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jueves, 25 de septiembre de 2014

Adelaida


Fotograma de 'El Sur', adaptación al cine de Víctor Erice

  
CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 25 de septiembre de 2014
 
Ha muerto Adelaida García Morales. Y alguno se preguntará quién era. Fue una mujer que no hacía ruido. Escribía novelas. Buenas novelas. Pero vivía de una forma tan discreta y alejada de las vanidades literarias que la primera vez que acudió a la Feria del Libro de Madrid se puso enferma.
 
No estaba hecha para las multitudes. Ni para los elogios. Y no le faltaron en sus inicios. «El éxito y la publicación de mis novelas me dejan fría, no siento nada», decía en una de las contadas entrevistas que circulan por Internet. «Escribo desde la memoria y nunca para publicar. Escribo desde el interior», decía.
 
Adelaida García Morales era parca en palabras. Tímida e introvertida. Y la noticia de su muerte ha pasado inadvertida, salvo un par de obituarios. Nada que ver con los despliegues de paginación que los grandes diarios dedican —con contenidos elaborados con meses de antelación— a la desaparición de alguna de las vacas sagradas de la literatura.
 
Adelaida García Morales no tenía nada que envidiarles. Era mujer y tendía a aislarse. Y eso, en un ámbito como el de la escritura, todavía dominado por las referencias masculinas, hizo que su nombre se diluyera con los años. «En el frágil —por olvidadizo— mundo editorial que no distingue las voces de los ecos Adelaida García Morales sorprendía por ser una autora casi secreta, ambigua, discreta», escribe de ella Eva Díaz en El Mundo, uno de los pocos periódicos que ha publicado unas líneas y una foto sobre la desaparición definitiva de la escritora desaparecida.
 
 
Adelaida García Morales
 
Y si les digo que Adelaida García Morales es la autora de El Sur, la novela que Víctor Erice llevó al cine cuando aún era un texto ‘interior’, quizás les suene su nombre. El Sur, esa historia generacional sobre la fascinación de una niña del norte por su padre en los años de la posguerra; un hombre callado y misterioso, del que poco a poco se desvela su pasado en un lugar más evocador.
 
Adelaida escribió otras novelas, ganó algunos premios, y se ha ido sin llamar la atención. «¿Qué podemos amar que no sea una sombra?» dice la cita de Hölderlin que encabeza su obra más famosa. Viendo cómo ha vivido, se entiende por qué la eligió.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Elegido

De www.eldescodificador.com
 CUARTO CRECIENTE
Diario de León, Jueves 18 de septiembre de 2014

 
 
Se llamaba Elegido y su destino era morir alanceado. Elegido, y hasta su nombre parece un guiño macabro, era un toro corniveleto, de seiscientos kilos de peso y herrado con el número ochenta y nueve en la ganadería de Antonio Bañuelos.

Un toro peligroso y de buenas defensas, escriben los entendidos, que corneó a cuatro personas, una de ellas herida por asta, antes de morir acosado por los lanceros a pie y a caballo que desde hace quinientos años se reúnen a finales del verano en Tordesillas para prolongar una tradición medieval. La fiesta del Toro de la Vega, declarada de Interés Turístico, es un rito ancestral, dicen su defensores. Un sentimiento.

Y sólo hace falta ver las fotografías de los aficionados haciendo burla de los activistas antitaurinos desalojados a pulso por la Guardia Civil para darse cuenta de la clase de sentimientos que despierta el Toro de la Vega. En esas risas, en esos comentarios despectivos, emergen nuestros instintos más bajos. La excitación de la sangre. El elogio del dolor y de la muerte. Y que la celebración tenga un origen medieval no la hace menos bárbara y brutal. Al contrario. Es la herencia del depredador. La llamada de lo salvaje.

Lo demuestra el discurso del pregonero André Viard —presidente del Observatorio Nacional de las Culturas Taurinas de Francia y sustituto del cómico Leo Harlem, desbordado por la avalancha de críticas contra el sufrimiento del toro— que llamó fanáticos a los defensores de los animales y recordó que las primeras leyes de protección las promulgaron los nazis, como si eso sirviera de aval a la tortura. «Tordesillas ha mostrado mucha humanidad. Podría haber soltado el toro a las once», pregonó Viard, desafiante, porque a esa hora, trescientos activistas bloqueaban la salida del corral para obligar a las autoridades a suspender la fiesta.

