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jueves, 19 de mayo de 2011

El hayedo

Hayedo de Bonicaparra (La Rioja), alfombrado de rojo.
Fotografía de LUIS LÓPEZ, publicada bajo licencia
Creative Commons.
AMANECE en penumbra. Nubarrones negros están cubriendo las montañas desde muy temprano. No dejan ver el bosque de hayas desde la ventana abierta de los aposentos de la reina, que de madrugada, se ha despertado otra vez envuelta en sudores y ha gritado asustada, reclamando la presencia de los criados.
     Un mal sueño, sin duda.
     Amanece un día oscuro. La reina se levanta cansada. Intranquila. Ha dejado que los criados abrieran de par en par las contraventanas de madera para que el aire de la mañana ventile los malos sueños del cuarto. El aire frío y el cielo nublado van entrando despacio en la estancia.
     La guerra será larga.
     La reina se lava. El agua relampaguea a la luz del fuego que arde en la chimenea. Los criados retiran la jofaina. Hoy tampoco ha llegado ningún mensajero, señora.
     La reina calla. El día avanza. La guerra no se acabará esta mañana ya hace casi un año desde que el rey partió con sus soldados a la batalla.
     "La guerra será larga", le dijo al despedirse.
     Apenas le rozaron las mejillas dos de sus dedos para secarle una lágrima incipiente, se ajustó el yelmo, miró a las montañas, picó espuelas y se perdió al frente de su ejército entre las hayas.


LA niebla se levanta. Viene del bosque. Sale de entre las flores y trepa por el tronco de los árboles hasta enredarse en las ramas. La mañana da paso a la tarde. Y la reina no habla con nadie. Apenas come. El bosque la llama.
     Lo sabe. Lo sueña todas las noches.
     Sueña que pasea por el bosque de hayas, que la envuelve la niebla y se pierde, que vaga durante horas y cuando ya está cansada y hambrienta, encuentra un rastro de pisadas. Estoy salvada, piensa, y sigue la senda abierta entre el follaje por las huellas.
     Lo sabe, claro que lo sabe. También esta noche lo ha soñado.
     Ha soñado que hay un secreto en el bosque. Ha soñado que hay un hilo de sangre en la senda. Con el alma en un puño lo sigue, paso a paso, y cuanto más se acerca, más tira de la madeja.
     Un cuerpo, recostado sobre un árbol.
     Dos cuerpos, abrazados.
     Tres cuerpos, ensangrentados.
     Corazas, hierros clavados, caballos sueltos, desorientados, pendones rasgados, una multitud de ojos abiertos, mirando más allá de la niebla. Y dos ojos que la miran sólo a ella.
     Todos sonríen a la muerte, que les estaba esperando, agazapada en lo más profundo del bosque.


LO presiente.
     Los nubarrones negros descargan una cortina de agua sobre las montañas. Una cortina que avanza.
     El bosque la llama.
     Pide que le ensillen un caballo. No quiere que la acompañe ningún criado mientras cruza la pradera al galope y se interna en la espesura, donde ya no le alcanzará nunca la lluvia.

***

Ejércitos medievales. No he logrado identificar el grabado.
CUANDO el rey regresó de la guerra, un año después, nadie supo decirle qué había sido de la reina. Llegó con las huestes diezmadas, con las llagas de una herida abierta en un costado, suspirando por las manos suaves de la reina, que otras veces, a la vuelta de alguna cacería, ya le había vendado cortes y arañazos.
     "La guerra ha terminado", dijo. "¿Dónde está la reina que no la encuentro a mi lado?". Y nadie, absolutamente nadie, tuvo el valor de contestarle.


DURANTE semanas, organizó batidas por el bosque sin ningún resultado. Peinó la floresta con sus soldados, sus sirvientes, que ya habían buscado sin suerte a la reina, con los centenares de campesionos, fieles vasallos, que fueron llamados desde las cuatro esquinas del reino.
     Pero después de unas semanas, no hallaron ningún rastro y los campesinos dejaron el bosque para recoger la cosecha, los soldados fueron trasladados de urgencia a la frontera para defenderla de las correrías de otros reyes interesados en continuar la guerra. Y los sirvientes.., los sirvientes fueron castigados durante un año a no traspasar los muros de palacio por haber dejado a la reina cabalgar sola para perderse en el hayedo.
     El rey no tenía descanso, pero la herida de su costado había cicatrizado sola.


ENTONCES decidió talar el bosque. La ausencia de la reina se le hacía insoportable y decidió cortar el hayedo, árbol a árbol, hasta encontrarla.
     Pero los soldados estaban en la frontera, guerreando. Los campesinos seguían ocupados en el campo, trabajando para alimentar a los soldados. Y a los criados no podía levantarles el castigo de no abandonar palacio sin perder su autoridad real. Así que decidió talar el bosque sin más ayuda que sus manos.
     Empezó un día de verano. Se levantó temprano, mucho antes del amanecer, mucho antes de que se levantaran los criados, y ni siquiera se paró a desayunar. Buscó un hacha afilada en la armería y ensilló un caballo.
     Amanecía, cuando terminó de talar el primer árbol.
     Había miles de hayas en aquel bosque, pero el joven rey estaba dispuesto a no desfallecer. El primer día taló diecisiete árboles, y hubiera talado treinta y cuatro si, debido al esfuerzo, la herida del costado no se hubiera puesto a sangrar de nuevo.

