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martes, 17 de enero de 2012

Un eco que vino de México


Sillón para no levantarse nunca.
(El nombre se lo he puesto yo). Frente al Instituto Cultural Cabañas. Guadalajara. México

 

El país donde la muerte es una figura de culto y una realidad cotidiana, donde la pobreza amenaza a la mitad de la población y el narcotráfico tiene en pie de guerra al Estado, también es el país que organiza la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), el mayor escaparte de la lengua castellana en el mundo. Castilla y León llevó allí a tres voces nuevas de su narrativa en diciembre; José Manuel de la Huerga, Vicente Álvarez de la Viuda y Carlos Fidalgo, redactor de Diario de León y autor de esta crónica reposada sobre lo que vio en México. Y lo que intuyó.


Repito foto. De la Huerga y De la Viuda, flanqueándome.
Después, nos levantamos (o eso me pareció).

Diario de León. Filandón. Domingo 15 de enero de 2012

Yo estaba en plan de prometerlo todo, como el personaje de Pedro Páramo. Y prometí usar la libreta de papel rayado que acababan de regalarme para escribir un cuento sobre México.

Esto no es un cuento. Tampoco estoy escribiendo en la libreta de papel rayado. Pero voy a hablarles de México por si estas hojas de periódico llegaran a la Escuela Preparatoria número cuatro de Guadalajara, donde pasé una tarde hablando de literatura con una clase de adolescentes entusiasmados por los libros.

A Guadalajara, la segunda ciudad de México, llegamos tres escritores españoles invitados por la Junta de Castilla y León, y a propuesta del Gremio de Editores, para representar a las nuevas voces de la narrativa de nuestra comunidad en la mayor feria del libro del mundo hispano. El recinto ferial de Guadalajara iba a reunir en poco más de una semana —en los últimos días de noviembre y los primeros de diciembre— a más de seiscientos mil visitantes, todos lectores potenciales, a dieciocho mil profesionales, editores, agentes, distribuidores y libreros, y a más de quinientos escritores de todo el mundo, con Alemania como país invitado. Así que nosotros éramos tres voces pequeñas entre tanta algarabía de nombres.


La Nobel, Herta Müller, deslumbrada. (Del blog http://www.tiempo-naranja.org/)

La feria cumplía 25 años y por allí se habían presentado ya los premios Nobel Mario Vargas Llosa y Herta Müller. Y habían sido premiados Fernando Vallejo y Almudena Grandes. Por allí se había pasado Eduardo Mendoza con su Riña de gatos, y James Ellroy A la caza de la mujer. Y estaban anunciados Alejandro Jodorowsky y Antonio Skármeta, y un pelotón de novelistas coreanos, y Elena Poniatowska, y Fernando Savater, y Eliseo Alberto, y los veinticinco secretos mejor guardados de América Latina, que así bautizaron a un grupo de veinticinco escritores más o menos escondidos, seguramente no tanto como nosotros tres.

  
De la Viuda, De la Huerga (y yo). Y después de tanto nombre, voy a presentarnos. Viajaban conmigo en el avión Vicente Álvarez de la Viuda, —nacido en Valladolid en 1963 y autor de nueve novelas, finalista del Premio Nadal, creador del detective bibliófilo Ariel Conceiro y admirador de la literatura popular de Silver Kane— y José Manuel de la Huerga, leonés de Audanzas del Valle, donde nació en 1967, poeta, narrador, profesor, ganador de varios premios de literatura, como De la Viuda, y en plena promoción de su novela Apuntes de medicina interna. Yo recordaré aquí que nací en Bembibre en 1973, trabajo en el Diario de León desde hace ya unos años y después de publicar un libro de cuentos sobre las nieblas del Bierzo, también he ganado un premio con una novela, El agujero de Helmand, que usa la guerra de Afganistán para hablar de nuestros miedos más profundos.