Sólo la retrasaron veinticinco minutos. Después llegaron las pedradas. Los gritos. Las cornadas. Tres lanzadas para abatir a Elegido. Y un lancero de 28 años, levantado a hombros, jaleado, aplaudido, y reclamado por un grupo de mujeres que querían besar al mejor cazador de la tribu.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Ignorancia

Grabado del castillo, antes del derribo del puente.

CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 11 de septiembre de 2014

 
Cuesta creer que un alcalde de Ponferrada dijera esto del castillo hace menos de un siglo: «Lo mejor es que se lleven lo que sirva y el resto lo derriben». Se llamaba Cayetano Fernández, era boticario, y a lo que se ve, también un auténtico ignorante.

Sitúense en los años veinte del siglo pasado. Imagínense una ruina medieval abandonada en la colina más alta de la ciudad, dominando la ribera del río. Allí han guardado ganado, cultivado patatas y vendido la piedra de sus muros —los más escondidos son de la época de los templarios— como material de cantería. Y piensen en un grupo de jóvenes, «de esa clase que se ha dado en llamar niños bien», según los definió el arqueólogo Julián Sánz, empeñados en convertir el castillo en un patio de recreo para jugar al fútbol dentro del recinto amurallado. Había que nivelar el terreno, derribar algunas paredes para ampliar el campo, que resultaba un poco pequeño, y llegado el caso, volarlas con explosivos.

Menudo escándalo para nuestra mentalidad, porque el alcalde de aquella Ponferrada, don Cayetano, miraba para otro lado. «Yo no podré evitar que alguna noche, cualquier malintencionado destruya el castillo con dinamita», decía.

Otro alcalde anterior, Aniceto Vega, ya se había ganado una buena reprimenda del gobernador interino de León por haber demolido en 1914 uno de los arcos del puente de entrada al monumento. A Aniceto no se le ocurrió mejor solución para evitar que una piedra desprendida le abriera la cabeza a alguno de los vecinos que solían pasear por el perímetro de la fortaleza que tirar la estructura. «Aunque fuera cierto el estado ruinoso de la parte demolida, medios hay de evitar la inseguridad sin acudir al derribo», le reprochó el gobernador a Aniceto, la prueba de que se podía ser más ignorante que el boticario Cayetano.

Hoy cuesta creerlo, ¿verdad?, con el castillo reconstruido, mimado y convertido en emblema de la ciudad.

Y ahora pasen y vean los antiguos talleres de Renfe en el barrio de La Placa, con los raíles expoliados y los hangares destechados, a punto de caerse. ¿Cuántos de ustedes no están pensando ‘lo mejor es que se lleven lo que sirva y el resto lo derriben’?
 
 
Vista aérea de los antiguos talleres de La Placa
 
 






miércoles, 10 de septiembre de 2014

Ébola


África, el continente  invisible (en los medios occidentales)

CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 7 de agosto de 2014


Miguel Pajares siempre quiere volver a África. Lo dicen los amigos que dejó en León después de ejercer durante siete años como capellán del Hospital de San Juan de Dios. Y en África se encuentra todavía, mientras escribo estas líneas, aislado en un hospital de Morovia, con fiebre alta, contagiado de ébola, y a la espera de que un avión medicalizado del ejército español lo traiga de vuelta a casa.

No hay mucha gente como Miguel Pajares en el mundo. Gente que se arriesga a lo peor. En Liberia se ha dedicado a formar personal sanitario local, como Patrick Nshamdze, que atendió a los afectados por el virus más mortífero desde la Peste Negra en el Hospital de San José hasta que también cayó enfermo.

Nshamdze murió la semana pasada, asistido por Miguel Pajares, y seguramente, nadie, incluido yo, estaría escribiendo su nombre en España a estas alturas si el sacerdote de 75 años que le dio la extrema unción no se hubiera convertido en el primer español en contraer la enfermedad, y si el Gobierno no hubiera autorizado su repatriación.

