El pequeño Nicolás, personaje de Sempé y Goscinny, popular en Francia |
CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 27 de noviembre de 2014
El sábado apagué la tele. Todas las cadenas hablaban del pequeño Nicolás.
El sábado no leí la exclusiva de un periódico, al tercer párrafo, lo dejé. No podía entender que los entrevistadores se tomaran en serio al personaje, aunque no le falte elocuencia y desparpajo al muchacho para presentarse así mismo como una suerte de agente secreto que ha colaborado, sin cobrar, con los servicios de inteligencia del Estado; tan bien conectado que es capaz de desimputar, si lo dejan, a la infanta Cristina y evitar la independencia de Cataluña.
El sábado nos desayunamos con el pequeño Nicolás y cenamos con él. Qué perdida de tiempo. Por momentos, antes de cerrar el periódico, poco antes de cambiar de canal, todo me parecía un fake. Una falsa entrevista. Sólo falta que Jordi Evolé, me dije, tire de los hilos sueltos y anuncie mañana en su programa que Nicolás, el pequeño fabulador, el conseguidor que se movía en el barrizal del tráfico de influencias y quiso ser algo más grande, más importante, le ha contado quién era el elefante blanco que esperaban los golpistas del 23-F, qué político está detrás de la X de los GAL, la conexión secreta de ETA con Al Qaeda, el nombre de todos los hijos bastardos de los últimos reyes, y, por qué no, quién mató a Kennedy, dónde están las armas de destrucción masiva de Sadam y en qué isla del Pacífico vive en la clandestinidad el viejo Elvis Presley.
Si le das tiempo para pensar, el pequeño Nicolás te convencerá de que los templarios descubrieron América. Que los chinos inventaron la sopa de sobre hace mil quinientos años. Que Alejandro Magno era un alienígena. Que el hombre nunca pisó la Luna. Que los extraterrestres construyeron las pirámides, ayudaron a los árabes a inventar los números, y las estatuas de la Isla de Pascua son astronautas del futuro que viajaron en el tiempo a través de un agujero negro.
Y en este esperpento, tanta culpa tienen quienes se han dejado embaucar. Los que le cedieron un chalé, un coche, una escolta. Los que le cogieron el teléfono. Y si me apura, también los periodistas que le han entrevistado. Incluso yo, por dedicarle este artículo. Incluso ustedes, por leerlo hasta el final.
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