1917.
Foto del capitán FRANK HURLEY

Este es el escenario en el que sitúo mi segunda novela. Os recuerdo que la primera, El agujero de Helmand, (Premio Tristana de Novela Fantástica en 2010) ya se trataba de otro relato de atmósfera inquietante con un grupo de soldados como protagonistas; marines destinados en el Afganistán actual que oyen hablar en ruso y descubren extrañas señales luminosas cada noche, mientras hacen guardias tediosas en lo alto de un promontorio amurallado por el que había pasado Alejandro Magno dos mil años atrás, camino de la India.

Si El agujero de Helmand estaba basado en sucesos reales, en La Sombra Blanca todo es inventado.

O no.

Empecé a escribir la novela hace diez años. Sus primeras versiones cogieron polvo en un cajón. Después de publicar la historia sobre el río Helmand, y entre cuento y cuento, la recuperé, le cambié el título dos veces, añadí algunos personajes secundarios que ayudan a entender mejor la trama, la sucesión de narradores en primera persona que guían al lector hasta el desenlace, y corté algunas escenas que sólo añadían confusión.  La Sombra Blanca es, por tanto, mi primera y mi segunda novela a la vez. Y este desdoblamiento encaja muy bien con la fusión de voces que se produce en el relato...

Los versos de In Flander's fields se hicieron tan populares que sirvieron para vender bonos de guerra.

Es una historia de misterio. Una carrera de relevos. Un relato de intriga que no es ajeno a la sensibilidad de poemas tan famosos en el mundo anglosajón, y en especial en Canadá, como In Flander's fields, del oficial médico y poeta John McCrae, que describió los campos de amapolas, la flor de los muertos, que crecían en los cementerios de soldados de Flandes.  

Me entra un ligero escalofrío al hablar de McCrae. El poema y la tragedia de su autor, que murió de neumonía antes de que acabara la guerra, me llegó con más detalle con la novela ya terminada y entregada al editor. Desconocía que esos versos los había escrito después de ver morir a un buen amigo. En la novela, ¿es casualidad? ¿alguien me lo susurró al oído? hay un médico militar que oye la voz de un buen amigo después de muerto. Y los pétalos tienen un papel importante en la trama.

Gassed, de John Singer Sargent

La portada es un detalle del famoso cuadro que John Singer Sargent pintó entre 1918 y 1919 para retratar a un grupo de soldados cegados por el gas mostaza. Cegados por la guerra. Por un concepto trasnochado del honor y la gloria que se desvaneció muy pronto. (Recordad el fervor con el que se movilizaron los jóvenes en Europa para alistarse en el verano de 1914). Acostumbrado a realizar retratos de la burguesía de su época, el pintor norteamericano se inspiró, posiblemente, en la fotografía tomada por el segundo teniente Thomas Keith Aitken durante la Batalla de Estaires en abril de 1918 para reflejar la pesadilla de la guerra de forma realista.

Soldados británicos gaseados en la Batalla de Estaires. 18 de abril de 1918.
Foto del segundo teniente THOMAS KEITH AITKEN

El cuadro, un encargo del Comité Británico de Guerra para conmemorar la cooperación anglo-estadounidense durante el final del conflicto, cuelga hoy de las paredes del Museo Imperial de la Guerra en Londres. 

La Sombra Blanca es una historia de fantasmas. Enlaza con las leyendas tradicionales de la Dama Blanca, una figura recurrente en el folklore europeo. Y el impulso de escribir nació de una escena de una novela semidesconocida de Bram Stoker, La dama del sudario (posterior a Drácula), que comienza con el descubrimiento de una aparición espectral en el mar. 

Han pasado diez años desde que escribí la primera frase. 'Ahora sé que soñé contigo...'. La escritura me ha acompañado más de una noche. Y ahora espero que también os quite el sueño a vosotros... 

CARLOS FIDALGO


Campos de amapolas, la flor de los muertos

 Primeros pasos de La Sombra Blanca

Este otoño acercaré La Sombra Blanca a todos aquellos lugares donde estén dispuestos a escuchar una historia de fantasmas: haré escalas en Madrid, Valladolid, León, y en el Bierzo Ponferrada, Bembibre y Torre, además de algunas ciudades más del norte y del sur y del centro de España.  Y estaré siempre bien acompañado. Mi agradecimiento a escritores, periodistas, cineastas y amigos como Javier Sierra, Luis Alberto de Cuenca, Gustavo Martín Garzo, Fernando Tascón, Joaquín S. Torné, Juan Carlos Franco, Antonio García Encinas, Tomás Néstor Martínez, Miguel Ángel Varela, Nicanor García Ordiz y Gabriel Folgado, además de los músicos del grupo leonés Tarna (Rodrigo Martínez y Diego Gutiérrez) y de la banda holandesa de jazz Flanders Fields (Richard de Nooij, Hans Kuykens, Robert Jan Koelman y Roland Knoppe), que ya me están ayudando a extender la sombra.

A medida que se acerquen las fechas, os iré informando en este blog.


LEÓN. Jueves 1 de octubre.

17.30-19.00 horas. Me encontráis en el Departamento de Libros de El Corte Inglés (Planta 4º) para firmaros la novela.

20.00 horas. Presentación del libro en el Club de Prensa de Diario de León. Gran Vía de San Marcos 8. Entrada por la calle Fajeros.
Estaré acompañado por Joaquín S. Torné, director de Diario de León y por el escritor Tomás Néstor Martínez.

El viernes 27 de noviembre, volveré a León para relacionar La Sombra Blanca con la literatura de la Primera Guerra Mundial en una charla en la Biblioteca Pública.

PONFERRADA. Jueves 15 de octubre.

19.30 horas. Presentación en la Casa del Libro del centro comercial El Rosal. Me acompañan Juan Carlos Franco, delegado de Diario de León, Miguel Ángel Varela, director del Teatro Bergidum, y el escritor y periodista Fernando Tascón.

Proyectaremos un audiovisual que incluye fotografías de la Primera Guerra Mundial y las Tierras Bajas de Escocia, de fondo un tema del grupo Tarna y otro de Flanders Fields y la voz de Fernando Tascón, que se une así a la de los fantasmas de la novela para recitar el poema de John Alexander McCrae, En los campos de Flandes (In Flanders Fields).

miércoles, 11 de marzo de 2015

Promesas


Imagen tomada de www.img.irtve.es

CUARTO CRECIENTE
Diario de León Jueves, 26 de febrero de 2015

Puedo prometer y prometo.., decía Adolfo Suárez en uno de sus discursos más célebres. Y la expresión —pronunciada por un hombre encumbrado a su muerte como padre de la patria por los mismos que primero quisieron encerrarle en el ostracismo y después construyeron en torno a él uno de los mitos de la Transición— suena como un eco en la cabeza de los españoles después de escuchar las intervenciones de nuestros políticos durante el Debate sobre el estado de la Nación.
 
Prometo crear tres millones de empleos en los próximos cuatro años, ha dicho Mariano Rajoy en el Congreso. Y la pregunta que muchos nos hacemos es si el presidente puede prometer lo que promete. Especialmente después de que haya incumplido casi todo lo que anunció hace tres años, cuando se presentó a las elecciones generales con un programa de gobierno B, el que nos ha conducido al austericidio, que ocultó deliberadamente.
 
«Su gestión ha sido un fraude», le ha dicho a Rajoy, por su parte, el líder del principal partido (todavía) de la oposición, el socialista Pedro Sánchez. Y tampoco faltó una promesa en su boca. El PSOE traerá «la España de las oportunidades, con una recuperación justa y una política limpia», prometió después de reprocharle al presidente sus promesas falsas, los duros recortes sociales, los sobresueldos en su partido y que su particular forma de entender la regeneración democrática sea «golpear a martillazos el ordenador de Bárcenas».
 
