"Una ciudad flotante", en opinión de Julio Verne... |
Donde nace la locura... Algunos lo habéis adivinado. Aquel barco que una jovencita caprichosa bautizó como Leviatán, el diablo del mar, no es otro que el Great Eastern, el barco más grande del mundo hasta la era de los trasatlánticos. Diseñado por el ingeniero Isambard Kingdom Brunel, un pionero del ferrocarril que llenó Inglaterra de puentes de hierro y acabó fabricando barcos de vapor cada vez más ambiciosos, y por Scott Russell, en cuyos astilleros de la Isla de los Perros se construyó, las dimensiones del Great Eastern le equiparan a buques como el Lusitania o el Oceanic, a los que se adelantó medio siglo. Y su leyenda negra no tiene nada que envidiarle al Titanic. Lo botaron en 1858 y navegó durante quince años. En ese tiempo pasó de transportar pasajeros, con poca rentabilidad, a tender cables trasoceánicos. Y terminó sus días en el puerto Liverpool, convertido en teatro flotante, hasta su desguace en 1889.
El relato completo y ordenado que tenéis a continuación recoge las 33 entregas del microfolletín, o micronovela, publicado en Diario de León entre el 31 de julio y el 30 de agosto de 2013. El periódico ya recogió en una página todo el relato el 30 de agosto, pero en un su penúltima versión. Esta es la redacción definitva. Y escribo esto porque en el microcapítulo 23 que podéis leer más abajo hay un ligero cambio respecto a la recopilación de León al Sol (aunque no respecto al día de su publicación como párrafo individual el 21 de agosto) que enriquece la narración...
El relato completo y ordenado que tenéis a continuación recoge las 33 entregas del microfolletín, o micronovela, publicado en Diario de León entre el 31 de julio y el 30 de agosto de 2013. El periódico ya recogió en una página todo el relato el 30 de agosto, pero en un su penúltima versión. Esta es la redacción definitva. Y escribo esto porque en el microcapítulo 23 que podéis leer más abajo hay un ligero cambio respecto a la recopilación de León al Sol (aunque no respecto al día de su publicación como párrafo individual el 21 de agosto) que enriquece la narración...
El Great Eastern, en una recreación de Henry Clifford. |
1. Un barco a vapor me quita el sueño... Lo mueven dos ruedas de paletas. Y aprovecha el empuje del viento. Sus mástiles son más altos que las torres de Notre Dame.
2. Lo construyeron en la Isla de los Perros. El monstruo tenía cinco máquinas de vapor y diez calderas. Cinco chimeneas se elevaban sobre la cubierta, y seis palos sostenían las velas. Su constructor, un ingeniero visionario, aseguró que era el primer barco insumergible del mundo.
3. Anochece en la Isla de los Perros. Poco a poco se van apagando los golpes de los martillos de los remachadores. Obreros de todas las nacionalidades ayudan a construir el barco en la ribera del Támesis. Nada se sabe desde la mañana de un padre y un hijo que trabajaban en el doble casco.
4. Los dos remachadores nunca aparecieron. Después de dos días, dejaron de buscarlos. Los obreros continuaron trabajando en el barco, convertido en una nueva Torre de Babel flotante. Y llegado el momento de botarlo en el río Támesis, la joven hija de uno de los banqueros que había financiado la construcción sorprendió a todos y tuvo la ocurrencia de darle el nombre del diablo del mar. "¡Leviatán!", lo bautizó.
5.Tres mil personas se habían reunido en la ribera del Támesis para presenciar la botadura. Y de repente se escuchó una explosión. La tensión había roto uno de los cabestrantes y había provocado el estallido de la máquina de vapor que tiraba de las cadenas. Había un hombre muerto y cuatro heridos. Y el barco, varado en el astillero, apenas se había movido un metro.
6. Fueron necesarios diez semanas y unas bombas de ariete para botar el barco de costado, centímetro a centímetro. Pero cuando la nave estuvo en el agua, la operación había encarecido tanto el coste que su constructor estaba en la bancarrota. El día marcado para que el buque navegara por primera vez hacia desembocadura del Támesis, la ansiedad y la falta de sueño le traicionaron y le dio un ataque al corazón.
8. El constructor se consumió, se consumió, se consumió... Ya no se levantó de la cama. Diez días después de la explosión de la caldera, aquel hombre ambicioso murió sin haber navegado nunca en su barco.
