Dos niños en un bote. Cadáveres en el mar. El barco más lujoso del mundo, que se ha ido a pique. Y gritos de náufragos que se ahogan o mueren de frío en el agua. Así comienza esta historia real...
"...los subieron al Carpathia en una bolsa de lona." ILUSTRACIÓN DE PABLO J. CASAL |
Un relato de Carlos Fidalgo
Ilustrado por Pablo J. Casal
En la cubierta, y cogidos de la mano, a Lolo y a Momom les preguntaron por sus nombres, qué había sido de sus padres, y si les esperaba alguien en Nueva York. Pero los niños, que apenas tenían dos y cuatro años de edad y sólo hablaban malamente el francés, no entendieron lo que les decían aquellos hombres y se quedaron callados, abrigados en sus mantas de lana, mientras echaban en falta a su padre.
“Yo me haré cargo de ellos”, se ofreció Margaret Hays, que había subido al Carpathia por una escala junto al resto de pasajeros del bote y todavía estaba conmocionada por los gritos que se habían escuchado en el mar durante los minutos posteriores al hundimiento. “Se lo prometí a su padre”, añadió. Y el oficial que había hecho un último esfuerzo por entenderse con los niños asintió con la cabeza.
Capítulo Primero
A Lolo y a Momom los subieron al Carpathia en una bolsa de lona. Un enjambre de cuerpos flotaba sobre el mar, a nueve millas de la costa de Terranova. Y las lanchas salvavidas delTitanic parecían espigas rotas, desperdigadas en la zona del naufragio.
Amanecía.
Los dos niños no eran conscientes de lo que había sucedido. A su alrededor, botes a medio ocupar o con cadáveres de pasajeros fallecidos de hipotermia se acercaban lentamente al Carpathia. Grandes bloques de hielo velaban a los muertos en la lejanía. Y la corriente arrastraba algunos cuerpos congelados de tripulantes y viajeros que no habían encontrado un hueco en las lanchas y se habían arrojado al agua.
Ajenos a todo, los dos hermanos comían bizcochos envueltos en mantas de lana y se reían a carcajadas cada vez que el perrito blanco que la hija de un banquero norteamericano había colado a bordo les lamía la cara.
“Luego jugaréis con él”, les dijo la pasajera de primera clase Margaret Hays, acomodándoles en la lona. Y los pequeños disfrutaron tanto mientras los marineros del Carpathia izaban la bolsa con una polea y unos cabos que no echaron de menos al perro.
***
En la cubierta, y cogidos de la mano, a Lolo y a Momom les preguntaron por sus nombres, qué había sido de sus padres, y si les esperaba alguien en Nueva York. Pero los niños, que apenas tenían dos y cuatro años de edad y sólo hablaban malamente el francés, no entendieron lo que les decían aquellos hombres y se quedaron callados, abrigados en sus mantas de lana, mientras echaban en falta a su padre.
***
“Yo me haré cargo de ellos”, se ofreció Margaret Hays, que había subido al Carpathia por una escala junto al resto de pasajeros del bote y todavía estaba conmocionada por los gritos que se habían escuchado en el mar durante los minutos posteriores al hundimiento. “Se lo prometí a su padre”, añadió. Y el oficial que había hecho un último esfuerzo por entenderse con los niños asintió con la cabeza.
“Son suyos, señora”.
Al día siguiente, Hays y los dos pequeños desembarcaban en Nueva York y los empleados de la White Star Line, la naviera delTitanic, rastreaban en el listado de pasajeros, descubrían que los niños eran hijos de Michel Hoffman, y comenzaban a buscar a su familia entre la comunidad judía de Francia.
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