Lluvia de mirlos de alas rojas. Ilustración de David Dees |
CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Martes 11 de enero de 2011
Nadie sabe por qué están muertos. Eran mirlos de alas rojas y estorninos negros. Cayeron del cielo el día de Nochevieja y asustaron a los vecinos de Beebe, en el Estado de Arkansas, y a los conductores que circulaban por una carretera de Baton Rouge, en Louisiana.
La cosa no quedó ahí. En Faenza, Italia, ocho mil palomas torcaces se precipitaron desde las alturas en el día de Reyes. Quienes las vieron caer sobre los árboles de la ciudad, las confundieron con adornos navideños.
Mirlo de alas rojas, caído en Beebe, Arkansas artajerjes60.wordpress.com/ |
Y no fueron sólo pájaros. En la bahía de Chesapeake, en la costa de Maryland, dos millones de peces amanecieron en la playa, panza arriba. En Kent, Inglaterra, cuarenta mil cangrejos expiraron junto a las anémonas de mar. Mariscadores del río Paraná, en Brasil, tuvieron que interrumpir su trabajo porque masas de peces sin vida se lo impedían. Las escenas de pájaros y peces muertos se han repetido estos días como en una plaga bíblica en lugares como Winnipeg, Canadá, o Nueva Zelanda. Falköping, Suecia, y de nuevo en la ribera del río Arkansas.
Bahía de Chesapeake, Maryland lomas.excite.es/ |
Y ahora dejémonos de tonterías. Que todos esos pájaros y esos peces estén muertos no es algo tan extraordinario. A lo largo de la historia se han dado lluvias de animales más extrañas. Ratones amarillos cayeron en 1578 sobre la ciudad noruega de Bergen, arrastrados por el viento. Memphis sufrió en 1877 un chubasco de serpientes. Llovieron arañas en Salta, Argentina, en 2007. Y sólo hace dos años que cayeron ranas del cielo en El Rebolledo, Alicante.
No nos dejemos engañar. Estamos ante fenómenos que no pasarían de los programas de misterio si no se hubieran convertido en una moda periodística. Tan ávidos estamos del final del mundo, tan cerca de ese año mítico, 2012, el apocalipsis de los mayas.
Y la verdadera plaga está mucho más cerca. La tenemos delante de nuestras narices. El apocalipsis nos aguarda en pueblos como Barjas, donde sólo quedan jubilados y la gente se muere poco a poco. Pueblos sin niños, condenados a desaparecer, que sólo reciben la visita de supuestos chatarreros que roban en casas cerradas y vendedores de Biblias que toca a la puerta de las últimas viviendas habitadas. Hay que creer, dicen. Y estos días, seguro, deben estar encantados con las noticias que nos llegan de Lousiana, o de Faenza, Italia, donde las palomas sólo caen del cielo cuando se quedan sin aire.
Vuelan demasiado alto.
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