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Diario de León. Jueves 30 de agosto de 2012
Afganistán, 26 de agosto. Diecisiete aldeanos, quince hombres y dos mujeres,
aparecen decapitados en una zona de la provincia de Helmand bajo control de los
talibanes. Culpables de haber asistido a una fiesta.
No nos movemos de Afganistán, la tierra del polvo rojo y los ríos de meandros
semicirculares entre las piedras. Verano del 2012, también. Una familia de
pastunes se niega a cumplir la tradición tribal de asesinar a su hija violada
por un pariente. La joven había sido secuestrada por un grupo de policías y
entregada a su agresor, que la tuvo encadenada a una pared durante cinco días
para golpearla y abusar de ella y vengar de esta forma una afrenta al honor —lo
que él entiende por honor— cometida por un primo lejano de la víctima. Y me
pregunto si este es uno de los casos a los que se refiere el lamentable
congresista republicano Todd Akin cuando habla de «violaciones legales» y qué
clase de mierda tienen algunos tipos en la cabeza.
Seguimos en Oriente. India. El mismo día de agosto en que decapitan a los 17
afganos en Helmand, una banda de jóvenes armados le corta la cabeza a un
vendedor de dulces de 37 años delante de los pasajeros de un tren al norte de
Calcuta. La policía achaca el suceso a un ajuste de cuentas.
Nos acercamos. Córdoba. A la vez que un grupo de talibanes decapita a 17
personas en Helmand y un grupo de jóvenes armados le corta la cabeza a un
vendedor de dulces al norte de Calcuta, se conoce un informe forense que
resuelve la desaparición de dos niños. El informe deja en evidencia al padre,
acusado de secuestrar, matar y quemar a sus dos hijos, y a la policía
científica, que hace once meses fue incapaz de confirmar que los huesos
calcinados encontrados en la finca de La Quemadilla —hasta el nombre parece una
broma cruel— eran humanos. Y no me pregunto lo que tiene ese padre en la cabeza.
Está claro.
La Victoria de Samotracia de Ponferrada, con el castillo al fondo. (Foto. lamemoriaviva.files.wordpress.com) |
Llegamos a la conclusión de todo esto. Ponferrada, el 23 de agosto de 1936.
Un grupo de falangistas armados, fanáticos de los ajustes de cuentas, asesina a
una mujer embarazada y a su hijo de tres años. Su delito, ser la familia de un
huido al que no pueden coger. Pasan 72 años, exhuman los cuerpos. Se conocen los
detalles del brutal asesinato. Pero cuatro años después, el Ayuntamiento sigue
rechazando la propuesta de recordar sus nombres con una calle. El argumento, que
todas las víctimas, de cualquier tipo, del terrorismo y de Franco, ya tienen su
homenaje en el mismo monumento. Estamos hablando de la Victoria de Samotracia,
una reproducción de una estatua griega, esculpida para conmemorar una batalla,
que se conserva sin cabeza. Será para no ver el horror —y no hace falta irse a
Afganistán, ni a la India, ni a la finca de La Quemadilla— que tenemos más
cerca.
Pero ¿qué hace la Victoria de Samotracia en Ponferrada? Copia, dices, ¿no? Por cierto, quedaría mejor dentro del castillo....
ResponderEliminarEs una réplica, Mónica. Yo creo que podían haber elegido otra. No deja de ser un símbolo bélico de los griegos...
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