El ébola ha dejado de ser un problema de África. Han tenido que contagiarse los primeros blancos para que le prestemos toda la atención que merece. Así es como el regreso a España de Miguel Pajares ha desplazado al resto de temas de las portadas de los periódicos y de los informativos de televisión. Ha orillado la masacre de Gaza, la guerra en Ucrania, el manifiesto de un grupo de intelectuales contra un artículo antisemita de Antonio Gala, las críticas de Israel contra la reportera de TVE que informaba de los bombardeos desde la franja, el temor de Javier Bardem y Penélope Cruz a quedarse sin trabajo por apoyar a los palestinos, los 127 kilos de droga escondidos en el Juan Sebastián Elcano, el buque escuela de la Armada y emblema de la marca España (menuda ironía), o la corrupción del muy intocable clan de los Pujol que ha gobernado Cataluña bajo la ley del tres por ciento.

Hoy África es portada. Y lo es, no por el ejemplo de Pajares o Nshamdze. Es el temor al contagio, a que el apocalipsis no sea un cuento bíblico, lo que nos incita a saber más del ébola. Sólo el miedo ha sido más poderoso que la indiferencia.

lunes, 8 de septiembre de 2014

El día en que el castillo perdió su puente levadizo

El arco de entrada del castillo de Ponferrada, fotografiado antes de su derribo en 1914.
FOTO: GUSTAVO LUZZATTI (principios del siglo XX)
 
DIARIO DE LEÓN
Lunes 8 de septiembre de 2014
 
Hace cien años, la mayor amenaza para el castillo de Ponferrada, a parte del paso del tiempo, venía del alcalde de la ciudad. Y así se lo hizo saber el entonces gobernador interino de la provincia de León en una carta que le dirigió el 23 de abril de 1914: «Por orden del señor Alcalde de Ponferrada se ha procedido sin previo examen, ni autorización competente, derribar el puente levadizo del castillo de Ponferrada (....) El derribo recién del puente levadizo por orden del Alcalde, a pretexto de una seguridad y conveniencias de policía y ornato, constituyen un atentado contra la cultura y el arte, pues aunque fuera cierto el estado ruinoso de la parte demolida, medios hay de evitar la inseguridad sin acudir al derribo».
 
El alcalde se llamaba Aniceto Vega González y según recuerda Jesús Álvarez Courel en su libro La fortaleza de los templarios (2004) tenía informes que le advertían de que el mal estado de conservación de uno de los arcos de entrada a la fortaleza medieval —propiedad municipal desde 1850— lo convertían en un peligro para los viandantes. Era 1914 y Aniceto Vega cortó por lo sano; en una muestra de que la preocupación por el patrimonio histórico todavía estaba en pañales, optó por adelantarse a la ruina y ordenó derribar directamente la pieza que suponía en peligro.
 
Cien años después, convertido el castillo en el monumento insignia de la ciudad —y del Bierzo con el permiso de Las Médulas—reconstruida parte de la fortaleza para albergar acontecimientos culturales, una exposición de códices facsimilados y una Biblioteca Templaria, el derribo del puente levadizo del monumento se ha convertido en una efeméride desagradable de recordar. Y menos en el año del Mundial de Ciclismo. Pero es la prueba de cómo ha cambiado el valor que los ponferradinos le conceden a su castillo.
 
La despreocupación por el monumento en 1914 no era nueva. El Ayuntamiento lo había adquirido al marqués de Villafranca a mediados del siglo XIX «con el cargo de pagarle anualmente una pensión de 45 pesetas y la obligación de destinar lo que más valiera en renta a la conservación de sus históricas paredes», según consta en el Libro de Actas Municipal, en un escrito de 1890 del alcalde Isidro Rueda en el que el regidor advertía del «completo abandono» de la fortaleza. El marqués, aunque sólo era alcalde honorario del castillo, se había dedicado en los años anteriores a vender la piedra de los muros del interior. El castillo se arrendaba para el cultivo y hacía falta espacio, y Rueda lamentaba que «con el fútil pretexto de que amenazaba ruina (cuando es uno de los trozos más sólidos del castillo) se empleó la piqueta en demoler la mayor parte de los tres arcos que según la tradición popular daban vistas a la Cámara de la Reina y constituían la parte más elevada y bella del castillo».
 
