A Lolo y Momon los han subido al Carpathia después del naufragio del Titanic. La lista de embarque dice que son hijos de un judío que buscaba una vida mejor. Pero los malos presagios también navegan...
"Pero los malos presagios también navegan...". ILUSTRACIÓN DE PABLO J. CASAL |
Un relato de Carlos Fidalgo
Ilustrado por Pablo J. Casal
Capítulo Segundo
Michel
Nvratil se había embarcado con sus hijos en el Titanic
usando un nombre falso. Había reservado una cabina de segunda clase,
dispuesto a empezar una nueva vida en América, y les había hecho
creer a los empleados de la White
Star Line que era viudo.
Y
no lo era. En realidad, sólo se había separado de su mujer. Y había
escapado con los niños durante el fin de semana de Pascua. Desde
Niza, donde se ganaba la vida en una sastrería, Nvratil había
atravesado toda Francia gracias a la ayuda de un amigo judío.
Después se había alojado con los pequeños en un hotel de Londres y
había pasado toda la noche pensativo.
Miraba
obsesivamente al bolsillo de su abrigo. Observaba a los niños. Y
dudaba.
Por
la mañana, y mientras sus hijos jugaban con las cortinas del cuarto
y la luz de la calle lo iluminaba todo, llegó a la conclusión de
que no podrían huir eternamente. Se levantó de la cama, y
atormentado por los recuerdos, decidió que pondría un océano entre
él y su esposa.
***
Michel
Nvratil era un hombre elegante. Vestía siempre de una forma
impecable y lucía un enorme y cuidado bigote engominado, un tanto
pasado de moda.
En
Niza había conocido a su esposa, una joven italiana de mirada
soñadora y cabellos oscuros que siempre le besaba con la boca
cerrada, como si le diera vergüenza.
“¿Cuándo
me besarás de verdad, Marcelle?”, le preguntaba Michel, durante
sus paseos de novios por la ciudad.
“Cuando
seas mi marido”, le respondía ella. Y sus mejillas enrojecían de
rubor mientras Michel se moría de impaciencia.
***
Michel
no dejó que Lolo
y Momom se
mezclaran más de lo imprescindible con el pasaje cuando subieron al
Titanic
en el puerto de Southampton. Y siempre se mostraba distante si alguna
mujer más curiosa de lo normal los veía paseando a los tres por la
cubierta de los botes y le preguntaba por la madre de aquellos niños
tan guapos.
Cuando
eso ocurría, hacía un esfuerzo para no recordar los labios finos de
Marcelle. Y maldecía.
Continuará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario