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jueves, 15 de enero de 2015

Paparazzi

Fotograma de 'La dolce vita', de Fellini

CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 15 de enero de 2015

Hubo un tiempo en que los fotógrafos de las agencias de prensa se hacían amigos de los famosos. 

En el bar Chicote de Madrid no se tomaba una imagen de Ava Gadner sin permiso. Por allí pasaban Frank Sinatra, Lana Turner y otras joyas de la época como Luis Miguel Dominguín, matador de toros y seductor de actrices de Hollywood, que de vez en cuando orinaba bajo las mesas de los restaurantes caros sólo por provocar y sin que los camareros, ni los clientes, ni las cerilleras, se atrevieran a afearle su conducta. Y hasta Franco llevó una vez a aquella coctelería de la Gran Vía al presidente Eisenhower para invitarle a una copa durante la visita de Estado que sacó definitivamente a la dictadura de su aislamiento internacional.

Ninguno se sintió invadido por los fotógrafos.

En aquellos años, Clint Eastwood se paseaba en monopatín por Roma en los descansos de sus rodajes en Almería con Sergio Leone, propulsado por una vespa y sin miedo a que lo retrataran haciendo el ridículo. Elizabeth Taylor y Richard Burton enseñaban al mundo su amor tempestuoso. Y Fellini rodaba una película, La dolce vita, que dio nombre a toda la tribu de fotógrafos que seguía los pasos de actores como Warren Beaty y Marcello Mastroianni, o esperaban a que Audrey Hepburn, tan frágil, se asomara a la ventana de su hotel con una sonrisa.
 
Conserjes, botones, taxistas y camareros recibían propinas de los paparazzi para que les pusieran sobre la pista de los artistas y no faltaban los gestos mutuos de complicidad cuando se reconocían.
 
Hoy la tribu es más salvaje. Los famosos están escaldados y todo se ha vuelto más agresivo. El Chicote es otra cosa. Clint Eastwood ha envejecido. Anita Ekberg ha muerto, como Marcello, y ha dejado huérfana a la Fontana de Trevi. Audrey es un recuerdo. Taylor y Burton se consumieron. Y ningún torero se atrevería a mear debajo de una mesa en público, por si acaso.
 
Son otros tiempos. Todo el mundo tiene una cámara en el teléfono. Hoy te matan a bocajarro en plena calle por un dibujo y siempre hay alguien con un móvil para grabarlo, por muy cruel que sea la imagen, y una red social que lo difunde sin filtros.

 

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