Diario de León. Martes 25 de octubre de 2011
Al Cesterín lo enterraron en un campo de centeno y todos los veranos, las espigas más altas delataban su asesinato. «Allí está enterrado vuestro padre», les decían los vecinos de Villanueva de Valdueza a sus dos hijos adolescentes cuando los veían trabajar aquella tierra a dos kilómetros del pueblo. Pero no se atrevían a desenterrarlo.
En algún momento dejaron de sembrar centeno y plantaron patatas, y el rincón del Cesterín seguía siendo el más frondoso. Antonio Fernández tenía un buen epitafio en los tubérculos y en los cereales y no había nadie en Villanueva que no supiera que allí debajo habían enterrado a un hombre.
Al Cesterín, que ni siquiera se metía en política, según cuentan, lo mataron unos pistoleros falangistas en el mes de octubre de 1936. Su delito, avisar al alcalde de que iban a buscarle. Le dieron una paliza, le dispararon en un costado y en la mandíbula y lo mataron. Luego el silencio hizo el resto y ni siquiera la muerte de Franco sirvió para que en Villanueva de Valdueza perdieran el miedo a sacar sus huesos del campo de centeno.
9 de octubre de 2011. Exhumación de la fosa. (Foto. Público.es) |
Ha sido una nieta que vive en Argentina, hasta donde no llega el miedo, la que se ha empeñado en que los restos de su abuelo reposen en un camposanto. Adriana Fernández, qué paradoja, se dedica en Buenos Aires a buscar a los desaparecidos de la dictadura argentina y desconocía que su abuelo era una víctima de la represión del régimen de Franco. «Yo creo que mi abuelo me guió», decía el pasado sábado en San Esteban de Valdueza, a punto de recibir la urna con los huesos del Cesterín y dispuesta a seguir con la querella por crímenes contra la humanidad que la Justicia argentina mantiene abierta para condenar la represión de la dictadura española. Y esa es nuestra vergüenza. Que en Argentina sea un motivo de querella lo que en España ha sido una excusa para apartar a Baltasar Garzón de la judicatura.
Estos días, el terrorismo etarra ha anunciado que deja las armas. Todo el mundo habla de apoyar a las víctimas. De ayudarlas a superar el trauma. Bravo. Pero no nos olvidemos de que todavía hay muertos que llevan 75 años enterrados en campos y cunetas. Y así es imposible no darle la razón al poeta Abel Aparicio cuando se queja de que las víctimas de Franco no valen tanto como las de ETA. Esa diferencia de trato es como el centeno alto; delata a más de uno.
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