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jueves, 6 de marzo de 2014

Incorruptos


Longyearbyen, en las islas Svalbard.
Foto de  BORJN CHRISTIAN TORRISEN (Wikipedia)


CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 6 de marzo de 2014

En Longyearbyen está prohibido morirse. Allí cazaban ballenas los arponeros vascos hace cuatrocientos años. Y allí han construido, a 120 metros bajo tierra, la ‘bóveda del fin del mundo’, un almacén que resiste terremotos y explosiones nucleares y que guarda las semillas de la biodiversidad del planeta.

Longyearbyen, capital de las islas Svalbard, es tierra de nadie. No está claro si el archipiélago pertenece a Noruega o Rusia, pero mientras se ponen de acuerdo en la ONU, cualquiera puede instalarse allí si no le tiene miedo al frío extremo. Porque en invierno, las temperaturas descienden hasta los 50 grados bajo cero. Y los cadáveres se conservan intactos. Lo comprobaron los científicos que a principios de siglo desenterraron los cuerpos de unos marineros fallecidos durante la epidemia de gripe española para elaborar una vacuna a partir del virus congelado y los encontraron incorruptos.

Lo malo es que aquellos científicos también destaparon otro tipo de fiebre y a la ciudad helada comenzaron a mudarse ancianos y enfermos que querían morirse allí para que los enterraron bajo tierra congelada, por si acaso la ciencia encontraba un remedio para resucitarles en el futuro.
Al final, eran tantos los muertos que las autoridades cerraron el cementerio hace setenta años y desde entonces, si alguien se muere en Longyearbyen, meten su cuerpo en un avión y lo mandan a paseo.
***

¿A que les suena a cuento? ¿A falso artículo de prensa, tan de moda? Pues es cierto. Lo cuenta en un reportaje Javier Reverte, viajero veterano que ha seguido las huellas de Joseph Conrad en África y las de Jack London en Alaska antes de visitar la ciudad más fría del mundo.

Y es que parece mentira lo que a veces nos cuentan en los periódicos. Por ejemplo, en Diario de León publicábamos ayer que el Gobierno ha destituido al director general de la Ciuden por negarse a paralizar las obras del Museo Nacional de la Energía en Ponferrada. El protagonista dice que se va por razones personales y lo niega todo antes de colgar el teléfono, pero alguna mente pensante en Madrid se morirá un día de viejo y no le comerán los gusanos de la vergüenza.

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