CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Martes, 22 de febrero de 2011
Los obreros del tren minero llegaron a la ciudad en 1918. Eran casi cinco mil y vinieron dispuestos a instalar hierros y travesaños por el Alto Sil para trasladar el carbón desde Villablino. Coincidieron con otros mil quinientos trabajadores que picaban piedra en la carretera de La Espina y entre todos, inundaron Ponferrada de acentos extraños. En pocas semanas, sin embargo, no quedó más de un millar de todos ellos, espantados por la epidemia de gripe española y el pánico que les causaban los muertos.
Locomotora del tren minero en la estación de Ponferrada. Posiblemente en los años 70 u 80. (Foto subida a Facebook por José Manuel López Gay) |
Debió suceder un milagro para que en sólo diez meses, la línea ferroviaria estuviera terminada. Poco después, levantaban una térmica junto al río y comenzaban a apilar la escoria. La ciudad estrenaba su primera gran chimenea industrial. Nacía la montaña negra.
El tiempo pasó y construyeron el Teatro Edesa. Estalló una guerra y las cunetas se llenaron otra vez de muertos, aunque la gripe española ya no tuviera nada que ver con ello.
La guerra terminó. Algunos hombres siguieron en el monte, como los lobos. Y el interés de los nazis por endurecer sus cañones, y el de los aliados por evitarlo, trajo a la ciudad a los mineros del wolfram. Fue la época del dinero fácil, de los burdeles. Y de las partidas interminables de cartas.
Pero la guerra no fue interminable en Europa. Berlín cayó y Ponferrada se curó la fiebre del wolfram. Renació el carbón, apareció el hierro y la ciudad engendró a Endesa para llenarse otra vez de obreros con acentos lejanos que trabajaban en la Fuente del Azufre y en la presa del pantano.
Llegaron los sesenta. Construyeron un rascacielos. El barquillero estaba a punto de aparecer en todas las fiestas, con su ruleta y su cesta de obleas. Y el rock and roll encontró su espacio en El Frontón, entre la moral tradicional y los nuevos tiempos. «¡Que corra el aire!», advertían los guardias a las parejas. Pero Ceferino, que llevaba las maletas de los viajeros hasta el Hotel Madrid en un carrito, tenía otra forma de ver las cosas. «Súbete, que te monto», decía, socarrón, cuando se cruzaba con una chica.
Dos jóvenes de fiesta en la avenida de Portugal. Barrio de Flores del Sil. Años sesenta. (Fotografía de RODRIGO LÓPEZ TORRES) |
Luego cerró la primera térmica. Derribaron el Edesa. El tren minero dejó de funcionar. Y hasta la montaña de carbón se desvaneció en un día de niebla. De aquella ciudad sólo quedan las fotos. Miles de fotos. Y cada vez que alguien comparte una de sus imágenes en Facebook, está contribuyendo a que no se muera del todo.
UN FILÓN INAGOTABLE
He puesto aquí algunas de las fotografías que no encontraron espacio en el reportaje publicado en Diario de León. Y hay más. En el momento de escribir estas líneas son más de 3.500 las imágenes subidas por usuarios de Facebook a la página web creada por Carlos Rodríguez en el verano de 2010. Cuando se agote la memoria de quienes vivieron en ella, esas fotos serán de verad el último filón de la Ciudad del Dólar.
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