El eco de Juan Rulfo. Catorce horas de vuelo con una escala en el Distrito Federal nos dejaron en la capital del estado de Jalisco, la tierra de Juan Rulfo, (al que admiro) y donde el autor de El llano en llamas, y de Pedro Páramo, y de El gallo de oro, y de poco más, porque no quiso publicar demasiado, da nombre a pabellones y auditorios.
 
Con De la Huerga, De la Viuda y
Víctor Ortiz Partida, en la FIL
Nosotros éramos el modesto relevo —al margen de Antonio Colinas, que volvía a llevar a México su poesía— de la vigorosa delegación que el año anterior había acudido a Guadalajara en representación de Castilla y León, invitada especial del 2010. Y en los pasillos del enorme pabellón cubierto, donde el público pagaba 10 ó 15 pesos por entrar, todavía había quien se acordaba de aquel escritor de Segovia que prefirió hablar de Japón porque le gustaba más que su provincia, o de aquel otro que presentó a los autores de una mesa redonda asegurando que no había leído nada de ninguno de ellos. Ni intención tenía de hacerlo.

(Qué tipos tan listos y tan raros, los escritores-presentadores-provocadores...).

A nosotros nos presentó el poeta mexicano Víctor Ortiz Partida, editor de la revista literaria de la Universidad de Guadalajara Luvina, que huyó de cualquier provocación y se tomó muy en serio la tarea de conocer lo que hacíamos y por qué lo hacíamos.
 

Mercado cubierto de San Juan.
 La otra feria de Guadalajara. Pero lo mejor de Guadalajara estaba fuera de la feria. Acompañados por José de Jesús Herrera Lomeli, director de una escuela preparatoria del extrarradio, conocimos la otra feria de la ciudad, igual de bulliciosa y todavía más popular. Está en el mercado cubierto de San Juan y allí se puede encontrar prácticamente de todo, desde un cerdo abierto en canal a unas falsas zapatillas de marca. No recuerdo, todo hay que contarlo, haber visto ningún libro.

Y lo mejor de lo mejor, al menos en mi caso, lo encontré aún más lejos. A las afueras de la ciudad. Muy cerca de una población muy turística llamada Tlaquepaque, en una sala llena de chavales expectantes.

Preguntas y respuestas. Ecos de la FIL se llama el programa que pone en contacto a algunos de los escritores que acuden a la feria con los alumnos de las escuelas preparatorias. A mí me tocó la número cuatro. Y aunque me habían avisado de que podía pasar algo grande, me sorprendió tanto entusiasmo. En cuanto me senté en el sofá, me bombardearon a preguntas. No recuerdo ninguna tontería. Al contrario. Al final de la charla, alguien levantó la mano y me preguntó por qué escribo sobre la muerte.

Porque forma parte de nosotros, le respondí. Y no le di más importancia.

Con los estudiantes de la Escuela Preparatoria número 4 de Guadalajara.

Después he pensado en la guerra con el narcotráfico, que alimenta de malas noticias la información que nos llega de México. He pensado en la impunidad y en los veinte muertos que un día antes de la feria aparecieron en tres furgonetas aparcadas en Guadalajara —una ciudad alejada de los asesinatos— y en lo difícil que resulta ser periodista allí.

Y de esto es de lo que quería hablarles. En México he visto que la gente se levanta por las mañanas pase lo que pase, hace su trabajo, o pide por la calle si es el caso, se gana la vida como puede, y en general, es amable. Mucho más amable que aquí, que sólo nos llega el eco de la violencia que sufren.

Así que me gustaría decirles otra vez a esos chavales que me regalaron un cuaderno rayado y una agenda de yeguas marroquíes que yo no sé nada de la vida y de la muerte que no sepan ellos. Aunque no se hable de ello el año que viene en los pasillos de la FIL.


Esta silla me espera (lo sé).

5 comentarios:

  1. Las siete fotografías de esta crónica tienen algo en común. Mi amistad y un té con naranjas para quien lo averigue (no es difícil) y me cuente lo que le sugiere...

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  2. y muchas ganas de sentarse a descansar...vera

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