Diario de León. Jueves 12 de junio de 2014
Una manta, dos maletas y un alambre. Un zapato de ante y un cepillo de dientes bien conservado. Un cuchillo. Un hacha. Ropa quemada. Un casquillo de bala. La fotografía de una autopsia.
Los objetos hablan, está claro. Cuentan una historia. En este caso dos; la de Rosa del Mar Jiménez, que vivía en una nave abandonada de Bembibre, en el patio trasero del mundo, y hace un año y medio que murió acuchillada por su pareja, otro indigente que después de matarla, la descuartizó y escondió su cuerpo en dos maletas rodeadas con una manta y un alambre; y la de Bernardo Álvarez Trabajo, guerrillero antifranquista, panadero, ex combatiente republicano, que murió tiroteado en un monte de Lugo por un infiltrado y fue enterrado en una fosa sin nombre, donde permaneció durante sesenta y tres años hasta que la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica exhumó sus restos en septiembre de 2012. Apodado El Gasta, la familia de Bernardo Álvarez está a la espera de que concluyan las pruebas de ADN para recibir sus restos. Mientras tanto, sus huesos reposan en la mesa de un laboratorio de Ponferrada, donde han ofrecido una lección de historia a un grupo de universitarios de Nueva York.
Al asesino de Rosa del Mar Jiménez lo han juzgado estos días en la Audiencia Provincial de León y un jurado acaba de declararle culpable. Al hombre que mató a Bernardo Álvarez Trabajo en 1949, Francisco Cano Román, no sólo no lo juzgaron nunca, sino que recibió el trato de héroe. Lances de la guerra y de la posguerra, dirá más de uno, porque al fin y al cabo, unos y otros andaban por el monte armados y emboscándose para hacerse daño. La impunidad que concedió la Transición, opino yo. El pacto de silencio que prolongó el miedo.
Y ni siquiera se trata de sentar en el banquillo a los responsables de aquellos sucesos. Están todos muertos. Se trata de contar lo que pasó. Y de que los jueces y los forenses que hoy que se encargan de crímenes recientes como el de Rosa del Mar Jiménez, no desaparezcan cuando llega la hora de exhumar los cuerpos de hombres y mujeres que, combatientes o paseados, murieron asesinados en los años negros de la represión.
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