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lunes, 27 de agosto de 2012

Relojes parados

Bodega de Joaquín Lence en Cacabelos. Los relojes, sobre la repisa.
(Foto del autor de este blog)

CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 2 de agosto de 2011

Joaquín Lence tiene una hilera de relojes en su bodega de Cacabelos. El lugar donde sirve vino blanco de cosecha es un antro oscuro, lleno de telarañas, una foto de Franco, un cartel de Lenin en la misma pared, un ataúd para que lo entierren cuando muera, y una calavera que parece de verdad.

Ya les hablé de Joaquín y de su bodega hace unos días, en otro hueco de este periódico, así que no me repetiré explicándoles quién es, qué hace, por qué encuentra respuestas para todo y de dónde le viene esa extraña lucidez con la que responde al forastero cuando el humor le acompaña. Les recomiendo que se dejen caer por Cacabelos y pregunten por él. Y les desafío, además, a descubrir su misterio, a ver si tienen más suerte que yo.

Joaquín Lence es de carne y de hueso, aunque a ratos no lo parezca, pero la bodega que regenta en una calleja de Cacabelos —y aquí es donde quería llevarles— parece salida de un cuento de Borges. O de Cortázar. O de Lovecraft. O de Poe. O de todos ellos a la vez.

Y me lo parece por esa hilera de relojes quietos. Relojes sin cuerda, cubiertos de polvo, sobre un mueble desgastado en la penumbra de la bodega, que despertaron mi curiosidad. «Eran de mineros», me dijo Lence cuando le pregunté hace unos días. «Y como ellos, están parados».

Mientras les escribo estas líneas, los mineros, o más bien su patronal y sus sindicatos, están negociando con el Gobierno el final de una huelga de dos meses. Sesenta y seis días de conflicto por los recortes en las ayudas a las empresas, con una Marcha Negra por el medio que encendió la mecha de las protestas de otros sectores cuando llegó a Madrid, con cortes de carretera y cargas de antidisturbios y relevos de mineros encerrados en el pozo de Santa Cruz. 

La Marcha Negra dejó su propia cartelería.

Al final, lo que parecía una guerra de guerrillas ha sido una guerra de desgaste. Y mucho me temo que la parte que más se ha desgastado —ahora que el Gobierno ha decidido reabrir el diálogo reconociendo como interlocutor a la Comisión de Seguimiento del Plan del Carbón, a la que había estado ninguneando— es la de los mineros, los que caminaron a Madrid en medio del verano, los que estuvieron y todavía están encerrados en un pozo, los que arrancaban quitamiedos en las autovías para interrumpir el tráfico y lanzaban piedras a los antidisturbios.

Mucho me temo que el mayor desgaste también es el de sus esposas y el de sus hijos, que han estado a su lado.

Mucho me temo que una vez más, como ya ha sucedido otras veces, de la mesa de diálogo sólo salga un apaño para que unos y otros salven la cara, empezando por la clase política que dice representarnos. Y la única realidad es que los relojes de la mina seguirán parados, cubiertos de polvo en la penumbra de un despacho. Y nadie les va a dar cuerda.


Otro cartel de una protesta emotiva que no conmovió a nadie en La Moncloa


LAS AGUJAS DE LOS RELOJES


Entre el momento de publicar está opinión en Diario de León y recopilarla en este blog, han pasado 25 días. Al escribir esta nota, un 27 de agosto de 2012, la huelga ha terminado, el Gobierno no sólo mantiene los recortes en las ayudas a las empresas, sino que ha decidido recortar también la producción. Los relojes de la mina no están parados. Están yendo hacia atrás...

miércoles, 22 de agosto de 2012

El punto final

José Luis García Herrero, con los pies descalzos,
 en brazos de su padre, Juan García Arias.

CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 26 de julio de 2012

José Luis García Herrero se ha ido con su padre. Se ha ido a un lugar entre la nada y el cielo, que es donde vamos todos cuando dejamos de ser.

