Fotografía de ARTHUR MORRIS. Le ofrezco un cuento en su blog, a cambio. www.birdasart-blog.com |
CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 23 de agosto de 2012
El viento, que es muy caprichoso, arrastró las cenizas del incendio de
Castrocontrigo hasta las aceras de La Bañeza. En Trobajo del Camino, oscureció a
las cuatro de la tarde y tuvieron que encender las farolas en el polígono
industrial porque una nube procedente de la Valdería y la Valduerna escondió el
sol después de la sobremesa. Los turistas fotografiaban la catedral, de piedra
blanca, rodeada de negrura. Y el cielo tenía un aspecto apocalíptico.
Eso fue el lunes.
El martes, el viento, que no se deja domar, avivó el fuego entre los pinares
cuando ya parecía fatigado, escribían los redactores de este periódico que les
están contando cómo se propaga el mayor incendio forestal que ha sufrido la
provincia de León en su historia. Un perímetro de cuarenta kilómetros cuadrados.
Diez mil hectáreas calcinadas hasta quedar controlado, más, mucho más, de lo que
se quemó en toda la provincia en todo el año pasado. Y mil personas trabajando
para sofocar las llamas. Doce aviones. Diecisiete helicópteros. Quince camiones
autobomba. Catorce bulldozer para abrir cortafuegos. Un ejército armado con
mangueras y extintores, azadas y batefuegos, vestidos de verde y amarillo
ignífugo, y de rojo brillante, turnándose para trabajar también por la
noche.
La altura de las llamas ha llegado a ser de espanto. Lenguas de fuego de
hasta 50 metros de alto han salido del bosque en Tabuyo del Monte como si
hubiera un dragón escondido entre los abetos. Y no hay carretera, ni hay camino,
ni hay río que lo corte si el viento no amaina.
El fuego de la Valdería y de la Valduerna es lo que le faltaba a esta
provincia, con la minería estrangulada por un nuevo recorte del 45 por ciento de
la producción, con la industria eólica prácticamente desmantelada y sin
alternativas industriales de relevancia. El vidrio de Cristalglass, paralizado.
El acero de Roldán, renqueante. Las azucareras, en retroceso. El ladrillo,
desaparecido. La pizarra, entrando en la reserva. Y el turismo, la eterna
esperanza, que no despega como debiera.
Nos estaban condenando a volver al campo, a volver a la huerta, a la siembra
del trigo y del centeno, a los rebaños de ovejas, a las colmenas de miel, y a la
resina, a la manzana y a las cerezas. A la matanza del cerdo. A la leche de
vaca. Y la carne de ternera. A la cecina y a la manteca.
Nos estaban condenando a hacer la maleta.
Ahora sabemos que si finalmente tenemos que marcharnos, porque esta tierra ya
no da para todos, encima lo haremos quemados y con el pelo cubierto de ceniza.
Salvo que el viento, que es muy cambiante y muy caprichoso, nos sacuda un poco
cuando cerremos la puerta.
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