Bodega de Joaquín Lence en Cacabelos. Los relojes, sobre la repisa. (Foto del autor de este blog) |
CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 2 de agosto de 2011
Joaquín Lence tiene una hilera de relojes en su bodega de Cacabelos. El lugar donde sirve vino blanco de cosecha es un antro oscuro, lleno de telarañas, una foto de Franco, un cartel de Lenin en la misma pared, un ataúd para que lo entierren cuando muera, y una calavera que parece de verdad.
Ya les hablé de Joaquín y de su bodega hace unos días, en otro hueco de este periódico, así que no me repetiré explicándoles quién es, qué hace, por qué encuentra respuestas para todo y de dónde le viene esa extraña lucidez con la que responde al forastero cuando el humor le acompaña. Les recomiendo que se dejen caer por Cacabelos y pregunten por él. Y les desafío, además, a descubrir su misterio, a ver si tienen más suerte que yo.
Joaquín Lence es de carne y de hueso, aunque a ratos no lo parezca, pero la bodega que regenta en una calleja de Cacabelos —y aquí es donde quería llevarles— parece salida de un cuento de Borges. O de Cortázar. O de Lovecraft. O de Poe. O de todos ellos a la vez.
Y me lo parece por esa hilera de relojes quietos. Relojes sin cuerda, cubiertos de polvo, sobre un mueble desgastado en la penumbra de la bodega, que despertaron mi curiosidad. «Eran de mineros», me dijo Lence cuando le pregunté hace unos días. «Y como ellos, están parados».
Mientras les escribo estas líneas, los mineros, o más bien su patronal y sus sindicatos, están negociando con el Gobierno el final de una huelga de dos meses. Sesenta y seis días de conflicto por los recortes en las ayudas a las empresas, con una Marcha Negra por el medio que encendió la mecha de las protestas de otros sectores cuando llegó a Madrid, con cortes de carretera y cargas de antidisturbios y relevos de mineros encerrados en el pozo de Santa Cruz.
La Marcha Negra dejó su propia cartelería. |
Al final, lo que parecía una guerra de guerrillas ha sido una guerra de desgaste. Y mucho me temo que la parte que más se ha desgastado —ahora que el Gobierno ha decidido reabrir el diálogo reconociendo como interlocutor a la Comisión de Seguimiento del Plan del Carbón, a la que había estado ninguneando— es la de los mineros, los que caminaron a Madrid en medio del verano, los que estuvieron y todavía están encerrados en un pozo, los que arrancaban quitamiedos en las autovías para interrumpir el tráfico y lanzaban piedras a los antidisturbios.
Mucho me temo que el mayor desgaste también es el de sus esposas y el de sus hijos, que han estado a su lado.
Mucho me temo que una vez más, como ya ha sucedido otras veces, de la mesa de diálogo sólo salga un apaño para que unos y otros salven la cara, empezando por la clase política que dice representarnos. Y la única realidad es que los relojes de la mina seguirán parados, cubiertos de polvo en la penumbra de un despacho. Y nadie les va a dar cuerda.
Otro cartel de una protesta emotiva que no conmovió a nadie en La Moncloa |
LAS AGUJAS DE LOS RELOJES
Entre el momento de publicar está opinión en Diario de León y recopilarla en este blog, han pasado 25 días. Al escribir esta nota, un 27 de agosto de 2012, la huelga ha terminado, el Gobierno no sólo mantiene los recortes en las ayudas a las empresas, sino que ha decidido recortar también la producción. Los relojes de la mina no están parados. Están yendo hacia atrás...
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