Michel Nvratil navega en el Titanic con sus hijos y un nombre falso. Dueño de una sastrería en Niza, Michel le ha pedido el divorcio a su esposa y ha huido con los niños. El 14 de abril los acuesta temprano...
"Se le ocurrió que el mayor barco del mundo no era en realidad más grande que una aguja cosiendo un hilo de espuma sobre el océano." ILUSTRACIÓN de PABLO J. CASAL |
Un relato de Carlos Fidalgo
Ilustrado por Pablo J. Casal
Capítulo Cuarto
Si Nvratil no hubiera estado tan preocupado por el futuro de los niños, hubiera disfrutado de aquel prodigio de cincuenta mil toneladas en el que navegaban, tan alto como un edificio de quince pisos, tan largo como tres estadios de béisbol. Pero Michel siempre estaba taciturno. Cada día que pasaba se sentía más culpable y los remordimientos no le dejaban dormir.
***
La noche del 14 de abril, el sastre de Niza acostó a los dos niños en cuanto oscureció, cerró la cabina con llave y a pesar del intenso frío, salió a pasear por la cubierta de los botes, envuelto en pensamientos sombríos. Desde allí, contempló el cielo estrellado y el mar sin oleaje, convertido en un espejo de agua negra. Observó los astros y le parecieron botones brillantes. Después bajó la vista hasta la cubierta, se apoyó en el pasamanos, y se le ocurrió que el mayor barco del mundo no era en realidad más grande que una aguja cosiendo un hilo de espuma sobre el océano.
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A la misma hora y en el salón de fumadores, el presidente de la naviera, Bruce Ismay, que siempre vestía lujosos trajes hechos a la medida y ocupaba el camarote principal del barco, justo detrás de la gran escalera de primera clase, le decía al capitán que no sería necesario reducir la marcha, a pesar de los informes de otros barcos que habían avistado icebergs en la ruta.
"Estamos en el viaje inaugural. Seguro que tiene otras alternativas".
Y Edward John Smith, el marino más capaz de la White Star Line, que ya había desviado el rumbo del Titanic unas millas hacia el sur para alejarse de los témpanos de hielo, se alisó la barba blanca, calibró las posibilidades que tenía de llevarle la contraria a su patrón, y finalmente llamó a uno de sus oficiales y le pidió que mantuviera la velocidad de veintidós nudos y redoblara la guardia en lo alto de las cofas.
Después se fue a dormir.
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Con sus hijos acostados y a la vuelta de su paseo por la cubierta de segunda clase, a Nvratil le costaba conciliar el sueño, otra vez.
Recordaba a su esposa. Se preguntaba cuánto tiempo le duraría el dinero que había traído con él. Cuánto dinero le haría falta para abrir otra sastrería. Qué lugar de Nueva York sería el más apropiado. Si Marcelle sería capaz de encontrarles alguna vez. Si después de todo, no estaría deseando que lo hiciera.
Y se imaginaba cómo sería el reencuentro en una bulliciosa esquina de Brooklyn, o en una de las grandes avenidas de Manhattan, cuando escuchó un tremendo golpe en el casco.
El camarote retumbó. Los objetos de la mesita acabaron en el suelo. Y Michel, desorientado, se levantó del camastro, se vistió unos pantalones y el abrigo, se palpó los bolsillos, y salió al pasillo para averiguar lo que sucedía.
Como nadie sabía qué decirle en medio de tanto alboroto, subió a la cubierta de segunda clase. Entonces descubrió unos pedacitos de hielo en el mismo lugar por donde había caminando dos horas antes, levantó la cabeza hacia el cielo y le pareció que había menos estrellas.
***
El capitán apareció en aquel momento por la cubierta, seguido del constructor Thomas Andrews, del carpintero Hutchins y del primer oficial Murdoch. Michel Navratil se echó a un lado y les dejó pasar, pero no le pareció buena señal que el hombre que gobernaba el barco se arrancara dos botones de la chaqueta en un gesto de rabia involuntario y los dejara caer al suelo. Los dos botones rodaron sobre la cubierta de madera, se detuvieron al pie de un trozo de hielo y al sastre le parecieron dos ojos negros, muy negros, sin nada que mirar.
Comprendió que era hora de regresar a la cabina para vestir a sus hijos.
Continuará...
¡Enhorabuena por tu nueva obra! ;) :)
ResponderEliminarGracias Mónica! ;)
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