La Comisión de Monumentos de la provincia de León acudió en ayuda del castillo y al lograr que el Estado lo declarara Monumento Histórico, el marqués desistió de cobrar el foro, aunque nada más se hizo.
 
Alcaldes posteriores como Aniceto Vega o como Cayetano Fernández no tuvieron el mismo apego por la fortaleza. «Yo no podré evitar que alguna noche, cualquier malintencionado destruya el castillo con dinamita» y «lo mejor es que se lleven lo que sirva y el resto lo derriben», decía Fernández en sendas frases que recogía la revista Juventud en 1925, en un artículo del arqueólogo Julián Sanz que no sólo denunciaba la ruina del edificio histórico, sino los intentos de acondicionar un campo de fútbol en su interior volando algunos de sus muros.

jueves, 4 de septiembre de 2014

El sastre del Titánic (8y)

Michel ha puesto a salvo a sus hijos en un bote. El sastre de Niza se enreda en un hilo suelto de su abrigo cuando nota cómo se levanta la popa del Titanic. Comienza el final de esta historia real...

"... en las ropas de quien tomaron por Michael Hoffman..."
ILUSTRACIÓN de PABLO J. CASAL


Un relato de Carlos Fidalgo
Ilustrado por Pablo J. Casal



Capítulo Octavo 
 

Lolo y Momom comían bizcochos, ilusionados con la aventura de navegar en un bote, cuando a su espalda, las luces del Titanic se apagaron del todo y la orquesta dejó de tocar. Un momento después, la silueta del trasatlántico desaparecía en medio de un estruendo ensordecedor y el mar se tragaba a su padre.

Antes de quedarse dormidos, los dos niños aún tuvieron tiempo de jugar un rato con el perro de la hija del banquero norteamericano, que no dejaba de ladrar.


***
A los seis días del naufragio, la fotografía de Lolo y Momon aparecía en el diario Le Figaro y Marcelle Caretto, que había denunciado a su marido por el secuestro de sus hijos, estallaba en llanto.
"Son ellos", les dijo a sus familiares. "¡Son Michel y Edmond!".
Los huérfanos del Titanic, decía el pie de foto. Y tembló al imaginarse el peligro que habían corrido.

***
Marcelle viajó desde Francia a Nueva York en el primer barco de la White Star Line y la historia de su emotivo encuentro con los niños dio la vuelta al mundo. Conmovió a millones de lectores. Y llenó cientos de hojas de periódicos.

A Michael Nvratil, sin embargo, lo dieron por desaparecido. Nadie reparó en que al sastre lo habían enterrado en el cementerio judío de Halifax, con un nombre falso, después de que su cuerpo apareciera flotando en el lugar donde el Titanic se había hundido igual que un traje descosido. Y al empleado de la naviera que inventarió sus objetos personales le pareció del todo irrelevante que en las ropas de quien tomaron por Michel Hoffman hubiera un libro de bolsillo, un reloj y una cadena de oro, unas llaves, la cuenta de la habitación ciento veintiséis del hotel Charing Cross de Londres, una billetera de plata, seis libras y un revólver.
                                                    Con dos balas en el tambor.



Este relato forma parte del libro Tierra adentro y otros cuentos de naufragios,  publicado en formato digital por la editorial Leer-e en la colección Libr-e. Publicada ahora como serial en en Diario de León, entre el domingo 13 de julio y el domingo 31 de agosto.

LOS AUTORES


Pablo J. Casal se autorretrata junto al autor de este blog.

PABLO J. CASAL. Ilustrador gallego. Sus creaciones han aparecido en la revista digital El Corso, donde ha ilustrado reportajes sobre el centenario de la Primera Guerra Mundial, literatura fantástica y ciencia. También en el suplemento Filandón de Diario de León han podido verse algunos de sus dibujos.

CARLOS FIDALGO. Autor de (como podéis ver en este blog) El país de las nieblas (IEB, 2005), El agujero de Helmand (Menoscuarto, 2011, V Premio Tristana de Novela Fantástica), Tierra adentro y otros cuentos de naufragios (Leer-e, 2013) y del relato Solarium, incluido en la antología de Hijos de Mary Shelley Piedad y deseo. Otros hijos de la misma noche (Imagine, 2014).