«Vamos a cerrar el grifo corrupto que lleva el dinero de lo público a lo privado», ha prometido Alberto Garzón. Y los cronistas aseguran que si Pablo Iglesias, el líder de la oposición emergente, hubiera estado en el Congreso en lugar del portavoz de Izquierda Unida, hubiera prometido algo parecido.
 
La última pregunta que me hago es si puede Podemos prometer lo que promete Garzón desde su escaño antes de que la corrupción vacíe los depósitos del Estado. Y poder, puede, claro. Otra cosa es que aquellos que han puesto la mano en el grifo del que fluye el dinero, el que aportamos cada año los españoles con nuestros impuestos, les cedan el paso sin hundir antes su reputación. 

lunes, 2 de marzo de 2015

El día en que Azaña caminó por la Calle del Agua


Manifestación a favor de Azaña. Villafranca, febrero de 1936. Foto. A. PARRA

Diario de León. Domingo 1 de marzo de 2015

Ocurrió un 17 de septiembre de 1932. La República era joven, los viajes por carretera más largos y Manuel Azaña presidía del Consejo del Ministros y se encargaba de la cartera de Justicia. A la una de la tarde, y en una escala de un viaje «de riguroso incógnito» a Galicia, Azaña y su mujer se detuvieron en Villafranca del Bierzo. Y les recibió una verdadera multitud de vecinos que marchó a su encuentro por el viaducto de hierro para darles una calurosa bienvenida


De aquella escena entusiasta quedan unas pocas líneas en periódicos como La Libertad y quién sabe si algunas imágenes por descubrir tomadas por el fotógrafo de la localidad Antonio Parra, autor de otras fotografías históricas de apoyo a Azaña como  las de la manifestación que recorrió la villa en febrero de 1936, un mes de triunfo para el Frente Popular, y cuyo rastro se pierde al estallar la Guerra Civil. El paradero de Parra, que también retrató al último alcalde republicano de Villafranca, Antonio Gabelas —fusilado tras un juicio sumario y recién rehabilitado— es hoy un misterio, hasta tal punto que la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) ha comenzado a buscar las huellas del hombre que fotografió la histórica manifestación que aquel febrero húmedo llenó el viaducto del Burbia de banderas tricolores y carteles de apoyo a un político que cuatro años atrás ya había caminado por la Calle del Agua en medio del fervor popular. 


Que Antonio Parra es un misterio por resolver lo dicen todos los que se han acercado a sus fotografías, desde el vicepresidente de la ARMH, Marco González, hasta el nieto de Gabelas, el cirujano Manuel Juaneda-Magdalena Gabelas. «Es como si se hubiera esfumado al llegar los nacionales», asegura el médico.

La represión dejó 61 asesinados y 110 encausados en procesos militares en Villafranca del Bierzo, una población que pagó caro su respaldo a líderes como Azaña. El jefe del Gobierno y futuro presidente de la República durante la Guerra Civil había recalado en la villa cuando se desplazaba  por carretera a La Coruña en viaje privado junto a sus esposa, María Dolores de Rivas Cherif, en los últimos días del verano de 1932. «Numeroso público acudió a recibirlos tributándoles una entusiasta acogida» cuando se detuvieron a almorzar, contaba La Libertad para reflejar la ilusión que despertaban los cambios sociales que traía la República. «Los señores de Azaña —decía el periódico— fueron obsequiados con un concierto, mientras almorzaban, por la Agrupación La Rondalla. Como los vítores y aplausos continuaban, el jefe del Gobierno se vio obligado a asomarse al balcón para corresponder al entusiasmo de la muchedumbre». Y hubo más. «Una comisión femenina integrada por jóvenes de las distintas clases sociales —continuaba el redactor— obsequió a la señora Azaña con un magnífico ramo de flores».