Niebla en el hayedo de Goizueta, Navarra.
(Foto de URANZU, seleccionada para Google Earth)
EL segundo día sólo taló doce hayas porque se encontraba muy cansado. Decidió talarlas en el centro del bosque. A media tarde, había perdido tanta sangre que el hacha le temblaba en las manos y pensó en regresar a palacio para descansar. Desanimado, se internó en el follaje dejando un hilo de sangre a su paso.


SOLO cuando cayó la noche y la penumbra ocupó todas las estancias de palacio, se atrevieron los criados a desobedecer las órdenes de su soberano para salir a buscarle. Al amanecer, y después de rastrear a ciegas durante toda la noche, encontraron el claro abierto en el centro del bosque y el hacha solitaria del rey, apoyada sobre un árbol talado. No vieron nada más que pudiera indicarles el camino que había tomado su soberano y corrieron a dar la alarma.
     La noticia sumió el reino en un mar de rumores y malos augurios. Los soldados volvieron de la guerra, los campesinos no recogieron aquel año las cosechas para buscar al monarca en el hayedo. Los criados descuidaron sus obligaciones en palacio para dar con su rastro.
     Durante semanas, se organizaron batidas por el bosque, día y noche, sin ningún resultado. Y cuando abandonaron la búsqueda, resignados, el pueblo se reunió en consejo multitudinario y eligió un regente para que les gobernara. Todavía albergaban la esperanza de que el rey volviera un buen día. Saliera caminando de entre la espesura de las hayas.


AQUEL reino perdió la guerra y tuvo que ceder a los reyes belicosos las tierras de la frontera. Los criados se encerraron durante un año en palacio, en señal de duelo. Los campesinos regresaron tarde a sus tierras para recoger las cosechas y todos pasaron hambre cuando llegó el invierno. Y con el tiempo, los rumores que fueron creciendo entre el pueblo sobre la suerte que corrió su rey se convirtieron en esta leyenda.
     Todavía hoy se cuenta que antes de que le encontrara la muerte, al rey le encontró la reina.


Publicado en El país de las nieblas (Instituto de Estudios Bercianos, 2005).

Desconozco el autor de la fotografía, el lugar donde
está talando, y sobre todo, por qué se empeña el
leñador en cortar el tronco que le sostiene.

EL REY LEÑADOR

Este es un relato que escribí hace siete u ocho años. Podría figurar en un libro infantil o en una publicación destinada a lectores adolescentes, de hecho, me propusieron leerlo en un colegio, pero entonces no tuve valor para enfrentarme al examen de una clase. Tiene las costuras de un cuento clásico y un poso sentimental que suele, o solía, envenenar lo que escribo en cuanto me descuido. Lo dejo aquí, porque me sigue gustando y porque sigo talando...

6 comentarios:

  1. Los cuentos. Me encantan.
    Si no estoy mal informada, en algunos de tus cuentos la muerte es un tema recurrente.
    ¿Alguna explicación lógica?
    Un besazo.

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  2. "La vida y la muerte, colgada en la ropa" (Serrat). La muerte tiene lógica porque existe la vida. Son como Zipi y Zape. No se entienden el uno sin el otro. Gracias por pasarte por aquí Laura.

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  3. Cuantas más lecturas le doy, más me gusta el cuento. Una historia de amor, en la que este lleva a un hombre al máximo grado de locura, pues es capaz de talar un bosque entero para encontar a la reina, y todo en nombre del amor.
    "ENTONCES decidió talar el bosque. La ausencia de la reina se le hacía insoportable y decidió cortar el hayedo, árbol a árbol, hasta encontrarla."
    Carlos, regálanos más.
    Un beso.

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  4. Me alegro de que te haya gustado, chica viajera. Hay otro cuento publicado en El país de las nieblas que estoy pensando en subir aquí, porque es corto, porque se parece un poco a este y porque es el primer relato que escribí de verdad. Lo de antes fueron tanteos.
    Y sobre "El hayedo", hoy lo hubiera titulado "La sequoya..." necesito un puente muy largo.
    Carlos (el chico que escribe este blog y se pelea con un perfil que se desvanece?

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  5. Carlos, el grabado que dices no has logrado identificar apostaría mis manos a que pertenece a las Cántigas de Alfonso X El Sabio, del siglo XIII. No corresponde a ninguna batalla real, son ilustraciones inventadas. Si no me equivoco está en El Escorial ¿puede ser?.
    Creo que hay cuatro distribuidas por el territorio nacional, aunque de esta última frase no te fies mucho.
    El rey de tu cuento tenía que haber llevado un estandarte de la virgen como el del grabado, para que le ayudara a encontrar a su reina cuando salió en su busca (jejeje) es por eso por lo que se caracterizan este tipo de grabados ¿no?.
    El cuento fantástico... pero mi preferido sigue siendo La Apatía.
    Firma tu dentista.

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  6. Gracias por la información Sara. La Apatía tiene el mejor final que he escrito. El agujero de Helmand tira de ese relato...

    Carlos.

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