Hace dos años y medio de este artículo. Lo dejo aquí porque me parece que sólo ha envejecido un minuto y medio...
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CRÓNICAS BERCIANAS
Diario de León. Lunes 6 de septiembre de 2010
Recuerdo la cara desencajada de Nevenka, la rueda de prensa, la sorpresa mayúscula, el libro de Juan José Millás en el hipermercado, el juicio, los comentarios (machistas) del fiscal, la gente que se frotaba los ojos, incrédula, la gente que se frotaba las manos, la gente que se tapaba los ojos y los oídos, porque no quería escuchar, sólo mirar para otro lado. Y la gente como yo, que teníamos que escribir de ello.
Recuerdo la voz de Ismael Álvarez, anunciando su dimisión después de ser condenado por acoso sexual. Un temblor recorrió la ciudad, claro. Recuerdo el espectáculo en que se convirtió todo. No lo he olvidado.
Yo fui de los que dije, y aquí lo escribí dos veces, que Ismael Álvarez debía dimitir para no sentar a toda la ciudad en el banquillo. Todavía hay lugares de España donde asocian el nombre de Ponferrada con aquello. Cuando digo de donde vengo, no aparecen los pimientos, ni el vino, ni el botillo, ni el castillo, ni siquiera la Ponferradina y sus ascensos. Simplemente me preguntan qué pasó con Nevenka. Y no sé qué decir.
No sé donde estará Nevenka. No sé que estará pasando por su cabeza. No sé qué pensará si se entera de que el ex alcalde se presenta a las elecciones para acabar con la apatía que observa en el Ayuntamiento donde dejó a su delfín, Carlos López Riesco, y para mejorar su salud mental. Como si el Ayuntamiento fuera una terapia y las elecciones, un plebiscito donde ganar la absolución que no le concedieron los jueces.
Ismael Álvarez hizo cosas muy necesarias en Ponferrada. Abrió la avenida de Pérez Colino, un lugar donde crecían las zarzas, corrían las ratas y verdaderamente se sentía la apatía de una ciudad en la que nunca pasaba nada. Retiró la montaña de carbón y nadie se acuerda hoy de la polémica que rodeó aquella operación por la que quiso ser recordado. Abrió el polígono de La Llanada, comenzó a recuperar el castillo, apostó por la ordenación del río, y se ganó muchos enemigos que le reprochaban su populismo.
Después de oírle decir que quiere recuperar la alcaldía que dejó hace ocho años, convencido de que estaba siendo víctima de una operación para desacreditarle, Ismael Álvarez empieza a recordarme al personaje de un cuento de Cortázar; el jazzman Johnny Carter, que cuando tocaba el saxo o recordaba su infancia, tenía la sensación de que vivía quince minutos concentrados en un minuto y medio. El cuento se titula El perseguidor y la sensación que tengo en este caso es que en el tiempo que ha pasado desde su salida del Ayuntamiento, el ex alcalde sólo ha vivido un minuto y medio mientras todos los demás hemos seguido corriendo.
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