Fue entonces cuando el político, recibido como una suerte de mesías laico, se dio un paseo por Villafranca. «Terminado el almuerzo, el jefe del Gobierno manifestó su deseo de visitar la antigua Calle del Agua, hoy de Ribadeo, la cual recorrió seguido de todo el vecindario. Se detuvo a admirar sus monumentos, también la casa donde nació Enrique Gil y Carrasco. Luego estuvo en los jardines públicos y seguidamente se dirigió a su automóvil para reanudar el viaje. Antes entregó una importante cantidad de dinero para los pobres».
 
Cuatro años después, Antonio Parra, que tenía su estudio en la calle Arén, tomó varias imágenes que revelaban el buen recuerdo que había dejado Azaña. La ARMH ha podido rescatar dos fotografías hasta el momento, una de ellas en manos de su presidente, Emilio Silva, donde se aprecia a su padre a los nueve años, portando un cartel en el que reclama un grupo escolar. Los familiares de Gabelas también conservan otras tres con el sello de Parra, dos de ellas reproducidas en este reportaje.
 

El alcalde Antonio Gabelas (sentado izquierda) con unos amigos en el estudio
de A. Parra. Sostiene el cuadro con fotos el teniente de alcalde Camilo Meneses,
también fusilado el 21 de septiembre de 1936 junto a toda la corporación de Villafranca.
FOTO A. PARRA
Lo que sucedió con su autor después de 1936 es una incógnita que nadie en Villafranca ha podido resolver. Su rastro como fotógrafo tampoco aparece en ningún archivo, ni hemeroteca, confirma Silva. «Es como si lo hubieran borrado del mapa». Pero la ARMH aún tiene esperanzas de que todavía se encuentren sus negativos. «Igual que apareció una maleta de Capa, puede haber una maleta de Parra», concluye Silva.

 

 

Fotografía sin restaurar que Modesta Santín, viuda de Emilio Silva Faba, escondió
doblada y protegida por un plástico en la rendija de la pared de su casa en Pereje.
 Su hijo Emilio Silva Santín sostiene la pancarta que pide un grupo escolar.
Villafranca del Bierzo, febrero de 1936. FOTO A. PARRA


Una imagen escondida en la rendija de una pared 45 años


La fotografía estuvo escondida durante casi medio siglo en una rendija de la pared, en la vivienda de Modesta Santín en Pereje. Santín, viuda del comerciante de Villafranca Emilio Silva Faba, propietario del almacén de coloniales La Preferida y abuelo del presidente de la ARMH, Emilio Silva Barrera, tenía la imagen de la manifestación de 1936 doblada y protegida por un plástico. No la sacó de su escondite hasta unos años después de la muerte de Franco y quemó otra en la que su marido aparecía con el propio Azaña, recuerda su nieto. La imagen es un pedazo de historia y recoge el inicio de la manifestación, con Emilio Silva Santín, hijo del comerciante, portando un cartel en la que reivindicaba un grupo escolar para Villafranca. Banderas republicanas y otras pancartas que bien podrían haber salido de una manifestación actual como la que denunciaba «a los ladrones del tesoro nacional» aparecían en la imagen, con la ventana de La Preferida al fondo. Cuatro años después, asesinaban a Emilio Silva Barrera y lo enterraban en una cuneta en Priaranza del Bierzo.
  

Antonio Gabelas, con su familia. FOTO A. PARRA


Catalá rehabilita al alcalde fusilado


Lo firma Rafael Catalá, ministro de Justicia, y dice lo siguiente: Ha quedado acreditado que don Antonio Gabelas Álvarez, alcalde de Villafranca del Bierzo, sufrió las consecuencias de la Guerra Civil, siendo condenado en sentencia dictada en Consejo de Guerra el 12 de septiembre de 1936 en Ponferrada (León) por un delito de rebelión militar a la pena de muerte y fusilado el 21 de septiembre de 1936 en Ponferrada. Y visto que Don Antonio Gabelas Álvarez tiene derecho a obtener la reparación moral que contempla la Ley 7/2007, de 26 de diciembre, mediante la cual la Democracia española honra a quienes injustamente padecieron represión o violencia durante la Guerra Civil y la Dictadura, expide a su favor la presente declaración de reparación moral y reconocimiento personal. 
 
