Grabado de Juan Carlos Mestre |
CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Martes 12 de abril de 2011
Juan Carlos Mestre se ha encontrado con Lêdo Ivo.
Lêdo Ivo existe y es un poeta viejo que vive en Brasil y que de vez en cuando deja la cara de loco con la que sale en las antologías y se sube a un avión que ata el cielo con cintas de vapor para encontrarse con Juan Carlos Mestre.
Juan Carlos Mestre es un poeta del Bierzo que cultivó hierbas en la boca de un muerto.
La boca de un muerto, sobre todo si el muerto es Federico García Lorca, es el lugar mas fecundo para vivir separado del rumbo de las cosas y escribir de la nieve de los locos.
La nieve de los locos es un astrolabio muerto.
Un astrolabio muerto es lo que queda en el cielo de Nueva York cuando lo atraviesan dos almendras de fuego. Y no lo digo yo. Lo dijo Lorca y lo dice Juan Carlos Mestre, que escupe carbón machacado y de vez en cuando deja la cara de loco con la que escribe poesía para buscar la compañía de Lêdo Ivo.
Lêdo Ivo esta vivo y cuando se encuentra con Juan Carlos Mestre en lugares que sólo existen en un poema de Federico García Lorca como Córdoba, siempre acaban hablando de Cavalo Morto.
Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lêdo Ivo. O al menos eso dicen las antologías.
Las antologías mienten a veces, pero con Lêdo Ivo no se equivocan. Lêdo Ivo es un mito de las letras en lengua portuguesa y estos días se ha encontrado con Mestre -que incluyó su nombre en un poema de La casa roja- durante la octava edición del festival Cosmopoética de Córdoba, donde los dos han vuelto a hablar de Cavalo Morto.
Cavalo Morto es un lugar que nunca me he atrevido a visitar porque tengo miedo de que la poesía de lengua portuguesa me muerda en el corazón. Quienes han estado allí y han vuelto para contarlo, dicen, sin embargo, que en Cavalo Morto, un bullicio de abejas prehistóricas habita en los pararrayos y las sandías son mujeres semidormidas que tienen un manojo de llaves dentro del pecho.
Dentro del pecho, llevo una dentellada.
Y una dentellada es una almendra de fuego que te quema por dentro cuando lees los versos que Juan Carlos Mestre escribió una vez de Cavalo Morto, ese lugar que no existe, excepto en un poema de Lêdo Ivo.
Juan Carlos Mestre y Lêdo Ivo, en el festival Cosmopoética 2011 de Córdoba FOTO de JUAN MANUEL VACAS, tomada de calambureditorial.blogspot.com |
CAVALO MORTO de Lêdo Ivo
En Cavalo Morto, las muchachas acostumbran a salir de paseo con los soldados. Y luego a quererse.
Sucede entonces algo inverosímil: después de hacer el amor, bordan en las nubes, con un alfabeto azul y blanco, el nombre de los enamorados: José Antônio, Manuel, Joâo.
Las muchachas vuelven más jóvenes de esos amores entre la maleza. Regresan intrépidas, excitadas por el filtro de la luna. Y para ellas no hay ya exigencias, cobardías, acontecimientos. Sólo existen los soldados del batallón.
En agosto, enero, igual septiembre, las muchachas aman en Cavalo Morto. Pasan abrazadas a sus enamorados y dejan en la arena del camino algo como un rastro de espuma o velo. Los soldados no saben hacer sonetos, ¡pero cómo aman!
De noche, Cavalo Morto nunca está despoblado. Y si pasas un día por allí y oyes voces, risas y gemidos de amor, no te asustes por miedo a los fantasmas. Son las muchachas amándose con los soldados de Cavalo Morto.
Grabado de Mestre para "La tumba de Keats" |
CAVALO MORTO de Juan Carlos Mestre
Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lêdo Ivo.
Un poema de Lêdo Ivo es una luciérnaga que busca una moneda perdida. Cada moneda perdida es una golondrina de espaldas posada sobre la luz de un pararrayos. Dentro de un pararrayos hay un bullicio de abejas prehistóricas alrededor de una sandía. En Cavalo Morto las sandías son mujeres semidormidas que tienen en medio del corazón el ruido de un manojo de llaves.
Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lêdo Ivo.
Lêdo Ivo es un hombre viejo que vive en Brasil y sale en las antologías con cara de loco. En Cavalo Morto los locos tienen alas de mosca y vuelven a guardar en su caja las cerillas quemadas como si fuesen palabras rozadas por el resplandor de otro mundo. Otro mundo es el fondo de un vaso, un lugar donde lo recto tiene forma de herradura y hay una sola tarde forrada con tela de gabardina.
Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lêdo Ivo.
Un lugar que existe en un poema de Lêdo Ivo es un río que madruga para ir a fabricar el agua de las lágrimas, pequeñas mentiras de lluvia heridas por una púa de acacia. En Cavalo Morto los aviones atan con cintas de vapor el cielo como si las nubes fuesen un regalo de Navidad y los felices y los infelices suben directamente a los hipódromos eternos por la escalerilla del anillador de gaviotas.
Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lêdo Ivo.
Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lêdo Ivo.
Un poema de Lêdo Ivo es el amante de un reloj de sol que abandona de puntillas los hostales de la mañana siguiente. La mañana siguiente es lo que iban a decirse aquellos que nunca llegaron a encontrarse, los que aún así se amaron y salen del brazo con la brisa del anochecer a celebrar el cumpleaños de los árboles y escriben partituras con el timbre de las bicicletas.
Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lêdo Ivo.
Lêdo Ivo es una escuela llena de pinzones y un timonel que canta en el platillo de leche. Lêdo Ivo es un enfermero que venda las olas y enciende con su beso las bombillas de los barcos. En Cavalo Morto todas las cosas perfectas pertenecen a otro, como pertenece la tuerca de las estrellas marinas al saqueador de las cabezas sonámbulas y el cartero de las rosas del domingo a la coronita de luz de las empleadas domésticas.
Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lêdo Ivo.
En Cavalo Morto cuando muere un caballo se llama a Lêdo Ivo para que lo resucite, cuando muere un evangelista se llama a Lêdo Ivo para que lo resucite, cuando muere Lêdo Ivo llaman al sastre de las mariposas para que lo resucite. Háganme caso, los recuerdos hermosos son fugaces como las ardillas, cada amor que termina es un cementerio de abrazos y Cavalo Morto es un lugar que no existe.
Brillante
ResponderEliminarDa igual las veces que lo lea, siempre me emociona. Gracias por esa columna, Carlos.
ResponderEliminarGracias por tomaros el tiempo de leer esta entrada, Antonio, Estrella.
ResponderEliminarGracias a tí, Tormenta, por las hierbas y los astrolabios...
Ayer 14 de abril, Juan Carlos Mestre estuvo en la Biblioteca Mercè Rodoreda de Barcelona.. Recitó este poema, cavalo morto, y fue algo tan impresionante que casi tengo que salir de la sala para soltar la emoción.. No conocia a este poeta leonés...gracias por su visita a Barcelona y por su escritura, su ´música, su pintura...
ResponderEliminarPara Anónimo. Escuché a Mestre recitar Cavalo Morto el pasado verano en un alcornocal en Cobrana, un pueblo del Bierzo donde se celebra un festival poético. Yo no podía salir de la sala porque estábamos al aire libre. Excepto una imagen que alude a los aviones de las Torres Gemelas, todas metáforas de la columna son suyas ...y de Lorca. Me alegro de que haya descubierto usted a Mestre. Le recomiendo "La tumba de Keats".
ResponderEliminarJuan Carlos Mestre....el mundo es capaz de paralizarse para escuchar sus versos. Me maravilla. Carlos, tú también has estado maravillosamente genial en la presentación de tu libro en Bembibre, que suerte la mía que he podido disfrutar de ello!!
ResponderEliminarGracias otra vez Mónica por pasarte por la Casa de las Culturas, y por pasarte también por aquí.
ResponderEliminarHace tiempo que no me emocionaba con la palabra. Ni siquiera me acordaba de la sensación.¿Sigo viva? Creo que sí.
ResponderEliminarPara la chica de la ventana. Me emociona que te des cuenta de que sigues viva y lo digas aquí.
ResponderEliminarEsta noche he escuchado de nuevo este poema recitado por Juan Carlos Mestre, poeta entre los poetas, genio indiscutible. Ha conseguido crear dentro de mí un cóctel de sentimientos que me hace sentir muy viva. No había encontrado el momento de darte la enhorabuena por esta fantástica columna, le tengo un cariño especial. Fue, cuando la terminé de leer en el periódico, en su día, cuando decidí que quería formar parte de los amigos de la persona que había escrito la columna que acababa de leer. Gracias por todo, Carlos.
ResponderEliminarFirma tu dentista.
Te echamos de menos por estos lares, o al menos, yo sí te echo de menos. ¿Dónde estás? ¿Por qué no nos dejas seguir disfrutando con tus cuentos, poesías y columnas?
ResponderEliminarFirma tu dentista.
Hola Sara! Tenía el blog muy abandonado. Demasiadas cosas que hacer... Pero ya lo he actualizado. Espero llevarlo al día y dejar alguna cosa más que la columna del periódico.
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