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lunes, 8 de septiembre de 2014

El día en que el castillo perdió su puente levadizo

El arco de entrada del castillo de Ponferrada, fotografiado antes de su derribo en 1914.
FOTO: GUSTAVO LUZZATTI (principios del siglo XX)
 
DIARIO DE LEÓN
Lunes 8 de septiembre de 2014
 
Hace cien años, la mayor amenaza para el castillo de Ponferrada, a parte del paso del tiempo, venía del alcalde de la ciudad. Y así se lo hizo saber el entonces gobernador interino de la provincia de León en una carta que le dirigió el 23 de abril de 1914: «Por orden del señor Alcalde de Ponferrada se ha procedido sin previo examen, ni autorización competente, derribar el puente levadizo del castillo de Ponferrada (....) El derribo recién del puente levadizo por orden del Alcalde, a pretexto de una seguridad y conveniencias de policía y ornato, constituyen un atentado contra la cultura y el arte, pues aunque fuera cierto el estado ruinoso de la parte demolida, medios hay de evitar la inseguridad sin acudir al derribo».
 
El alcalde se llamaba Aniceto Vega González y según recuerda Jesús Álvarez Courel en su libro La fortaleza de los templarios (2004) tenía informes que le advertían de que el mal estado de conservación de uno de los arcos de entrada a la fortaleza medieval —propiedad municipal desde 1850— lo convertían en un peligro para los viandantes. Era 1914 y Aniceto Vega cortó por lo sano; en una muestra de que la preocupación por el patrimonio histórico todavía estaba en pañales, optó por adelantarse a la ruina y ordenó derribar directamente la pieza que suponía en peligro.
 
Cien años después, convertido el castillo en el monumento insignia de la ciudad —y del Bierzo con el permiso de Las Médulas—reconstruida parte de la fortaleza para albergar acontecimientos culturales, una exposición de códices facsimilados y una Biblioteca Templaria, el derribo del puente levadizo del monumento se ha convertido en una efeméride desagradable de recordar. Y menos en el año del Mundial de Ciclismo. Pero es la prueba de cómo ha cambiado el valor que los ponferradinos le conceden a su castillo.
 
La despreocupación por el monumento en 1914 no era nueva. El Ayuntamiento lo había adquirido al marqués de Villafranca a mediados del siglo XIX «con el cargo de pagarle anualmente una pensión de 45 pesetas y la obligación de destinar lo que más valiera en renta a la conservación de sus históricas paredes», según consta en el Libro de Actas Municipal, en un escrito de 1890 del alcalde Isidro Rueda en el que el regidor advertía del «completo abandono» de la fortaleza. El marqués, aunque sólo era alcalde honorario del castillo, se había dedicado en los años anteriores a vender la piedra de los muros del interior. El castillo se arrendaba para el cultivo y hacía falta espacio, y Rueda lamentaba que «con el fútil pretexto de que amenazaba ruina (cuando es uno de los trozos más sólidos del castillo) se empleó la piqueta en demoler la mayor parte de los tres arcos que según la tradición popular daban vistas a la Cámara de la Reina y constituían la parte más elevada y bella del castillo».
 
La Comisión de Monumentos de la provincia de León acudió en ayuda del castillo y al lograr que el Estado lo declarara Monumento Histórico, el marqués desistió de cobrar el foro, aunque nada más se hizo.
 
Alcaldes posteriores como Aniceto Vega o como Cayetano Fernández no tuvieron el mismo apego por la fortaleza. «Yo no podré evitar que alguna noche, cualquier malintencionado destruya el castillo con dinamita» y «lo mejor es que se lleven lo que sirva y el resto lo derriben», decía Fernández en sendas frases que recogía la revista Juventud en 1925, en un artículo del arqueólogo Julián Sanz que no sólo denunciaba la ruina del edificio histórico, sino los intentos de acondicionar un campo de fútbol en su interior volando algunos de sus muros.

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