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lunes, 18 de agosto de 2014

El sastre del Titanic (6)


El Titanic se hunde, las cubiertas son un caos, y Michel le busca hueco a sus hijos en un bote. «Sólo puede acompañarles su madre», le avisa, revólver en mano, el oficial Lightoller. Y emergen los celos...
 

"Se entretuvo con una caja de alfileres y unos imperdibles,
 pero no había forma de pensar en otra cosa"
ILUSTRACIÓN de PABLO J. CASAL


Un relato de Carlos Fidalgo
Ilustrado por Pablo J. Casal



Capítulo Sexto
 

Michel Nvratil no recordaba muy bien cuándo habían comenzado a torcerse las cosas en su matrimonio. Un mal día, ocioso en su sastrería, se había dado cuenta de que los silencios de su mujer eran demasiado largos, las caricias cada vez más escasas, las miradas más esquivas y las palabras cariñosas habían desaparecido por completo de su vida en común.

Primero pensó que era por los niños. "Dan demasiado trabajo", se dijo. Y lamentó que el negocio de la sastrería no le alcanzara para mantener un servicio doméstico en condiciones.

Pero pocos días después, mientras contemplaba el movimiento de las nubes desde el escaparate, se le ocurrió que si su esposa estaba tan distante y ya no le brillaban los ojos como al principio, era porque había otro hombre en su vida.

"¡Qué tontería!", se dijo.

Pero no logró apartar aquella desazón de su cabeza.


***

Se entretuvo con una caja de alfileres y unos imperdibles, pero no había forma de pensar en otra cosa.

"Quizá estén juntos ahora mismo", se dijo finalmente. Y durante el resto de la mañana se dejó llevar por su inseguridad mientras cortaba retales con sus tijeras, hasta que cerca del mediodía, y sin ningún cliente que le distrajera, el ataque de celos se volvió incontenible.

Abrió un cajón. Guardó las tijeras y se armó de valor. Después cerró la sastrería.


***

Camino de su casa, Michel Nvratil descubrió a dos amantes abrazos en uno de los parques de Niza donde solía pasear con Marcelle cuando eran novios y notó una punzada en el corazón.

"Es ella, seguro que lo es", se dijo a punto de perder la cabeza. Entonces metió las manos en los bolsillos, la cabeza entre las solapas del abrigo, y avanzó con paso dubitativo hacia la pareja, dispuesto a hacer algo irremediable.

Pero no lo hizo.

En el último momento se alejó de ellos y no quiso saber nada.


***

Michel deambuló por las calles de Niza hasta que pasó la hora del almuerzo y después volvió a la sastrería, vendió dos trajes, le encargaron una camisa, dibujó unos patrones, ordenó las telas en el mostrador, sacó las tijeras del cajón y las afiló, y tampoco así se tranquilizó.

A la hora de la cena regresó a su casa, colgó el abrigo y el sombrero del perchero, dejó los guantes sobre el aparador, balbuceó unas disculpas por su ausencia en el almuerzo, pero no fue capaz de preguntarle nada a su mujer mientras se sentaban en la mesa del comedor.

Aquella misma noche, aquejado de un insomnio pertinaz, despertó a Marcelle para decirle que quería el divorcio.
 
 
Continuará...
 

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