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Memorias editadas por Helena Fidalgo |
CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 1 de noviembre de 2012
Francisco Puente Falagán, el primer alcalde de Ponferrada durante la Segunda
República, nació en San Román de Bembibre en 1897 y fue uno de los últimos hijos
de un matrimonio que perdió a la mitad de su descendencia. Puente cuenta en sus memorias —recuperadas por Helena Fidalgo Robleda y la editorial Lobo Sapiens—
que su madre, enferma, tuvo que dejarle a cargo de otra mujer que también
acababa de dar a luz para que le amamantara, pero que después de un mes en
brazos extraños, su estado era tan famélico, su aspecto tan demacrado, que se lo
llevaron de vuelta a casa y sólo pudo salir adelante gracias a la leche de una
cabra.
Eran otros tiempos.
En 1931, Francisco Puente Falagán, maestro cantero de profesión, socialista
autodidacta, como muchos hombres que en aquellos años querían cambiar las cosas,
fue elegido alcalde de Ponferrada en unas elecciones democráticas. Hombre
honesto hasta el extremo en un periodo de la historia de España lleno de
fricciones, chocó de frente contra los poderes fácticos de la vieja Minero
Siderúrgica de Ponferrada, que siempre fue un obstáculo para el desarrollo
urbanístico de la ciudad, de las empresas mineras de la época, que no pagaban el
canon, o de la Iglesia, que vio como el cementerio se convertía en propiedad
municipal, y fue apartado de la alcaldía sólo un año después de tomar posesión
para defenderse de una ridícula acusación de malversación de fondos de la que
finalmente fue absuelto.
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Francisco Puente Falagán. |
Puente Falagán no recuperó la alcaldía. Sólo unas semanas antes del estallido
de la guerra civil, y cuando ser alcalde era una patata caliente en medio de la
crisis del Frente Popular, le ofrecieron de nuevo el sillón de regidor. No lo
aceptó.
Sí lo hizo su amigo Juan García Arias, que duró un mes en el puesto y terminó
fusilado. Y es posible que él mismo se salvara de un final parecido porque era
un hombre ciego.
Al final de su vida, Puente Falagán dictó sus memorias a sus hijos y a sus
nietos. El texto mecanografiado empieza, claro, en su infancia. Y empieza
fuerte. Empieza con un cabra que alimenta a un niño famélico.
Pero eran otros tiempos.
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