9. Remolcaron el barco. Enterraron a su creador. Reconstruyeron la rueda de paletas y el salón de primera clase. Y cuando llegó la primavera, el buque estuvo preparado para navegar de nuevo. Pero la leyenda negra que arrastraba pesaba tanto que nadie quería embarcarse en el viaje inaugural. El monstruo quedó amarrado en la Isla de los Perros. Y los últimos trabajadores de los astilleros difundieron el rumor de que en cuanto anochecía, retumbaban en el casco los martillazos de un remachador.
1o. El primer capitán del barco era un marino experimentado. De no ser por su coraje, el buque no hubiera llegado a ningún puerto después de la explosión. Se llamaba William Harrison y mientras reparaban el gigante maltrecho, se embarcó en uno de sus botes para navegar a Southampton.
11. Desde los muelles de Southampton vieron cómo se acercaba la tormenta. Vieron cómo la tormenta engullía al bote del capitán Harrison. Y la lancha, con todos sus remeros, se hundió antes de que el experimentado marino lograra desembarcar en el puerto.
12. Al barco le quitaron el nombre del diablo. Dejó de llamarse Leviatán. Y en el mes de marzo nombraron un nuevo capitán que sustituyera al desgraciado Harrison. Pero no fue suficiente para alejar el mal fario del buque y a nadie se le pasaba por la cabeza subir a bordo, excepto a la tripulación, que lo hacía a regañadientes.
13. Su constructor lo había diseñado para afrontar trayectos de larga distancia. De Inglaterra a la India. Y de la India a Australia. Sin detenerse en ningún puerto. Pero los viajeros que accedían a visitar el buque después de muchos ruegos de la compañía lo tenían claro. Demasiados días en el mar -pensaban mientras observaban los pescantes con los botes salvavidas- a bordo de un barco impredecible.
14. El presidente de la naviera le propuso a su consejo de administración realizar viajes más cortos. Limitarse a cruzar el Atlántico. Y el resultado no fue mucho mejor. Sólo cuarenta y tres pasajeros, ocho de ellos invitados por la compañía, se atrevieron a embarcarse en la primera travesía del buque a Nueva York.
15. El barco tardó diez días y diecinueve horas en llegar a Nueva York. Y aunque parezca extraño, no sufrió ningún accidente en las calderas, ni le azotó ninguna tempestad, ni se interpuso en su ruta ningún iceberg. Pero al concertista del salón de primera clase le parecía escuchar un repiqueteo metálico cada vez que deslizaba sus dedos sobre las teclas del piano.
16. La nave transportó militares en su segundo viaje. Dos mis soldados con sus oficiales. Y doscientos caballos que debían desembarcar en Quebec. Y nada ocurrió tampoco, salvo que los caballos relinchaban como locos cada noche y golpeaban las paredes con sus cascos hasta que sus cuidadores bajaban a las bodegas para tranquilizarlos.
17. La tercera travesía fue más accidentada. El trasbordador que acercaba a los pasajeros al barco desde el puerto de Milford Haven, en la costa de Gales, encalló en una roca y los cien viajeros de la compañía tuvieron que ser rescatados junto a sus equipajes.
18. Y cuando el barco llegó a Nueva York, nueve días y trece horas después, nadie le hizo caso. Se había declarado la Guerra de Secesión y apenas subieron a bordo unas decenas de curiosos después de pagar los veinticinco centavos que costaba visitarlo.
19. El cuarto viaje fue peor. Mucho peor. Sólo llevaban veinticuatro horas en el mar cuando un fuerte vendaval hizo zozobrar al barco. Una de las ruedas de paletas se perdió en el océano y la otra se hizo pedazos después de que se desprendiera un bote. Y el poste del timón se partió y comenzó a golpear la hélice como si fuera el brazo de un remachador.
20. El capitán decidió ocultar lo sucedido. Pero la carga, liberada de sus anclajes, sacudía las paredes de la bodega y asustaba a los pasajeros. Ya no había caballos a bordo, pero los fardos hacían el mismo ruido cuando chocaban con el casco.
El Great Eastern, anclado. Desconozco el nombre del autor de la imagen. |
21. No ocurrió nada en la quinta y en la sexta travesía y el barco empezó a remontar su mala fama. Y a ganar dinero para la naviera. Pero en el séptimo viaje a América, con las bodegas llenas y más de mil quinientos pasajeros a bordo, el calado de la nave aumentó y la hizo más vulnerable.