Hijo del último alcalde republicano de Ponferrada, fusilado en una tapia de León a comienzos de la Guerra Civil, José Luis García Herrero —que fue sociólogo, ensayista, poeta, directivo de Endesa y estuvo a punto de convertirse en senador por el Partido Comunista— vivió marcado por la muerte de su padre, Juan García Arias. Por algo tituló Palabras contenidas uno de sus libros de versos. Y por algo esperó al final de su vida para mostrar la carta desgarradora que su padre le escribió a su madre desde la cárcel de León, después de la farsa del juicio sumario que le condenó a muerte.

A los 18 años, y siendo un proyectista de obra civil, García Herrero se encontró de frente con el hombre que había detenido a su padre. «¿Tú eres el capitán Losada? Yo soy el hijo del que fue alcalde de Ponferrada», le soltó durante la inauguración del pantano de Bárcena. Y hace un año, contaba que Losada, una de las figuras de la represión en el Bierzo, se quedó pálido, hizo un gesto raro y respondió afirmativamente antes de pedirle que se apartara.

Al hijo del alcalde fusilado ya le había interrogado la policía cuando apareció por Ponferrada. Le preguntaron a qué había venido. «A trabajar», les respondió. Después de aprobar unas oposiciones en el Instituto Nacional de Industria, esta ciudad desde donde les escribo no era el mejor lugar para ser destinado. En Ponferrada vivían diez o doce personas que podían crearle problemas. Personas que «por dejación, por tener los ojos cerrados, o por pistoleros, por llevarse a la gente al Montearenas y a otros lugares para matarlos» desconfiaban de él. En aquellos años, el joven García Herrero, que nunca buscó venganza, leía clandestinamente Mundo Obrero «antes de quemarlo en el jardín» y sufría registros domiciliarios de madrugada. Le ponían la casa patas arriba y de los nervios, le salió una úlcera de estómago.

Reviso una vieja fotografía de José Luis con su padre. García Arias sostiene a su hijo en pantalones cortos, descalzo. Recuerdo a ese mismo niño convertido en un anciano, vestido con un chándal en su casa de Ponferrada, mientras le entrevistaba el verano pasado, al cumplirse 75 años del fusilamiento. «Cuando deje de ser/ esto que apenas soy/ no vayáis a mi lecho a poner flores/ no digáis las palabras aprendidas/ no alteréis vuestro ritmo/ y compostura (...) Todo ha de ser así/ como ha sido/ sencillo, elemental, incomprensible,/ un acto intrascendente,/ una broma pesada de la vida», escribió una vez en un poema que tituló El punto final. Y me consuelo pensando, creyendo, deseando, que José Luis García Herrero haya muerto con la serenidad que le robaron a su padre.

lunes, 20 de agosto de 2012

Parábola del gallinero

A poner huevos. Del blog www.cuentosfabulasmitosyrelatos.blogspot.com


CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 19 de julio de 2012

Imagínense que España es una granja de gallinas que ponen huevos de oro. Imagínense que cada gallina pone diez huevos de oro al día y el granjero que las cuida, entusiasmado, empieza a comprar a diario productos que valen el equivalente de veinte huevos por cada gallina ponedora que tiene a su cargo. Los paga a crédito, claro.

Pero imagínense que al granjero le piden, de repente, que salde la deuda que ha estado acumulando porque ha crecido demasiado y los acreedores temen que no sea capaz de pagarla.
Horror.

Supongo que no les cuesta nada imaginarse al granjero, que es un poco bruto, exprimiendo a las gallinas de los huevos de oro, que somos todos nosotros, para que en lugar de diez huevos, nos salgan a cada gallina veinte huevos por el ojete.

Imagínense, claro, lo que pasa a continuación. Las gallinas, asfixiadas, ponemos sólo cinco huevos y los acreedores del granjero montan en cólera.

