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viernes, 19 de agosto de 2011

Cielo de México

    
México Distrito Federal, desde la Torre Latina. (Fotos del autor de este blog)

Me he pasado la tarde buscando una sombra en Ciudad de México. El cielo tenía un tono azul metalizado y un enjambre de abejas luminosas devoraba las nubes con destellos de cobalto. Yo salía de la boca del metro, sugestionado por el universo onírico de Frida Kahlo, y descubrí que la calle era un mercado de voces a cinco pesos y las aceras, un escaparate donde se vendía cualquier cosa.

Calle de la Moneda.

Enchiladas y tacos y flautas y guacamole. En México se come a cualquier hora y en cualquier parte. Y entre los olores penetrantes, los bocados y el picante, una sombra fugaz se cruzó delante de mí y me alejó de la ciudad y del momento. "¿Qué hace aquí?", me pregunté, queriendo reconocer a alguien a quien había querido tiempo atrás.


Teatro Orfeón. Junto a la boca de metro Juárez.

Intrigado, pensé que si me alejaba un poco de los puestos callejeros la encontraría bajo la marquesina de un teatro cerrado, el Orfeón, con los días de esplendor apagados sobre un viejo letrero. Pero la entrada estaba clausurada por un muro de plástico negro y pasé de largo.


Plaza de Santo Domingo.

Seguí caminando, sabiendo que hicieron la ciudad sobre un lago con piedras de pirámides derribadas y que en el barrio colonial, algunas casas viejas y algunas iglesias se tuercen buscando la humedad de los aztecas.


Torre Latina. En el cruce de la calle Madero y
la avenida Lázaro Cárdenas.

Calle Madero.

Yo buscaba la sombra en la Alameda Central, en la Torre Latina, acero a prueba de terremotos. En la calle Madero, tan bulliciosa y donde no entran los automóviles. Y no lograba alcanzarla. Se movía más deprisa que yo, sinuosa, y en el Zócalo, bajo la bandera que ondea en el Palacio Nacional, estuve a punto de hablarle. "Te conozco", iba a decirle para que se detuviera. Pero era imposible que me oyera con tanto alboroto.

Un dragón descansa en el Correo Mayor


Detalle del crucero junto a la Catedral

Oteé el horizonte. Ví dragones, y calaveras en los cruceros, y gárgolas, y serpientes en el cielo, bajo las garras de las águilas. Sentí el rumor de voces conocidas. Pero me dí cuenta de que sólo era una punzada de nostalgia.


Catedral, entre puestos callejeros.

Dejé atrás la catedral, los vendedores, los taxis irregulares, las tricicletas, tres policías armados con fusiles de asalto, turistas extranjeros, limpiabotas, sacacuartos, y cuando por fin me detuve, enloquecido por el tráfico, descubrí que la sombra que perseguía era la mía. Y por eso no iba alcanzarla nunca.


Atardecer en la calle Tacuba

Para entonces, el cielo ya tenía un color un gris apagado, como el letrero de neón de un teatro cerrado, y enjambres de luciérnagas se desprendían de los faros de los coches para morir atropelladas en el asfalto.

2 comentarios:

  1. Las luciérnagas murieron. Así es. Pero el presente sigue, y con él la noche intacta. Y lo sabes.

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  2. Muchas gracias. Ahora sí, lo sé.
    México, su historia y su gente me fascinan.
    Este cuento, o este poema, es mi forma de reconocerlo y agradecér(te)lo.

    (De nuevo no me deja hacer comentarios con mi perfil)Carlos.

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