Mirada de niño perpetuo. Julio Cortázar. Fotografia de Rue des Archives. Cordon Press, de la web www.elortiba.org |
CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 28 de agosto de 2014
Esta nota manuscrita la he encontrado en el metro. Ha sido en un convoy que circulaba por la línea roja hacia la estación de Vodafone-Sol (cómo odio que la publicidad se adueñe de los nombres), donde he hecho un trasbordo hasta Callao para comprar un libro de cuentos y de paso invocar el fantasma del Hotel Florida, que alojó a Hemingway y Dos Passos durante la Guerra Civil (a ratos soy así de fetichista), derribado para construir unos grandes almacenes.
El texto que he encontrado en el asiento y que al principio tomé por un reclamo de un mendigo (no había nadie en el vagón) dice así: Ahora que lo escribo, para otros esto podría haber sido la ruleta o el hipódromo, pero no era el dinero lo que buscaba, en algún momento había empezado a sentir, a decidir que un vidrio de ventanilla en el metro podía traerme la respuesta, el encuentro con una felicidad, precisamente aquí donde todo ocurre bajo el signo de la más implacable ruptura, dentro de un tiempo bajo tierra que un trayecto entre estaciones dibuja y limita así, inapelablemente abajo.
Terminé de leer, levanté la cabeza y el reflejo de un hombre de ojos grandes y separados, barba descuidada y mirada perpetua de niño, se cruzó conmigo en la ventana del vagón. Después se abrieron las puertas, Vodafone-Sol, dijo una voz, y el convoy se llenó de gente.
Salí del metro con la sensación de que me había cruzado con un fuego fatuo (había reconocido al hombre de ojos grandes de inmediato) y el manuscrito en el bolsillo. Eso fue hace un rato. Ahora acabo de comprar el libro que buscaba. He comprobado, como intuía, que el tercer relato comienza igual que la nota. Y mientras bajo las escaleras del metro con la sensación de que la sombra del viejo Hotel Florida todavía ocupa la plaza desdoblo otra vez el manuscrito y descubro que dice algo distinto: No habré podido hacerte vivir esto, lo escribo igual para vos que me leés porque es una manera de quebrar el cerco, de pedirte que busques en vos mismo sino tenés también uno de esos gatos, de esos muertos que quisiste y que están en ese ahí que ya me exaspera nombrar con palabras de papel.
Y sé que el reflejo de Cortázar, que no está muerto desde hace treinta años, me aguarda en el vidrio de algún vagón.
El texto que he encontrado en el asiento y que al principio tomé por un reclamo de un mendigo (no había nadie en el vagón) dice así: Ahora que lo escribo, para otros esto podría haber sido la ruleta o el hipódromo, pero no era el dinero lo que buscaba, en algún momento había empezado a sentir, a decidir que un vidrio de ventanilla en el metro podía traerme la respuesta, el encuentro con una felicidad, precisamente aquí donde todo ocurre bajo el signo de la más implacable ruptura, dentro de un tiempo bajo tierra que un trayecto entre estaciones dibuja y limita así, inapelablemente abajo.
Terminé de leer, levanté la cabeza y el reflejo de un hombre de ojos grandes y separados, barba descuidada y mirada perpetua de niño, se cruzó conmigo en la ventana del vagón. Después se abrieron las puertas, Vodafone-Sol, dijo una voz, y el convoy se llenó de gente.
Salí del metro con la sensación de que me había cruzado con un fuego fatuo (había reconocido al hombre de ojos grandes de inmediato) y el manuscrito en el bolsillo. Eso fue hace un rato. Ahora acabo de comprar el libro que buscaba. He comprobado, como intuía, que el tercer relato comienza igual que la nota. Y mientras bajo las escaleras del metro con la sensación de que la sombra del viejo Hotel Florida todavía ocupa la plaza desdoblo otra vez el manuscrito y descubro que dice algo distinto: No habré podido hacerte vivir esto, lo escribo igual para vos que me leés porque es una manera de quebrar el cerco, de pedirte que busques en vos mismo sino tenés también uno de esos gatos, de esos muertos que quisiste y que están en ese ahí que ya me exaspera nombrar con palabras de papel.
Y sé que el reflejo de Cortázar, que no está muerto desde hace treinta años, me aguarda en el vidrio de algún vagón.
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