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CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves, 27 de marzo de 2014
Adolfo Suárez vivía en un país de cangrejos encerrados en un bote. Cuando Franco murió de viejo y entró aire fresco en el tarro de cristal que nos contenía a todos, Suárez, que era un cangrejo de los que caminan hacia delante, decidió salir del recipiente. Tuvo que pelear, claro, con el mar de crustáceos que, incapaces de avanzar con él, le empujaban hacia abajo. Pero eso, poca gente lo recuerda.
A Adolfo Suárez se le llora y se le invoca. Ha tenido que morir, después de perder la memoria y después de apartarse de la política, para que le den su nombre al aeropuerto de Barajas. No hace tanto le descartaban para bautizar la nueva T-4.
Suárez fue un estorbo para el bipartidismo cuando alguien decidió que resucitar el turno de partidos de Cánovas y Sagasta, pero con González y Fraga, era la mejor solución para darle estabilidad a España. Le fustigaron hasta que dimitió.
Fue un traidor para el movimiento del que procedía (el de los cangrejos de Franco, que caminaban hacia atrás) porque legalizó el Partido Comunista y abrió el melón de la democracia. Católico confeso, en más de una iglesia le retiraban la mano en el momento en que los feligreses se daban fraternalmente la paz.
Sus rivales políticos le debilitaron con una moción de censura. Le ninguneaban. Sus compañeros de partido le abandonaron. La mayoría se vistió la chaqueta de la derecha y se fue con Fraga. Cuando dimitió estaba solo.
A Adolfo Suárez se le llora y se le invoca. Ha tenido que morir, después de perder la memoria y después de apartarse de la política, para que le den su nombre al aeropuerto de Barajas. No hace tanto le descartaban para bautizar la nueva T-4.
Suárez fue un estorbo para el bipartidismo cuando alguien decidió que resucitar el turno de partidos de Cánovas y Sagasta, pero con González y Fraga, era la mejor solución para darle estabilidad a España. Le fustigaron hasta que dimitió.
Fue un traidor para el movimiento del que procedía (el de los cangrejos de Franco, que caminaban hacia atrás) porque legalizó el Partido Comunista y abrió el melón de la democracia. Católico confeso, en más de una iglesia le retiraban la mano en el momento en que los feligreses se daban fraternalmente la paz.
Sus rivales políticos le debilitaron con una moción de censura. Le ninguneaban. Sus compañeros de partido le abandonaron. La mayoría se vistió la chaqueta de la derecha y se fue con Fraga. Cuando dimitió estaba solo.
Hoy es un hombre de Estado, el mito de la Transición —ese periodo de nuestra historia tan idealizado, a pesar de que la democracia era inevitable tras la muerte del dictador— pero en su día, los bancos le negaron el crédito para financiar la campaña de su nuevo partido, donde todos remaban en la misma dirección.
Suárez sólo empezó a recibir elogios cuando dejó de ser un rival. Y comenzó a ser un mito el día que perdió la memoria y ya no pudo opinar. Ahora que está muerto y se cuestionan más que nunca los cabos sueltos de la Transición lo convierten en un símbolo. ‘La concordia fue posible’, reza su epitafio. Pero su frase más famosa es otra: ‘Me aplauden, pero no me votan’.
Suárez sólo empezó a recibir elogios cuando dejó de ser un rival. Y comenzó a ser un mito el día que perdió la memoria y ya no pudo opinar. Ahora que está muerto y se cuestionan más que nunca los cabos sueltos de la Transición lo convierten en un símbolo. ‘La concordia fue posible’, reza su epitafio. Pero su frase más famosa es otra: ‘Me aplauden, pero no me votan’.
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