«Es una revocación de la condena a muerte», explicaba ayer el nieto de Gabelas, Manuel Juaneda, satisfecho porque la figura de su abuelo ha sido rehabilitada de forma oficial por el Gobierno 78 años después de ser fusilado junto a toda su corporación. La reparación moral, fechada el pasado 23 de octubre, ha sido una de los primeros documentos firmados por Catalá a su llegada al ministerio.
 
Gabelas sólo fue alcalde unos meses, desde las elecciones de febrero de 1936 al estallido de la guerra. Carpintero de profesión, pertenecía a la Unión Republicana integrada en el Frente Popular. Llegó a dimitir cuando el clima político se enrareció, pero el gobernador civil no lo aceptó. Cuando lo detuvieron, en los días posteriores a la rebelión militar, le acusaron de sedición por haber requisado todas las armas que pudo encontrar para evitar enfrentamientos. De nada sirvió que intercedieran por él las mujeres de los guardias civiles de Villafranca, a las que defendió cuando el cuartel se vació de agentes, movilizados para levantarse en armas contra la República en Ponferrada.


miércoles, 25 de febrero de 2015

Trofeos

De la tienda www.omgbcn.com

CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 19 de febrero de 2015

En Berlín ha abierto un museo de ‘cadáveres eternos’. El hombre que ha vencido a la muerte, o se ha aliado con ella para convertirla en un objeto de arte perpetuo, se llama Gunther von Hagens, es médico de profesión, y se hizo famoso hace veinte años, cuando dio a conocer al mundo sus esculturas de cuerpos humanos plastificados y levantó una polémica que todavía perdura.

 
En Madrid continúan buscando en un convento los huesos eternos de Miguel de Cervantes, autor del inmortal Don Quijote y las Novelas ejemplares. Dedican tiempo y dinero a revolver en los nichos para dar con los restos de un hombre que murió pobre, a pesar de su éxito. Y el suyo, si aparece, es otro cadáver perpetuo, aunque apenas quede nada de él.
 
En Roma se encuentran las reliquias del pie derecho de Santa Teresa y la parte superior de su mandíbula. La mano izquierda se venera en Lisboa. El ojo izquierdo y la mano derecha, que Franco conservó hasta su muerte después de que sus tropas se la arrebataran al ejército republicano, descansan en Ronda. El brazo izquierdo y el corazón ocupan sendos relicarios en el museo de la iglesia de la Anunciación de Alba de Tormes. Y el resto del cuerpo «incorrupto» —según dice la wikipedia— reposa en un arca de mármol jaspeado, custodiado por dos ángeles, en el altar mayor del mismo templo.
 
Pero hay más. Un dedo de la santa, de la que este año se conmemora el quinto centenario de su nacimiento, permanece en la iglesia de Nuestra Señora de Loreto en París y otro, en San Lúcar de Barrameda. Y como la religiosa, que fue una mujer adelantada a su tiempo, tenía dos manos y diez dedos, y dos brazos, y algunos otros miembros igual de venerables, hay otros restos suyos repartidos «por España y por toda la Cristiandad» (y entrecomillo otra vez el artículo de la enciclopedia universal).
 
Entre Los Espejos de la Reina y Barniedo, en Boca de Huérgano, aparecieron el lunes medio centenar de ciervos decapitados. A los animales, que murieron por falta de alimento, les habían cortado la testuz para quedarse con los cuernos y exhibirlos en alguna pared como trofeos de caza. Y todo el mundo se ha echado las manos a la cabeza, escandalizado, cuando ha visto la sangre sobre la nieve.