El tiempo en las manos. Del blog www.danyelon.wordpress.com |
CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 16 de agosto de 2012
Tengo un reloj en el pasillo de mi casa. Alguno pensará que estoy obsesionado
con el tiempo, siempre hablando de relojes. Me da igual. El tiempo es una
invención del hombre y los relojes no miden nada. Quizá por eso, y porque nunca
le he puesto pilas, el que tengo en mi casa nunca se había movido de las
doce.
El reloj está colgado en la pared, como en las estaciones, y es lo primero
que ven los invitados cuando cruzan la puerta, o los vecinos curiosos, o el
cobrador del gas, el de la luz, el del frac... Miento. Nunca he tenido al
cobrador del frac en la puerta de mi casa. Mientras no me falle la nómina, voy
pagando mis deudas y tengo domiciliada la luz, el gas, la hipoteca, la letra del
coche (no, esa ya la pagué), el crédito que pedí cuando compré las cortinas y
cambié los armarios, y la comida del perro, no saben cómo traga.
Así que tengo mis cuentas en orden y el reloj de dos esferas que decora el
pasillo de mi casa sin pilas. Y por eso, porque nunca ha medido nada, me asustó
tanto lo que descubrí hace un rato. Yo salía del piso con las llaves en la mano
y miré hacia el reloj. La esfera que se ve desde el interior del pasillo marcaba
las doce, como siempre, y no le hice mucho caso, pero cuando estaba a punto de
llamar al ascensor, recordé que había olvidado al perro y di la vuelta.
Giré la llave. Abrí la puerta. Y ante mí, la esfera que se encuentran los
invitados, los vecinos curiosos y los cobradores de facturas sin domiciliar, no
marcaba las doce. No. La aguja más grande, la de los minutos, se había movido y
señalaba las doce menos cuatro minutos.
Me quedé pasmado. Sonó el teléfono. Eran del banco. Me querían ofrecer otro
crédito para amueblar el baño. Les dije que no, claro. No encontré al perro en
toda la casa y bajé a la calle a buscarlo. En el ascensor, una vecina hablaba
con su marido de cambiar el coche. «Ya tiene seis años», le decía. En el portal,
el mismo agente inmobiliario que me vendió el piso -yo le creía en el paro- le
iba diciendo a un comprador que el ladrillo nunca baja. Y en el parque, después
de cansarme de buscar al perro, me senté en un banco y leí el titular de un periódico en el quiosco. «Zapatero anuncia en el Congreso que congela las
pensiones y baja el sueldo a los empleados públicos», ponía. «El presidente
asegura que el recorte será gradual para no comprometer la recuperación
económica». Y miré la fecha horrorizado: 12 de mayo de 2010.
Eso fue hace un rato. Ahora estoy sentado debajo del reloj, en el pasillo de
mi casa. He movido a mano las agujas de la esfera que da a la puerta y marcan
las doce y cuatro. Y estoy esperando a que suene el teléfono. O ladre el perro
que me regalaron el año pasado. A ver si escampa.
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