22. El capitán, precavido, evitó la Bahía de Nueva York, que era poco profunda, y trató de atracar en la de Flushing. Aún así, la quilla tropezó con una roca. Y la roca abrió una brecha de veinticinco metros de largo y tres de anchura que hubiera hundido cualquier otro barco que no hubiera estado dividido en compartimentos estanco.
23. Ningún puerto de los Estados Unidos contaba con el suficiente calado para reparar el barco en un dique seco. Así que tuvieron que usar una cajón de aire comprimido, sujeto al casco con cadenas. La reparación fue lenta y costosa. Los obreros que se metían en aquel compartimiento salían a los pocos minutos con ataques de claustrofobia. Decían que allá abajo se escuchaba con toda claridad el llanto de un niño.
23. Ningún puerto de los Estados Unidos contaba con el suficiente calado para reparar el barco en un dique seco. Así que tuvieron que usar una cajón de aire comprimido, sujeto al casco con cadenas. La reparación fue lenta y costosa. Los obreros que se metían en aquel compartimiento salían a los pocos minutos con ataques de claustrofobia. Decían que allá abajo se escuchaba con toda claridad el llanto de un niño.
24. Nuevamente reparado, la naviera tuvo que subastar el gran barco para evitar la ruina. Adquirido por una cuarta parte de su valor, a alguien se le ocurrió que aquella enormidad de acero era la única nave en el mundo capaz de almacenar los cuatro mil kilómetros de cable submarino que debían unir Europa y América por telégrafo. Y la operación fue un éxito.
25. La reina nombró sir a su nuevo capitán, orgullosa de la hazaña. El viento soplaba a favor y el barco tuvo una segunda oportunidad. Los Estados Unidos ya no estaban en guerra y París celebraba una de sus primeras exposiciones universales. Y así fue como un armador francés lo compró a buen precio para fletarlo otra vez como transporte de viajeros. De Liverpool a Nueva York. Y de Nueva York a Brest.
26. Julio Verne fue el más ilustre de sus pasajeros. El escritor tuvo un viaje plácido y escribió una novela sobre la nave que tituló Una ciudad flotante. Pero muchos años después de aquella travesía y mientras descansaba en la cubierta de su yate, el Saint Michel III, soñó que alguien le golpeaba con un martillo en la cabeza. Cuando abrió los ojos, descubrió que el timón de su velero estaba roto.
27. Verne preguntó qué había sido de aquel buque de hierro en el que había navegado hacía tantos años. Le dijeron que estaba anclado en el puerto de Liverpool, convertido en un teatro flotante. Pero pocos músicos se atrevían a tocar en él.
28. El escritor no quiso saber nada más del barco. El público de Liverpool tampoco. Y viendo que todo el mundo le daba la espalda, los empresarios decidieron venderlo a un chatarrero para ganar al menos algún dinero con el desguace.
29. Pero el barco no lo puso fácil. De hecho, a los operarios les llevó dos años desmantelarlo. Incluso tuvieron que emplear una bola de demolición porque no había forma de aflojar los remaches.
30. Algunos obreros renunciaron al trabajo. Decían que por las noches, la orilla del Mersey donde desguazaban el buque se llenaba de ecos metálicos. Y hasta los perros dejaban de ladrar.
31. Y los que conocían la historia del barco estaban convencidos de que encontrarían dos esqueletos abrazados entre las cuadernas y el doble casco cuando desmontaran todos los compartimentos estanco.
32. Pero no descubrieron ningún hueso. Sólo hallaron un remache suelto a la altura de la línea de flotación, que se balanceaba en una sección sin numerar, como si les estuviera haciendo burla.
33. “¿Se ha vuelto loco?”, le preguntaron los obreros al capataz cuando en vez de continuar con el desguace, vieron cómo cogía un martillo del suelo, se escupía en las manos, y comenzaba a golpear el remache, una y otra vez, una y otra vez, hasta ponerlo en su lugar.
El diablo del mar © Carlos Fidalgo
Publicado en León al sol. Diario de León. 31 de julio al 30 de agosto de 2013.
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El Great Eastern, listo para el desguace en la orilla del Mersey. |
El diablo del mar © Carlos Fidalgo
Publicado en León al sol. Diario de León. 31 de julio al 30 de agosto de 2013.
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