Imagínense la reacción del granjero, que ya les he dicho que es un poco bruto. En lugar de pedir más tiempo a sus acreedores para que las gallinas podamos recuperarnos del susto, sigue apretándonos por el cuello para que pongamos más huevos, hasta dejarnos sin aire, sin huevos, sin oro en las tripas, estranguladas en el corral.

Hay que ser bastante bruto, señor granjero-Rajoy, para no darse cuenta de que nos está apretando tanto a las gallinas que hemos puesto menos huevos.

Hay que ser bruto del todo, señor Rajoy, para no ver que si nos sigue apretando, se habrán acabado los huevos, se habrán acabado las gallinas y no quedará nadie en el gallinero, nadie señor Rajoy, para pagar la deuda: ni mineros del carbón, ni maestros de la escuela pública, ni bomberos, ni funcionarios de la Administración, ni policías, ni autónomos, ni asalariados, ni emprendedores, ni obreros, ni pequeños empresarios, ni compañías de teatro, ni exhibidores de cine, ni actores, ni clase media, ni universitarios, ni periodistas para contarlo.

Está siendo tan torpe con su política de recortes, señor Rajoy, que lo único que se me ocurre es que en realidad no sea usted el granjero que creemos, el que nos daba pienso a las gallinas del gallinero, sino un empleado de los acreedores, que le han embargado la casa, el coche y el tractor al verdadero granjero. Y como no entiende nada de gallinas, ni de huevos, ahora quiere estrangularnos a todos para sacarle el último rendimiento a la carne de gallina y hacer un caldo con nosotros.

Y ahora gallinas de España, gallinas ponedoras de huevos de oro, gallinas silenciosas, gallinas cogidas del gaznate por el falso granjero, cacareemos todas a coro, antes de que nos falte el aire.

martes, 7 de agosto de 2012

Coraje

La Marcha Negra en Madrid, la noche del martes 10 de julio de 2012
Del blog www.tierraylibertadmojacar.blogspot.com.es


CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 12 de julio de 2012

Ayer fue un día de palmas. Palmas en el Congreso y palmas en La Castellana. Palmas de los diputados del Gobierno, ovacionando a Rajoy. Y palmas de los simpatizantes de la Marcha Negra, aplaudiendo a los mineros.

Las palmas de los diputados (del Gobierno) aplaudían el «coraje» del presidente, y esa es la palabra que emplearon, por atreverse a anunciar el ajuste más duro de nuestra historia democrática aún a costa de incumplir sus promesas electorales. Todo por el bien de España. A que les suena...

Las palmas que animaban a los mineros ayer en La Castellana reconocían otro tipo de coraje. Habían empezado la noche anterior en Ciudad Universitaria. Habían continuado bajo el Arco de la Victoria (la de Franco). Y habían seguido en la calle Princesa y en la plaza de España, en la Gran Vía y en la calle de Alcalá, hasta reventar en la Puerta del Sol, el epicentro de todas las quejas, donde a las dos de la madrugada de un día laborable, una multitud aguardaba la llegada de la mancha de luz que formaban los mineros para envolverles en aplausos.

No exagero.

Había admiración en esos aplausos. Eran los aplausos de sus familiares y de sus paisanos, por supuesto. Pero también, de los bomberos de Madrid, que se habían puesto su propio casco. De los indignados del 15M, de los funcionarios -y aún no sabían que unas horas después se quedarían sin la paga extra de Navidad-, de los profesores de la escuela pública, vestidos con camisetas verdes, de los anarcosindicalistas de la CGT, que también clamaban contra los sindicatos mayoritarios, de los estudiantes que reciben una beca y pueden perderla, de los enmascarados de Anonymus y de ciudadanos sin nombre que se echaron a la calle, retrasando la hora de acostarse, para no perderse el paso de doscientos mineros que hace dos semanas empezaron a caminar defendiendo la dignidad de su trabajo y han acabado convertidos en un símbolo contra los recortes.

