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jueves, 31 de marzo de 2011

El fantasma del Hotel Central

Santander, después del incendio de 1941.
Foto. http/portal.ayto-santander
CUADERNO DE VIAJE

El fuego comenzó en la calle Cádiz, muy cerca de los muelles. Soplaba viento del sur. Las calles eran estrechas, las casas de madera.

El fuego trepó por la puebla medieval, alcanzó la catedral, que se convirtió en una antorcha, y contagió las llamas a las calles adyacentes.

El fuego, sordo como el de Cortázar, se enredó en los miradores de las casas, se elevó sobre los tejados, sin remedio, y durante dos días muy largos arrasó la mayor parte del barrio viejo sin que nadie pudiera hacerle frente.

Llegaron bomberos de todas partes para sofocar las llamas. De Bilbao, de San Sebastián, de Palencia y Burgos, de Oviedo y de Madrid. Pero poco pudieron hacer contra el viento. El incendio era pavoroso. Lo devoraba todo en un radio de 37 calles y solo al tercer día, con el aire en calma, pudieron dominarlo. Al final, las llamas dejaron un charco negro de 14 hectáreas de extensión, miles de vecinos sin techo, una ciudad asustada por la desgracia y un bombero muerto.

Eso sucedió en 1941, en los años duros de la posguerra. En una ciudad burguesa, con puerto de mar. Y la culpa de todo, repito, la tuvo el viento. Un viento que llegó a soplar a más de 140 kilómetros por hora, avivando la chispa de un cortocircuto o de una chimenea mal ventilada.

La historia me la contaron el pasado jueves en Santander, una ciudad que apenas conozco, y donde yo acababa de presentar una novela sobre unos soldados y un desierto, y un agujero negro que se los tragaba a todos, como hizo el fuego con el barrio viejo. Me contaron esa historia y otra todavía peor; la de la explosión del Cabo Machichaco, el barco de vapor que estalló en los muelles tras incendiarse matando a mas de quinientas personas un mal dia de 1893. Después me alojaron en un hotel con un fantasma habitando en el ático, y antes de dejarme solo, me dijeron que tiempo atrás, aquel espíritu insomne le habia dado muy mala noche al escritor Agustin Fernández Mallo, el autor de Nocilla dream, quiza molesto con su literatura.


El vapor Cabo Machichaco, ardiendo en la bahía de Santander
el 3 de noviembre de 1893. Foto dominio publico.



Hotel Central. en la calle
General Mola de Santander

Y yo solo en la cama de una habitación de la tercera planta, con la cabeza llena de viento del sur, a punto de explotarme entre las sienes la dinamita del Cabo Machichaco; yo solo dando vueltas en aquella cama tan ruidosa, digo, trazando círculos cerrados sobre la almohada, aguardando el momento en el que viniera a visitarme el espectro del hotel, molesto, sin duda con mi literatura fantástica, que no se parece a la de Cortázar; yo solo, repito otra vez, sentí que mi otro yo, ese que siempre desconozco y que de vez en cuando se desdobla de mí en los espejos, cavaba un agujero en el colchón y el colchón me devoraba.

Cuando me levanté, muy temprano, la habitación olía a quemado, y Agustín Fernández Mallo ya había dejado el hotel sin haber pegado ojo.


RESEÑA DE JAVIER MENÉNDEZ LLAMAZARES
Diario Montañés, 25 de marzo de 2011

2 comentarios:

  1. Muy bueno. El viento sur. Y es cierto. Dicen que los crímenes aumentan en la zona con el viento sur. Aunque la explicación no debe ser fantástica, sino física: es aire caliente, denso y pegajoso, y provoca dolor de cabeza, malestar y propensión a la irritabilidad. Créeme, lo sé. Yo sí conozco Santander. Un abrazo, maestro.

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  2. Un abrazo pareja. Gracias por pasar por aquí. "Aire caliente, denso y pegajoso que provoca dolor de cabeza". Encajaría en la novela sobre Afganistán....

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