Está claro que esta crisis es una cuestión de co...razón y de co...raje.

El que le falta al Gobierno por no tener la dignidad de reunirse con los mineros después de la marcha. Y el que le falta a Rajoy, -como ya le faltó a Zapatero, no se engañen- para defender su programa a contracorriente de Europa. O para admitir que se han equivocado con el carbón. Y que han metido la pata con la deuda y con el crecimiento, porque difícilmente se puede reducir el déficit si cada vez hay menos ingresos porque hay menos contribuyentes que paguen impuestos, y difícilmente se puede crear empleo si la gente consume menos.

Eso, y no recibir una ovación de sus palmeros después de reconocer que hemos perdido nuestra soberanía económica, sería una verdadera lección de coraje.

jueves, 2 de agosto de 2012

Tres tiempos y una calavera

Joaquin Lence, junto a "su" ataúd en su bodega de Cacabelos.
Foto del autor de este blog.

PAISANOS
Diario de León. Suplemento Revista. Domingo 15 de julio de 2012

Joaquín Lence tiene una bodega en Cacabelos. Pero no es una bodega cualquiera.

El forastero que se atreve a entrar a tomar un vino allí se encuentra, de sopetón, con un ataúd apoyado contra una pared.

—¿Para qué tiene ese ataúd ahí, Joaquín?

—Para mí.

Y responde seco mientras lava unos vasos en un fregadero.

La bodega de Joaquín es casi un museo. Colas de zorro y patas de jabalí cuelgan del techo. En un rincón tiene una calavera. Parece de verdad.

—¿Y de quién es esa calavera que tiene ahí, Joaquín?

Y Joaquín se prepara para lucirse.
—Si quiere saber a quién pertenece, se lo diré con exactitud. Esa calavera tiene tres tiempos. Un presente, un pasado y un futuro. Sobre su pasado no tengo ni idea. Sobre su futuro, no tengo ni p... idea. Y sobre su presente, le diré lo mismo que le dije con el ataúd: me pertenece a mí.

Y Joaquín sirve dos vinos blancos. El periodista, ingenuo, sigue preguntando.

—¿Y usted donde nació Joaquín?

—No nací en Cacabelos. Nací donde el ciervo es señor y el señor es más señor, que no queda muy lejos de aquí.

—¿Y por dónde cae eso?

—En la pequeña Compostela.

Y la pequeña Compostela, para los que no sean del Bierzo, es Villafranca, el único lugar del Camino de Santiago donde los peregrinos, si están enfermos, pueden ganar el Jubileo. Pero la bodega de Joaquín Lence tiene más secretos.

—Joaquín, ¿por qué tiene Franco y a Lenin juntos en la pared?

Y Joaquín, que debe tener unos ochenta años, pero no quiere decir su edad verdadera, y quizá regente la bodega más vieja del Bierzo, abierta «desde hace más de cien años», por fin tiene un detalle con el periodista.

—Esa es una buena pregunta.

Pero se lo piensa un poco antes de responder.

—¿Por qué Joaquín?

—Porque la mitad del pueblo de Cacabelos es rojo y la mitad es falangista. Cuando hablaba bien de los rojos, me pegaban los falangistas. Y si hablaba bien de los falangistas, me pegaban los rojos. Así que los junté a los dos.

Y el que pregunta sigue mirando a la bodega en penumbra, ahumada, y hay que decir la verdad, con alguna que otra tela de araña difuminada en la oscuridad. El ataúd, sin duda, no desentona. Y sobre un mueble desvencijado, reposa una hilera de relojes.

—¿Y esos despertadores, Joaquín?

Joaquín tiene entonces el mejor gesto de la conversación.

—Eran de mineros, pero como ellos, están parados....

Y el vino blanco que sirve tiene el sabor de un extraño elixir.